Capítulo 18.

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Sin pensarlo dos veces, Miguel ingresó a la galería para ver la operación de Renata que tenía apenas unos minutos de haber comenzado. Se le notaba que trataba de mantener la poca cordura que le quedaba, evaluaba cada movimiento de Kiroga, aunque, sabía que él era muy bueno. Caminaba de un lado a otro, todavía no asimilaba que el amor de su vida estuviera en esa camilla. Dos horas habían pasado, de repente la mano de Kiroga se pausó en el aire, Miguel presionó el botón del interlocutor para hablar.

—Kiroga, ¿qué sucede? —trato de que, en su voz no se notaran los nervios.

—Uno de los senos venosos está demasiado inflamado, no me permite avanzar.

—Rodéalo y has una ligera incisión alrededor, pero no lo toques —indicó atento, Kiroga procedió con confianza.

—¡Vaya! Funciona perfectamente —expresó impresionado y con esto reafirmaba que Miguel era el mejor neurocirujano que había conocido. Miguel respiró aliviado.

La operación duró cinco horas en total, Kiroga hizo un magnífico trabajo. Trasladaron a Renata a cuidados intensivos, ahí permanecerá por unos días. Durante esas primeras horas; Miguel no había comido, ni dormido, ni siquiera pensaba en él. Entraba cada 10 minutos a verla pues no era permitido quedarse.

—¡Miguel! —levanto su rostro al reconocer la voz de su mejor amigo, Armando se acercó y lo abrazo fuertemente. Miguel no pudo más y se quebró.

Armando lo abrazaba tratando de contener un poco el dolor que sufría, sabía lo terrible que era para Miguel enfrentar esto. Perder a su familia fue la peor de las pesadillas para él, una pesadilla que aun lo atormentaba de adulto y que ahora estaba sucediendo de nuevo. Miguel lloraba desesperado, su mente no dejaba de pensar en las posibilidades de vida de Renata y su bebé, se sentía completamente destruido.

—Se va a recuperar.

—Armando, es muy probable que caiga en coma y las posibilidades de que despierte son muy bajas —lucía mortificado.

—Va a despertar —aseguraba con temple, sabía que su amigo necesita creer eso. Necesitaba lo que la medicina no puede dar; fe y esperanza —. ¿La bebé cómo está?

—Está bien, no presentó ninguna lesión y es algo increíble sabes, tendrías que ver como quedo el coche.

—Edith y la familia de Renata están afuera —Miguel negaba pasándose la mano por el cabello repetidamente.

—¿Cómo voy a verlos a la cara? ¿Qué voy a decirles? —expresó angustiado.

—Lo que pasó no fue culpa tuya, ellos están preocupados por ti también —Miguel suspiró, tomó fuerza y salió junto con Armando a dar la cara.

Al salir a la sala de espera de emergencias, Edith, los padres de Renata y la hermana, platicaban en voz baja. En cuanto lo vieron todos se acercaron a abrazarlo, de nuevo no pudo contener las lágrimas.

—Lo lamento —sollozaba en el hombro de su suegro —, no cumplí con mi palabra de cuidarla, le fallé —lloraba sin vergüenza alguna, su suegro palmeaba su espalda.

—No digas eso hijo, mi Rojita se va a recuperar y tú no tienes la culpa de nada Miguel —afirmó y los demás lo secundaban. Miguel comenzó a sentirse mejor con el apoyo de todos.

—Vamos —indicó Armando —, necesitas un par de puntadas en esa herida, señaló su brazo —ni siquiera se había dado cuenta de que se había lastimado, debió ser con los vidrios del coche.

Armando era muy reconocido también en el hospital, todos los doctores los saludaban, el ingreso de ellos ahí era fácil y el acceso a las diferentes áreas también. Estaban en emergencias, Armando le costuraba la herida a Miguel, quien miraba perdido hacia un punto fijo en la pared.

PEDAZOS DE MI ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora