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Las cosas con Rubén han estado algo raras desde ese momento en las escaleras.

Apesar de que el chico intentaba no pensar en eso, estaba incrustado en su cabeza, chirurgicamente hablando.

Sentado, en otras escaleras completamente diferentes. Pensaba en que hacer con sus tontos pensamientos. No sólo había admitido que el pelinegro olía buen. Había admitido que su sonrisa era linda. Que es un pensamiento común. Pero que a Rubén, le asustaba.

Nunca había pensado que la sonrisa de alguien fuese linda. En realidad, nunca había pensado que alguien sería lindo. O llegara a serlo.

Rubén pensaba que era porque estaban todo el tiempo diciéndole que Samuel era su novio. Tanto, que se lo creyó. Esa suposición le había quedar como tonto, pero le hacía sentir bien consigo mismo.

Y eso era más tonto.

Rubén suspiró, mientras que veía su comida. No tenía ganas de comer. Últimamente no lo ha tenido, y ha tenido conversaciones con su madre sobre eso.

Ella se preocupa por todo, a veces es molesto, a veces es lindo.

Daba igual, él no tenía ningún problema. Solo su estúpido y bipolar cuerpo que, de repente tienen hambre, y de repente no.

Además ¿Por qué no comería? No tenía razones para estar triste, o estresado. Aunque si le molestaba esto de ser shipeado con Samuel, el problema no era de tan gravedad.

El problema ahora, era no darle la razón a sus tontos amigos.

No le gustaba Samuel. Seguramente era una mala norma que le jugaba su cerebro.

No. ¿Por qué su cerebro le jugaría una broma con eso? Sería tonto.

Pero él es tonto.

Sacudió su cabeza. Era mejor dejarlo así: una broma pesada de su cerebro.

Y aunque algo muy obvio le decía —gritaba— que no era así, iba a ignorarlo. Porque es tonto.

Suspiró profundamente. Se levantó del escalón donde estaba sentado, y comenzó a bajar las escaleras.

Y al voltear a ver, estaba Samuel, guardando sus cosas en su casillero.

Se escondió inmediatamente. Casi por instinto.

Entonces, asomó un pequeño fragmento de su cabeza. Solo lo suficiente para observar lo que el pelinegro estaba haciendo.

Y una chica se acerca a él.

Era Stephanie, la inteligente del salón.

—Hey... Samuel —escucha hablar a la pelirroja.

—Oh, hola Stephanie —saluda Samuel sonriente.

Rubén frunce el ceño.

—U-uhm... Sabes sobre la tarea de matemáticas, ¿Verdad? —titubea.

Samuel asiente.

Y Rubén, ya comenzaba a conectar cabos.

Ni siquiera sabía porque, ni como. Pero salió de si escondite, y con una sonrisa, caminó hasta el pelinegro y la pelirroja.

—¡Samuuuu! —exclama fingiendo alegría, llamando la atención de él, y de Stephanie—, ¿Cómo estás? —pregunta al estar lo suficientemente cerca de ambos. Y al hacerlo, inconcientemente agarró el brazo del pelinegro.

—E-ehm... Bien —responde algo nervioso por el agarre del castaño.

Stephanie, quien no entendía nada, solo se quedaba ahí, observando a ambos chicos.

—¿Recuerdas la tarea de mates? —pregunta, y Samuel asiente—; ¿Quieres ayudarme con ella? Es que soy muy malo, Samu —pregunta, con un tono algo cariñoso. Incluso podría decirse que es el típico que usa la castrosa del salón. Pero a Rubén no le importaba en esos momentos.

—Claro —responde entre una risita.

—¿Vas a mi casa ésta tarde? —pregunta, y el pelinegro vuelve a asentir entre un "claro".

Rubén no tenía ni idea de que tenían tarea de matemáticas. Y tal vez la ayuda le venga bien. Que que, dos pájaros de un tiro; Samuel no pasaría si tarde con la tonta de Stephanie, y la tarea se le haría más fácil.

—Eh, Stephanie. ¿Que me ibas a decir? —pregunta volviendo a dirigir su mirada a Stephanie.

—Uhm, nada. —responde, mirando a Rubén con ganas de arrancarle el cuello.

Rubén, solo sonrió fingiendo inocencia. Y recostó su cabeza en el hombro del pelinegro.

Pero ¿El dato curioso?

Stephanie, soñaba con ser actriz. De hecho, tenía el don de serlo. Y Alex e Irina lo sabían.

¿Ya lo van pillando?

Stephanie quedó sorprendida, pues exrañamente Rubén trata a Samuel como si fuera su hombre.

Y lo es. Señoras y señores. Porque después de mucho tiempo, Samuel decidió que si gustaba de Rubén. Aunque era un poco, pero ese poco, se convertiría en mucho.

Rubén sentía un tipo de posesión sobre Samuel. Tranquilos, no de la "si eres mío no serás de nadie más" sino como de, "¿Entonces no te gusto ni un poquito?"

En resumen, Rubén también gusta de Samuel, pero no negará. Muy bien que lo hará.

Y ahora, Stephanie se sentía culpable, pero divertida. Y le gustaría actuar una vez más.

—Vale, ehm... Rubén, ¿Me pasas la dirección de tu casa? —pregunta Samuel.

—Si Samu —responde sin cambiar su tono cariñoso.

Samuel tragó saliva.

¿Por qué Rubén cambiaba de personalidad con él? No lo entendía, pero tampoco se quejaba.

—E-eh... —titubea Stephanie—. Creo que debo irme.

—Si, adiós Steph —dice Rubén en un tono de burla, aunque nadie lo notó.

—Adiós Stephanie —se despide Samuel. Normalmente.

Y ahora, ellos estaban solos en el pasillo.

—Sam, te enviaré mi dirección por el móvil, ¿Si? —le avisa.

—Mhh-hhm —musita. Volviendo a tragar saliva.

Rubén sonríe amable, y disimuladamente suelta en brazo de Samuel, para luego irse.

Y cuando estaba lo suficientemente lejos de Samuel, se recostó de la pared, y soltó un largo suspiro.

Que-demonios-acabo-de-hacer; se dijo así mismo.






BUENAS

son pololos ➹ rubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora