Capítulo 20.

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Renata no hablaba con nadie, se sentía completamente perdida tratando de recordar algo, pero su mente estaba en blanco. Su frustración iba en aumento por cada minuto que pasaba intentando tener una leve memoria de su vida, se arropó con la cobija sentía mucho frío y, además, le dolían sus pechos horrores, pues estaban cargados de leche. Miraba a través de la ventana como el viento movía la copa de los árboles, le parecía inverosímil lo que estaba viviendo; se hizo la dormida dos veces cuando una pareja de señores que decían ser sus padres entraban a verla y para colmo, la cabeza comenzaba a dolerle un poco.

Edith tenía un plan en mente para ayudar a su amiga, entendía que no era fácil no poder recordar nada acerca de uno mismo, pero ella tenía una familia que la amaba y una hija que esperaba ansiosa su amor. Miguel se sentía impotente, no sabía cómo acercarse a ella y se asomaba constantemente por la puerta, quería abrazarla y estar a su lado, pero intentaba darle su espacio.

—Dale tiempo, volverá a ti —Armando lo animaba.

—Me duele verla en esa condición, pero, aunque suene egoísta prefiero tenerla así a no tenerla —se alejaron de la habitación.

—Te entiendo hermano y no eres egoísta, eres un hombre enamorado.

—Los resultados no arrojan nada Armando, médicamente me siento impedido —manifestaba con tristeza y frustración.

—Has hecho hasta lo imposible, deja de recriminarte y culparte. Lo que sucedió ni tu ni nadie lo podía evitar. Son circunstancias de la vida para las que nunca estaremos preparados —Miguel suspiró vencido y caminó hacia la habitación de Renata, entro un poco nervioso e inseguro.

—Renata.

Ella miró hacia a la puerta, ahí estaba él; Miguel, su supuesta pareja. Cada vez que sus miradas se encontraban como en este preciso momento, sentía escalofríos recorrer su espalda, no comprendía como es que la atraía tanto si acaba de conocerlo.

—Me gustaría saber, ¿cómo te sientes? —él se acercó un poco y ella desvió la mirada hacia la ventana sin poder sostenérsela. Es que la veía con demasiado sentimiento, no podía explicarlo.

—¿Cómo te sentirías tú si no recordaras nada y que lo único que hubiera en tu mente fueran los recuerdos de las últimas seis horas? —expresó con fastidio.

—Me sentiría frustrado —Renata regresó su mirada hacia los hermosos ojos esmeralda de Miguel y atenta escuchó —, desorientado y molesto —él acababa de describir su sentir, los dos se observaban profundamente por unos segundos, hasta que ella apartó nuevamente la mirada.

—¡No quiero sentirme así! Ya no quiero estar molesta, lo único que quiero es recordar —Miguel sonrió con ternura, la amaba tanto.

—Miguel —él se dio la vuelta, Edith venia con su hija en brazos —, estaba llorando, necesita comer. Tómala, iré a sacarme un poco de leche —le giño un ojo, Edith lo hacía para que Renata se enfocará en su hija, Miguel la cargo y Edith se fue.

—¿Edith tiene hijos? —preguntó Renata sin poder apartar los ojos de su hija.

—Tiene gemelos de un año, tú eres la madrina —la pequeña comenzó a llorar y Miguel la mecía intentado calmarla —¡Ya mi princesa, pronto vendrá la comida! —el corazón de Renata se estrujo, sintió necesidad de cargar a su hija, se tocó su pechos y sentía que le iban a explotar, le dolían. Con dudas y temores, obedeció a sus instintos.

—Dámela —pidió suavemente y Miguel la colocó en sus brazos feliz. En cuanto la vio de cerca sintió tanto amor por ella. la conexión fue inmediata, era perfecta; sus manitas, su ojitos, su boquita —, tiene tus ojos —dijo embelesada.

PEDAZOS DE MI ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora