☾ capítulo diecinueve ☽

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En cuanto llegué a mi departamento, me tiré en el sillón, cansado. El entrenamiento fue peor de lo que esperaba. Dos horas levantando pesas, disparando y peleando entre los cinco sin descanso. Sin agregar que mi mente estaba en otro lado. Mi cerebro recreaba una y otra vez la escena en la oficina policía.

«¿Realmente lo hice?», me pregunté por quinta vez, restregando mi cara entre mis manos. Seguía sin creerlo. Había abandonado la policía; había abandonado a mis amigos. ¿Cómo le diría a mi familia que había roto la tradición Malik? Y, ¿cómo les diría a las chicas? «Seguro me matarán».

El pequeño Hatchi comenzó a ladrar la puerta. Estaba tan concentrado que no había escuchado que tocaban la puerta. Me levanté y caminé hacia ella, abriéndola.

—Hola —dijo Perrie, regalándome una sonrisa. Se había cambiado. Ahora, en vez de ropa deportiva, llevaba unos tejanos y una chaqueta de cuero. También, se había maquillado—. ¿Estás listo?

Fruncí el entrecejo, para luego abrir los ojos como platos. ¡La cita! Por Dios, me había olvidado por completo.

—¿Lo olvidaste, cierto?

—Considérame el peor novio del mundo.

Ella rió y entró al edificio, cerrando la puerta. Hatchi comenzó a correr alrededor de sus piernas, feliz de su visita. Ella lo levantó y lo acunó en sus brazos.

—¿Cómo estas pequeño? ¿Quieres ir a pasear?

El perro comenzó a lamerle la cara, dejando restos de saliva en su mejilla. Ella rió de nuevo. Luego, frunció la nariz y comenzó a oler el lugar, hasta llegar a mí. Hizo una mueca. Abrió la boca, pero luego miró al animal. Sonrió.

—¿Tu también crees que Zayn huele a muerto, pequeñín? —le preguntó Perrie, acariciándole la nariz. El perro hizo un movimiento con la cabeza que pareció un asentimiento—. ¿Tú también lo crees, tú también lo crees?

Si estaba mandándome una indirecta, lo estaba haciendo perfectamente. Olí disimuladamente mi axila. Reprimí una mueca. Si que olía a muerto.

—Voy a bañarme —avisé, señalando con el pulgar el pasillo. Ella asintió y siguió jugando con Hatchi.

Tomé una toalla y corrí hacia la ducha, abriendo el agua fría y metiéndome debajo de ella. Por lo menos, la temperatura helada me ayudaría a despejarme la cabeza de todos pensamientos que inundaban en esta. Realmente debía dejar de pensar en los chicos.

Un par de minutos después, cerré la canilla. Sequé rápidamente mi cabello y luego até la toalla a mi cintura. Salí del baño y caminé hacia mi habitación, dejando un rastro de pequeñas gotas de agua detrás de mí hasta llegar al final del pasillo.

Mi habitación consistía en una cama doble, un armario, un espejo, y fotos familiares —junto con un par de dibujos— colgadas en las paredes. Todo color negro: los marcos, los cajones, el cobertor de la cama. Tenía una atracción bastante fuerte a ese color. Por no agregar que toda la ropa que estaba tirada era también negra, a pesar de un par de prendas de color rojo, azul y naranja.

Conocía perfectamente este lugar a pesar de apenas haber vivido tres meses aquí. Solía recordar fácilmente todo. Por eso, estaba seguro que la chica rubia sobre mi cama no debía estar aquí.

—Perrie —murmuré, sosteniendo con más fuerza la toalla.

—¡Zayn! —exclamó Perrie, levantándose  del edredón.

—¿Qu-que —se me secó la garganta— que haces aquí?

Sus mejillas se tiñeron de rojo.

—Te tardabas y… quise saber por qué. Pero cuando vine aquí, tú no estabas. Hasta ahora… —su voz se quedó en un simple murmuro inaudible.

Ladies of the Darkness » little directionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora