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El suelo de nuestra amada Europa no era adornado con el verdor de las hierbas sino de la espesa sangre. Las flores, árboles y la belleza que adornaba las tierras había desaparecido, dejando los troncos secos y animales muertos. Mujeres, niños y ancianos yacían sin vida mientras los soldados intentaban luchar contra un enemigo que no podían ver.

Los hombres no podían verlo pero yo sí, podía verla.

El cuerpo sin vida de la viajera se encontraba en el centro de todo y sobre éste estaba Umeth, atravesando una y otra vez el estómago de ella con la espada.

Quería llegar al culpable de nuestro fin y alejarlo de ella pero no importaba cuánta distancia recorriera, seguía estando a la lejanía. Las piernas me dolían al igual que el pecho pero seguía intentando llegar a ella para remediar mi error, aquel que le había costado la vida y por el que nosotros debíamos ser castigados.

— Hace mucho tiempo un hombre cegado por el poder le dijo al rey más poderoso... — Habló Garoff mientras me observaba y continuaba cortando a Leigh. — La sangre de su mujer se ve bien en mi espalda, querido amigo.

— ¿De qué habla? Aléjese de ella. — Él continuó con lo que hacía. — ¿Acaso no observa lo que sucede a su alrededor? Acaba de quitarle la vida a la mujer que podría asesinarnos a todos sin tocarlos.

— La sangre de su mujer se ve bien en mi espada, querido amigo. — Repitió.

— ¡Garoff! — Volví a correr para acercarme pero como las anteriores ocasiones, nada ocurría.

No podía ver el estado del cuerpo de Leigh pero por la brutalidad de Garoff y las veces que su cuerpo había recibido la espada, no había forma de que siguiera con vida o de que pudiera ayudarla.

— Said... — El susurro de una mujer a mis espaldas logró que me volteara.

— La sangre de su mujer se ve bien en mi espada, querido amigo. — La voz de Garoff se volvió un susurro.

A mis espaldas no había nadie más que los cuerpos de los fallecidos.

— Said. — Volví a escuchar.

— ¿Quién es? — Me atreví a preguntar.

— La sangre de su mujer se ve bien en mi espada, querido amigo. — Volvieron a escucharse esas palabras una vez más.

— Said... — En aquella ocasión la voz no se había escuchado a mis espaldas sino de aquel cuerpo sin vida, el cuerpo de la viajera que me observaba. — ¡Said! — Gritó cuando el filo de la espada volvió a cortar su piel.

Abrí los ojos sin reconocer el lugar en donde me encontraba. A mi alrededor estaba oscuro pero no había sangre, cuerpos o árboles secos, solo la luna.

— Solo tuve un mal descanso. — Susurré para mí mismo, intentando borrar la imagen de Leigh de mi cabeza. — Uno cruel y despiadado que podría volverse realidad si no la alejo de Vurshka.

¿Qué era aquello que Umeth Garoff había querido decir con esas palabras?

— La sangre de su mujer se ve bien en mi espada, querido amigo. — Repetí aquello que había quedado en mi cabeza.

¿Quién había dicho esas palabras? ¿A quién habían sido dichas aquellas palabras? ¿De quién era la sangre que se veía bien en la espada? No lo sabía pero debía encontrar respuestas si deseaba volver a descansar sin temor a despertar en medio del fin.

Mi cuerpo se encontraba en alerta y mi cabeza repetía lo que había ocurrido en el sueño, las palabras y actos, una y otra vez. No podía descansar pero tampoco podía caminar por el bosque mientras intentaba recuperar el cansancio que había huido porque nos pondría en peligro a ambos. Si me movía de allí, el hombre que dormía podía ser asesinado y yo capturado, ninguno tendría la posibilidad de salvarse si nos alejábamos.

— Viajera... Usted debió decirme que era un peligro, de haberlo sabido no la hubiera entregado a semejante asesino. — Murmuré para mí mismo, sabiendo que ella no era culpable de nada.

La mujer ni siquiera sabía cómo o porqué había llegado allí y yo, Said Hichet, había sido testigo de ello.

— No sé cómo la sacaré de Villa Vurshka pero lo haré. — Hablé a la nada misma aunque por algún motivo sentía que la mujer podía escucharme. — Es un juramento, Mariposa.

Mariposa... Aquel nombre le quedaba muy bien a la viajera. Lo que me hacía verla como a una mariposa eran sus exóticas facciones y lo frágil que parecía ser.

La mujer llamaba la atención, Zilsur y Umeth habían sido los primeros en apreciar su belleza pero a mí no me había parecido diferente hasta que le habíamos llevado los ropajes. Sus ojos eran igual de azules que los de muchas mujeres pero a diferencia del resto, los de Leigh eran grandes y no había maldad en ellos. Sus delicadas facciones, pequeño cuerpo y rostro, contrastaban con sus grandes ojos y forma de ser. Porque sí, la mujer me había demostrado que a pesar de ser pequeña y frágil, tenía carácter, uno que ocultaba.

— ¿Por qué estoy pensando en ella? — Me pregunté mientras apreciaba el cielo.

Solo la luna había sido testigo de tales pensamientos y esperaba que ésta no le revelara a la mujer lo que se encontraba en mi cabeza. Si la luna me traicionaba y le susurraba a la oreja lo que había pensado sobre ella, me encontraría en serios problemas. Leigh podría preguntarse porqué la había entregado si pensaba así de ella y la realidad era que ni siquiera yo sabía eso.

— Estoy enloqueciendo. — Reí con sequedad. — ¿Cómo podría ella saberlo si la luna no tiene voz? Necesito vino, el que pueda embriagarme más rápido.

— ¿Qué? — Preguntó mi consejero.

La voz de Zilsur había sido extraña debido a que había hablado entre sueños.

— Nada, vuelva a descansar. — Ordené, pensando en que yo también debía descansar. — Debemos atrapar a una mariposa.

— ¿Mariposa? — Murmuró con dificultad.

— Así es. — No era la primera vez que hablaba con Zilsur mientras éste dormía. Cuando eso sucedía hablábamos de nuestra vida pero en la mañana solo yo lo recordaba, situación que agradecía. — Duérmase.

— Ssss... í. — Respondió para luego reír de lo que había dicho.

Mi compañero era menos molesto mientras dormía, no me causaba malestar y tampoco se reía de mis desgracias y al despertar, no decía lo que habíamos hablado.

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora