El tiempo es inestable. Avanza lento cuando queremos que pase rápido, y veloz cuando ansiamos que se enlentezca.
Aquellas fueron las dos horas más largas de toda mi vida. No podía concentrarme en el trabajo; tampoco pensar en otra cosa que no fuese en la visita inesperada de mi madre y en el desmadre que me estaría perdiendo. Porque sí, la palabra «normalidad» no entraba dentro del vocabulario de mis compañeros de banda.
Cuando ya me había mordido todas las uñas y empezaba a despedazarme las cutículas, el gran reloj marcó la hora en la que terminaba mi turno de trabajo.
—¡Al fin!
Eché el cierre a toda velocidad y salí corriendo al encuentro de mi padre, que me esperaba con el coche estacionado frente a la puerta. Normalmente no me importaba la lentitud con la que conducía, pero hoy me resultaba irritante.
Ojalá condujera Zac.
—Papá, ¿puedes ir un poco más deprisa?
Él me ignoraba, cantando a todo pulmón esas canciones que eran famosas en su adolescencia. Entendía su emoción; seguramente yo también seguiría cantando temas de One Direction cuando tuviese su edad.
Me pasé todo el trayecto jugando con mis dedos de forma nerviosa. Si ya estaba intranquila, el hecho de no recibir respuesta por parte de mis compañeros me tenía muy intranquila. Vivían con el teléfono pegado en las manos, ¿cómo es que precisamente hoy, todos habían decidido desintoxicarse de las redes sociales?
Media hora después de mi última queja, mi padre detenía el coche a unos metros de la entrada. Prácticamente no le di tiempo a estacionar con propiedad. Me abalancé sobre la puerta cuando el motor aún rugía y eché a correr al interior de la casa.
Todo estaba excesivamente tranquilo, lo cual me preocupaba.
—¿Hola? ¿Mamá?
Lo bueno de vivir en una casita de muñecas era que podía gritar desde la puerta y estar segura de que absolutamente todos me escucharían. Aquella debía de ser la única ventaja.
Zac me recibió en el salón, con las piernas sobre la mesa y las manos por detrás de la cabeza. Al escucharme gritar se enderezó ligeramente sobre su asiento, con el ceño fruncido y mirando su reloj de pulsera.
—Peach, qué pronto has venido. Estaba a punto de salir a buscarte.
—Me ha traído mi padre —contesté, dándole un manotazo a una de sus piernas para que las pusiera en el suelo.
Normalmente me daba igual, pero quería que mi madre se llevase una buena impresión de los chicos.
Entre gruñidos de indignación, el castaño bajaba los pies y se sentaba erguido sobre el sillón. Justo a tiempo para la aparición en escena del resto de la banda.
—Hola, cariño.
Mi madre, una señora de cuarenta años con una figura envidiable y una larga cabellera castaña aparecía en escena, tan radiante como siempre. A su lado, Drew avanzaba al mismo ritmo, con un brazo por encima de sus hombros y una sonrisa de oreja a oreja.
—Peach, ¿por qué no nos dijiste que hoy vendría la suegrita? —bromeaba el rubio, estrechando a mi madre contra su cuerpo.
Me tensé de inmediato, temiendo una respuesta negativa por parte de la aludida. Ella, sin embargo, lo encontró tremendamente gracioso y empezó a reír como una adolescente.
—Ay, pero qué bromista eres, Drewsito.
Ew. Por algún motivo me resultaba muy desagradable que lo llamase así.
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Elysian [Poliamor]
Ficção Adolescente+18 Una chica entusiasta 🍑+ tres músicos sexis 🎸¿Por qué escoger uno cuando puede tenerlos a todos? *** Peach tiene un gran sueño, el de tocar en una banda de música y ser mundialmente famosa. Cuando encuentra la invitación a una audición no se lo...