Puente Dorado

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El sol había salido, y la poca luz empezaba a afectar a la morenita que yacía en sus brazos. Veía sus parpados temblar ante el inminente despertar.

—Mm... Miamhor, wenosdías.... —Saludó fatigada, empezando a recobrar la conciencia.

—Buenos días —Susurró de vuelta, enternecida.

—Buenas, buen... —Volvió a quedarse dormida.

Hiroko soltó una risita, Micaela parecía querer despertar pero el cansancio le ganaba. Así se la pasaron una media hora, saludándose y diciéndose "buenos días", solo para que la menor vuelva a quedarse dormida y la mayor solo reía enamorada y nostalgica. En las pijamadas que solían tener en Santa Cecilia también eran algo así en las mañanas, Rivera saludaba un millón de veces antes de despertar, solo que ahora se sumaban apodos cariñosos como "mi amor" o "mi niña" a ese saludo.

Una vez que Micaela pudo despertar mejor, masculló:

—Ay... —Se sorprendió de toparse los ojos de su pareja viéndole tan de cerca, y en vez de volver a murmurar "buenos días", solo dijo —¿Qué tanto me ves?

—Nada —Rió Hamada —Lo bonita que te ves todas las mañanas.

Ots, callese... —Rivera enrojeció y se cubrió completamente con la cobija —Es muy temprano para estar lidiando con tus palabras empalagosas.

—Tu eres la empalagosa.

—Sí, pero a ti te ENCANTAN los dulces, por eso no te afecta mi dulzura —Dijo desde abajo de las sabanas —Yo soy bien salada, y me gusta cuando eres salada...

La chica cobijada bostezó.

—Hey, debemos levantarnos para ir a la playa —Le recordó a la menor, y esta solo soltó un gruñido.

—Ya no quiero ir, ya me dio hueva —Se quejó el bulto.

—Ya nos comprometimos con los demás, no podemos quedarles mal... —Insistió, pero la menor ya no dijo nada, solo se removió debajo de las cobijas —Micaela...

—... —No respondió, haciéndole pensar a Hiroko que se había vuelto a quedar dormida, cuando en realidad le estaba acechando.

—Micaela, despierta —Fue a buscarla debajo de la sabana, solo para toparse son sus ojos abiertos, viéndole fijamente —¿Qué haces...?

Rivera se abalanzó a sus labios, robandole un beso, luego otro, y otro más, y Hamada aún un poco sorprendida de la repentina "emboscada de besos", solo se dejó hacer. Por lo aborazada que parecía ser Micaela, Hiroko supuso, erróneamente, que podía pasarse tantito de mano, por lo que volvió a acariciar los muslos de su pareja y hasta su cintura.

Ah... O-oye, oye... —Se separó la menor y la mayor suspiró encantada, nunca había escuchado a Micaela así —¿Qué te dije de las manos?

—¿Eh? —Hiroko solo sonreía bobamente y le tomó unos segundos procesar lo que le habían cuestionado acompañado de la mirada ligeramente molesta de su novia —Oh... ¡Oh! P-perdón, es que yo p-pensé...

—Pues pensaste mal —Micaela no sonaba enojada, quería reclamarle por andar de mano larga pero simplemente no podía enojarse con ella. Más que enojarle, le parecía un poco chistoso —Uno más...

Se acercó a dejarle un ultimo beso. Sabe lo mucho que le incomoda a Hamada el demostrar ese tipo de gestos en publico así que se lo desquitaba desde ahorita. A lo largo de la semana pasada que se la pasaban de paseo, en el café, en el hotel donde se solía hospedar con su familia y en la universidad, Hiroko muy apenas y reunía el suficiente valor para tomarle de la mano. Pero una vez que sus padres y su tía apartaban la mirada, sus amigos abandonaban el laboratorio, o simplemente se quedaban solas, la mayor le regalaba un rápido beso en la mejilla.

Sí, somos mujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora