Treinta y cuatro

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Bajo el calor del costero Busan, JongDae esperó con ansias que su padre contestara del otro lado, moviéndose en esa pequeña habitación de hotel, sujetando entre sus manos un par de hojas y fotografías causa de su insana preocupación. Como su padre se lo pidió, él estuvo investigando sobre los ocultos incidentes en el sur que se le imputaba a la familia real. Pasó largas horas conversando con infiltrados en la alcaldía y en empresas, escondiendo su peligrosa identidad en un lugar donde el respeto hacia la realeza dejó de significar algo y fue cambiado por un odio burbujeante que hervía entre el pueblo.

Finalmente contestó.

—Es verdad, todo es verdad —le dijo de golpe, saltándose la innecesaria cortesía.

—¿A qué te refieres con todo?

—A eso, precisamente. Las protestas si se dieron por un par de días, algunas fueron más agresivas que otras, pero todas fueron tratadas de la misma manera. Fueron asesinados algunos de los protestantes meticulosamente y en silencio, simulando desapariciones, pero es un hecho.

Echó una nueva mirada a las fotografías de los asesinatos que los periódicos se vieron obligados a tirar a la basura para no correr con la misma desdichada suerte que los fotografiados. Nadie hablaba mucho del tema por miedo, aunque supo que algunos intentaron denunciar los atentados a la policía, mas no funcionó cuando la propia policía padecía de corrupción interna incurable. Tenía en su poder cartas de familias que perdieron a sus miembros en las protestas, le escribían al rey preguntándole la razón de su ira, buscando en sus dolidos corazones la verdad de los asesinaros, pero dichas cartas jamás llegaron.

—¿Y sabes quién lo hizo?

—Me encontré con mi contacto aquí, ella trabaja en la alcaldía y dijo que las órdenes vinieron del palacio por medio de un mensajero.

—Yo no he dado tal orden.

—Lo sé.

—Entonces, ¿quién es ese mensajero?

—...

—JongDae —insistió el Rey.

—Park Chanyeol.

Hubo silencio y luego un siseo profundo.

—¿Es eso posible?

—Tenía su firma y la tuya, aunque el General nunca se presentó ahí, sí sé que envió un regimiento a controlar y asesinar a los protestantes. La orden parece verídica.

—¿Cómo podría serlo? ¡Yo nunca firmé una orden así!

—Pero así parece. Vi tu firma, papá, es la misma con la que firmabas mis reportes escolares por saltarme clases.

Siwon bramó y aventó los papeles de su escritorio, lejos, haciendo un estropicio en el suelo.

—La falsificaron, y si la mía pudo ser falsificada también la del General.

Porque a pesar de sus roces por el matrimonio de Baekhyun y Chanyeol, Siwon siempre consideraría al General su más valioso guerrero y el más fiel de todos. Lo creía incapaz de cometer traición semejante.

—¿Sabes si alguien más estuvo allá durante los atentados?

—Escuché, pero aún no he podido confirmarlo, que miembros del gabinete estuvieron aquí por esas fechas, en secreto, por supuesto, y cualquiera de ellos pudo haberlo hecho.

—¿Y Taegu?

—Suho está allá, me llamó hace poco diciendo que ese era el epicentro de las protestas. Aparentemente se supo ahí que la reforma minera concesionaría la tierra a empresas extranjeras y despojaría a los locales de sus tierras. Me dijo que en las minas estaban hombres extraños custodiando la zona y que se empezó ya la explotación con una empresa china. Quien sea que está detrás de esto, buscó una revuelta, una agitación total entre el pueblo para atraer la atención de las máscaras negras. Ellos son los únicos que pueden destruir a la monarquía.

El Defecto de un Omega (ChanBaek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora