Un reloj se balanceaba sobre mi cabeza. No sabía cómo había llegado hasta allá, pero tampoco me importaba. Simplemente se encontraba ahí, moviéndose de un lado a otro como si tratara de hipnotizarme.
Las manecillas marcaban las 3:55. No estaba seguro si se refería de la mañana o de la tarde; no había nada que me indicara si el sol había salido o seguía oculto. La habitación era completamente blanca. No había ventanas o puertas. Tampoco estaba seguro que existía un techo o si el reloj solo flotaba en el aire.
—¿Hola? —pregunté a la nada, ansioso por encontrar a alguien más en esta extraña habitación. Mi voz resonó en las paredes –si es que había alguna- y produjo un eco que no paró en minutos. No recibí respuesta.
Comencé a caminar a paso lento pero firme, mirando los alrededores. Lo único que alcanzaba a distinguir era el reloj, el cual había avanzado un minuto y continuaba girando. Mis manos habían comenzado a sudar, por lo que las oculté en los bolsillos de mi chaqueta. Me paré en seco.
Yo no llevaba ninguna chaqueta.
Tanteé mi cuerpo en busca de ropa, pero lo único que percibía era mi piel desnuda mojada por el sudor. Bajé la vista. Estaba semidesnudo, cubierto simplemente por unos boxers negros que no recordaba haberme puesto.
De pronto, vi una chispa color rojo. No se encontraba en la habitación, sino más bien en mi cabeza. Y quemaba. Era como si alguien hubiera prendido fuego mi cerebro y las llamas abrasadoras estuvieran quemando mis pensamientos.
—¿Qué demonios? —susurré para mí mismo, buscando con todas mis fuerzas una explicación para lo que estaba ocurriendo. Pero pensar solo avivó las brasas y causaron un dolor sofocante que me impidió respirar.
Entonces el reloj comenzó a sonar. Fueron cuatro campanazos, cortos pero feroces y llenos de energía que retumbaron en mi cabeza haciéndome olvidar por segundos el fuego que crecía en mi interior.
Uno.
Mis manos arrancaban mi cabello descontroladamente, intentando eliminarlo para refrescarme. Los mechones negros caían al suelo. Sonreía por la frescura que recibía. Pero luego, sentí que otra vez las brasas crecían y borraban cualquier tranquilidad que había recibido.
Dos.
Comencé a correr. La brisa calmaría mi cuerpo en llamas por un tiempo hasta el punto de poder tirarme al suelo y rodar para apagarlas.
Tres.
El pecho me dolía. Los músculos me dolían. Seguir vivo me dolía.
Las llamas habían robado todo el oxígeno de mi cuerpo y no le dejaban nada a mis pulmones, los cuales se sentían secos y agotados. Los pies, cansados de tanto correr, se enredaron y caí al suelo, golpeando todo mi rostro. Sentí un hilo de sangre correr desde mi mejilla hasta mi cuello. Cerré los ojos, sintiendo mi cuerpo quemarse vivo.
Cuatro.
—Ayuda —balbuceé, expulsando mi último aliento de vida.
—¡Zayn!
El grito se escuchaba en la lejanía y se aproximaba lentamente a mí.
«¿No estoy muerto?». Eso no era posible. Se suponía que el fuego me había quemado y ahora ya no existía; era un fantasma vagando por la nada. «¿O es que ya estaba muerto antes y me habían enviado al infierno para sufrir una segunda muerte?». No entendía lo que sucedía.
—¡Despierta! —ahora su voz se escuchaba más aguda y delicada, como si se tratara de una mujer. Y por lo visto, una bastante preocupada.
Hice un esfuerzo para abrir los ojos; tenía curiosidad de saber quién era esa misteriosa dama que repetía mi nombre. Tomé una bocanada de aire e intenté levantar los parpados. Estos solo temblaron con miedo.
—¡Vamos, Zayn! ¡Despierta!
Volví a intentarlo. Esta vez con más éxito, logré abrirlos un par de milímetros, dejándome ver una luz cegadora que me impidió continuar, obligándome a volver a cerrarlos.
Pero había visto algo. Había abierto los parpados. Me había asegurado de que no estaba muerto. Quise sonreír, pero sabía que eso solo gastaría la poca energía que tenía y necesitaba guardarla.
Con un último esfuerzo, usando la poca fuerza que me quedaba, abrí los ojos.
La luz había sido apagada, dejando lo que parecía ser una habitación a oscuras. Mi habitación. Unos fragmentos de memoria comenzaron a moverse frente a mis ojos: una llamada telefónica entre gritos; una chica con melena rubia mirándome con ojos tristes; un beso lleno de pasión y lágrimas; una ira incontrolable.
Comencé a tocar las sábanas, sintiendo los cortes hechos con mis manos. Una imagen de mi furioso despedazando cada tela se desplazó en mi memoria. Sentí ganas de gritar por haber hecho tal estupidez. Continué investigando. Rocé una zona húmeda y me detuve. Un breve recuerdo apareció y retiré la mano. Era obvio que iba a tirar esas sábanas.
Entendiendo que no iba a conseguir mucho acostado, decidí, por lo menos, sentarme. Coloqué un pie en el suelo seguido lentamente del otro. Emití un gruñido de dolor. Todas mis extremidades se encontraban dormidas, y por lo tanto, rígidas. Tomé una gran inhalación de aire e hice un esfuerzo para levantar mi torso.
—¡Mierda! —grité con todas mis fuerzas. Todo mi cuerpo fue atravesado por una corriente de energía, obligándome a sostenerme de la orilla de la cama son ambos brazos. Jadeé.
Cuando el dolor disminuyó lo suficiente como para respirar con normalidad, alcé la vista. Todos los libros de mi cómoda se encontraban en el suelo; las páginas arrancadas y hechas pedazos junto con mi ropa. «Debo aprender a controlarme», pensé divertido, intentando darme ánimos y evitar caer en una profunda depresión de nuevo.
—¿Zayn?
Me giré hacia la puerta. Una chica, rubia, me observaba con los ojos bien abiertos. En sus manos llevaba una toalla mojada; las gotas de agua formaban un pequeño charco en el suelo.
—¿Perrie? —dije sin pensar, mirando sus ojos celestes a la espera de que desaparecieran como su tan solo fuera un fantasma. Pero se quedó ahí, mirando; y sin desaparecer.
—¡Zayn! —gritó, tirando el paño mojado a la pared y corriendo hacia mí para abrazarme. Abrí los brazos y, a pesar de sentir dolor por todo mi cuerpo, la abracé lo más fuerte posible. No me sorprendí al sentir mis mejillas mojadas.
»Pensé que jamás despertarías —dijo luego de unos minutos, apretando su agarre—. Cuando llegué estabas tirado ahí, con los ojos cerrados y volando de fiebre. Pensé que estabas muerto.
Un sollozo salió de su boca y la apreté más a mí, enterrando mi cara en su cabello y aspirando el olor a vainilla.
—Yo también creí que estaba muerto —confesé, acariciando su espalda. Su cuerpo se puso rígido—. Sentía mi cuerpo en llamas y no podía respirar. Pero eso solo fue la segunda parte.
—¿A qué te refieres? —preguntó, retrocediendo unos centímetros para poder verle la cara. Dos bolsas negras colgaban de sus ojos y unos surcos enormes cubrían su cara.
Miré sus ojos cansados e, irónicamente, sonreí.
—Cuando te dejé en el aeropuerto y te vi alejarte de mí, fue cuando realmente sentí que me habían robado la vida.
__
Y acá todos los sentimientos de una gorda fan Zerrie shipper D''':
¿Qué opinan de la "nueva"? Yo, sinceramente, quiero tirarla de un acantilado y comer palomitas mientras se desangra :3 okno, pero no quiero que salgan poRQUE YO QUIERO A MI PEZZA
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Ladies of the Darkness » little direction
Fanfic❝Las estrellas no pueden brillar sin oscuridad❞, dijeron ellas, admirando el cielo nocturno plagado de manchas blancas mientras corrían de la policía. En ciertas ocasiones, es difícil elegir entre el bien y el mal. #782 en fanfic 18/02/15 (es un log...