12 - Cuatro minutos 🎸

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En ocaciones encontramos la belleza en los gestos más insignificantes.

Era incapaz de olvidar el sonido de la risa de Jax, o tal vez no quería hacerlo. Se me había quedado grabado en el subconsciente de tal forma que acabé soñando con él. O con una versión mejorada de él en la que sonreía todo el tiempo.

Después de descubrir que el rompeovarios tenía emociones y no era un témpano de hielo había una pregunta que me martilleaba la cabeza constantemente.

«Jax, ¿qué te hicieron?»

Porque debía de haber una razón oculta. El tiempo diría si alguna vez llegaría a descubrirlo.

Con aquella pregunta rondando por mi mente abandoné el cuarto de baño después de una reconfortante ducha. Encerrarme desde dentro era parte del ritual, para asegurarme de que no se repitiese el incidente con Jax.

Avancé descalza por el pasillo hasta llegar a la cocina, encontrándome con el pelinegro de espaldas, sin camiseta. Tenía el cabello alborotado, signo inequívoco de que se había despertado hacía muy poco. Con la cabeza agachada llenaba un bol de cereales y, por último, la leche.

¿Qué clase de psicópata lo hacía así? Todo el mundo sabe que primero va la leche y después los cereales.

En medio de aquella labor sencilla giró el cuello hacia atrás, viéndome llegar, y volvió a mirar hacia al frente.

—Buenos días —saludó, con voz ronca, como si no fuesen las cuatro de la tarde.

Parpadeé, confusa, y yo también miré hacia atrás, buscando a esa persona a la que se dirigía. Solo estábamos él y yo.

Era la primera vez que me lo decía.

—Buenos días.

El rugido de mi estómago rompió el silencio que se había instaurado entre nosotros. Me puse a su lado, mirándolo de reojo, y preparé mi desayuno en orden inverso al que él había seguido.

Aquello no pasó inadvertido para Jax, que clavaba su mirada sobre mis cereales ahogados en leche.

—Solo los psicópatas lo hacen así —sentenció, y se fue derechito hacia el salón.

Solté una risotada por la inesperada coincidencia de pensamientos. Tal vez no éramos tan diferentes después de todo.

Con el tazón hasta arriba de cereales, seguí a Jax hasta el sofá y me coloqué a su lado, como siempre hacíamos. Había una regla no escrita en la que cada uno tenía asignado un puesto, y desde mi llegada lo habíamos respetado.

Sentada al estilo indio vi aparecer a Zac y Drew, el primero rascándose los huevos sin disimulo y el otro bostezando hasta enseñarme la campanilla. Vaya par.

—Zac, recuerda que hoy tenemos un asunto importante —le recordé mientras masticaba un puñado de cereales humedecidos. Si mi madre viese la persona en la que me había convertido se llevaría las manos a la cabeza.

Los miré en silencio, viéndolos en su hábitat natural. Estaban desaliñados y se comportaban como si nadie los mirase, despreocupados ante la idea de que pudiese verlos hacer algo que no estuviese bien visto en público. Creo firmemente que habíamos llegado a tal nivel de confianza que en cualquier momento alguno soltaría un gas y nadie le daría importancia.

—Tranquila, ya he comprado los condones —respondió, y yo le lancé un cojín a la cabeza.

Jax encendió el televisor, cambiando de canales de forma distraída. Saltó una película del oeste, un programa de citas a ciegas y por último, las noticias.

Elysian [Poliamor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora