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Vió la entrada de aquel plantel escolar. Y suspiró.

Vió a Irina, a Alex, y a Rubén. Los tres juntos y charlando. Su mirada se concentró en el castaño. Que era tan serio como siempre. Hasta que se dió cuenta de que le estaba mirando, ahí entonces, sonrió.

Parpadeó varias veces. Y le sonrió también. Pero era una sonrisa nerviosa. Así que decidió irse. De la manera más disimulada que pudo.

Después de eso, desayunó y entró a clases. En realidad, no estaba atento a ellas. Y era algo que hasta a él mismo le impresionaba.

Lo único que pensaba, era “¿Qué haré si Rubén y yo volvemos a interactuar?” o peor aún, “¿Qué es lo qué él hará?”.

A veces volteaba a verlo. Y él estaba allí, normal. Prestando atención a la clase. Igual de bonito que siempre.

Suspiró. Y recostó su cabeza en su puño. Estaba en matemáticas, su última clase.

—Bien clase, esto es todo por hoy, podéis iros —dice finalmente. Samuel no se preocupaba. Solo debía leer los apuntes y ya entendería la clase.

Cosas de gente inteligente. Nada en especial.

Caminó hacia su casillero, guardó los pesados libros de matemáticas. Y se dispuso a ir hacia el comedor. Pero… de la nada se arrepintió de ir.

Así que plan B; ir a las escaleras que daban al techo.

Subió escaleras, hasta llegar a su destino. Estaba jadeando, y sudoroso. ¿Por qué demonios no ponían elevadores en las escuelas?

“Porque requeriría mantenimiento y cosas mi mi mi” ya cállese vieja lesbiana.

Al llegar, nadie estaba allí. Y ahora estaba satisfecho. Así que sacó su almuerzo, y comenzó a comer tranquilamente.

Le gustaba mucho el arroz que cocinaba su madre. Le hacía sentir en casa.

Hasta que, luego de unos segundos. Alguien llegó.

Pero Samuel estaba tan metido en su burbuja, que no se dió cuenta.

Rubén pensó en molestarlo, pero se veía cómodo, no quería romper esa aura. Así que intentó irse. Pero fracasó.

—¡Rub!

El castaño pegó un pequeño brinco. Mientras volteaba a ver nerviosamente a Samuel.

—Perdón, no quería sacarte de tu… zona de confort, me iré —trata de explicar.

Nervioso.

«Sospechoso» pensó Samuel.

—Ehm, no no, no me sacaste de ningún sitio —dice.

Si lo sacó de su zona de confort. ¿Pero importaba? Le prioridad era que Rubén no se fuera. Aunque eso quizás le arruine la comida.

—¿Enserio? Digo, parecías entretenido… —dice entre una risita.

Samuel sonríe, un poco avergonzado.

Entonces se da cuenta de algo.

Rubén no trae nada en las manos, más que el móvil.

Y no hacía mucho ellos habían salido de clases.

—¿Vas a comer? —pregunta.

En realidad fue inconsciente. Pero no se regañó a sí mismo. Por primera vez agradeció por su inconsciente honestidad.

Rubén lo mira nervioso, y suelta una risita.

—Uhm, no tengo hambre —dice.

«Pero aún así tienes que comer, bobo» le regañó mentalmente.

son pololos ➹ rubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora