Capítulo 39.

97 9 3
                                    

—¡Es mi hijo y no voy a desconectarlo! —Grita, el gobernador. Su esposa y demás hijos lloran en silencio. Ya han perdido todas las esperanzas.

—Ningún doctor quiere operarlo. ¿Lo tendrás en ese estado para siempre? Esa no es vida papá. —Le dice su hijo mayor.

—Lo resolveré. Pero no lo voy a desconectar. —Asegura y sale de la habitación. Con manos temblorosas coge su móvil y llama al número de la única persona en el mundo que puede ayudarlo.

—Aló, ¡buen día! —Contesta Miguel a punto de subirse a su coche.

Le pidió a Armando que lo acompañara a hacer una diligencia. Aun no le ha contado lo de la carta porque quiere hacerlo fuera de su casa para que Renata no se entere. Su prometida ya ha pasado por mucho y le preocupa el embarazo.

—Doctor Miguel habla el gobernador. —Miguel se detiene quedando la puerta del auto abierta. —Se que mi llamada te extraña.

—He estado intentado localizarlo señor gobernador. —Ingresa al coche. Va de pasajero y Armando conduce. Antes de que arranque le da la carta.

—¿Qué es esto? —Susurra, Armando, mientras toma la hoja.

—Léelo —Gesticula, Miguel, sin sonido de voz.

—Me gustaría reunirme contigo. Te mandaré mi ubicación para que podamos hablar. —Le comunica el gobernador.

—Muy bien. Esperaré su mensaje. —Cuelga.

—¡Qué demonios! —El rostro de Armando cambia al leer el contenido de la carta.

—Lo se...

—¡No iras! —Le ordena como si fuera su hermano mayor.

—Sabes que pensé en no ir, pero creo que esa nota no la mando Max ni Albert.

—¿Qué quieres decir?

—Qué sería completamente ridículo pensar que yo caería en algo tan infantil. Ellos saben quiénes somos nosotros, pero las demás personas no.

—¿Piensas que la nota es de alguien que de verdad quiere decirte algo? Qué esto —Levanta la carta mostrándosela. —No es una trampa.

—Exacto. Arranca el coche, te explicaré que haremos. —Armando pisa el acelerador y salen de la casa de Miguel.

La familia de Renata y Edith están todos en el jardín en el área de la piscina. Cenarán todos juntos. Renata y Edith bañan a sus hijos en la sala de baño de la habitación principal. Hay dos amplias bañeras y una ducha enorme. Edith baña a sus gemelos en una de las bañeras. Renata baña a Violeta en la otra. Los tres bebés disfrutan de su baño.

—Creo que me están dando nauseas. —Dice, Renata, mientras Violeta chapotea agua mojándola un poco. —No es justo. Pensé que le darían a Miguel otra vez.

—Ese pobre hombre estaría más que dispuesto a llevar tus síntomas de embarazo. —Una de las niñeras coge a uno de los gemelos para secarlo y vestirlo.

—¿Tú crees? Amiga, de verdad piensas que él no estuvo con nadie más todo este tiempo. —Edith la ve como si estuviera loca.

—¡Claro que no! Casi se muere por tu ausencia. Lo único que lo mantuvo en pie fue Violeta. —Renata mira a su hija y toca su bello rostro que es el mismo de su padre.

—No entiendo todo esto que nos ha pasado. Es como si constantemente hubiera alguien luchando porque no fuéramos felices.

—Ya no pienses en eso. Mira tienes tantas cosas hermosas por las cuales luchar. ¿No lo crees? —A Renata le brillan los ojos solo de pensar en su hermosa familia.

PEDAZOS DE MI ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora