20 - Helado de fresa 🎸

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A veces, aquello que tanto anhelas está justo delante de tu nariz.

Invisible e intangible, el amor es un sentimiento silencioso que va creciendo día a día sin que te des cuenta, hasta que se convierte en un torbellino imparable que te arrasa y te sacude de pies a cabeza. Y es, en ese momento de no retorno, que comprendes que es demasiado tarde como para ponerle fin.

Pero, ¿cómo era posible?

De todos los que había, ¿Jax? ¿En serio?

Tantas veces que lo repudié, tanto que lo maldije en silencio, y ahora era incapaz de dejar de pensar en él. No sé en qué momento esa aversión se convirtió en atracción, o tal vez siempre la hubo pero no fui consciente de ella hasta ahora.

No podía luchar contra lo que sentía, pero sí podía guardármelo para mí hasta que la tormenta amainase. ¿De qué servía confesarlo si no era recíproco?

Ah, mierda, el amor nunca había dado tanto miedo como ahora.

Aterrada o no, lo cierto era que la noche anterior había sido una de las más divertidas —e intensas— que había vivido en toda mi vida. Era inevitable carcajearme a solas al recordar la forma en la que Jax y yo abandonamos la fiesta. Por la puerta trasera, con una gabardina que «tomé prestada» de la otra bajista, él con una chaqueta de cuero de Rex, y los dos con gorras y gafas de sol. Habríamos suspendido si se tratase de un examen de «cómo pasar desapersivido» pero, por suerte, nuestra huída coincidió con el momento de máxima expectación de la noche. No había nadie en los pasillos, todo el mundo se agolpaba en la sala, con sus ojos puestos en una misma dirección. Mientras se sorteaba el orden de las actuaciones en la final, aprovechamos para escabullirnos y salir a hurtadillas sin ser vistos.

Todo fueron risas y bromas, hasta que eché mano al teléfono y accedí al registro de llamadas.

«Papá, 02:37 horas. Duración de la llamada: 5 minutos, 37 segundos».

Mierda.

Había aceptado la puta llamada.

Me paralicé con la mirada clavada en la pantalla, sintiendo las mejillas enrojecer y mi sangre entrar en ebullición. Mi padre debía de haberme escuchado durante cinco jodidos minutos follando de la forma más salvaje posible en el que fue el polvo más memorable de toda mi vida. ¿Cómo iba a ser capaz de mirarlo a la cara?

Aquel sentimiento bochornoso no hizo más que potenciarse cuando sentí el móvil vibrar en mis manos y recibir una notificación emergente.

[Papá]: Tenemos que hablar.

[Papá]: Mañana pasaremos a buscarte.

Ahí estaba. Había llegado la hora de mi muerte.

Ya veía venir la charlita de «Pero, hija, ¿quién es ese joven?», «¿cómo se llama?, «¿es un buen chico?, «preséntanoslo».

Definitivamente, no.

Dejando a un lado mis sentimientos, aquello solo había sido un polvo, y no veía a Jax como el típico chico que quisiera «conocer» a mis padres. A pesar de todo, aquella idea inundó mis sueños, tanto así que al despertarme a la mañana siguiente me llevé una decepción al darme cuenta de que no había sido real.

Al abrir los ojos me encontré en mi cama, con las sábanas en el suelo y Moxy a mi lado. Ella aún estaba dormida, abrazada a mí, con sus braguitas negras de encajes y su camiseta muy por encima del ombligo como pijama. Con sus ojos cerrados su rostro se veía en completa paz. Debía de ser el único momento del día en el que se viese tan inocente.

Temía despertarla ante el más mínimo movimiento por lo que, babeando sobre mi hombro, la aparté suavemente hasta liberarme de su agarre. Ella se quejó, emitiendo ruiditos de disconformidad y hablando en sueños, y yo respondí enrrollando sus brazos alrededor de mi almohada. Pareció funcionar. Sus quejidos se convirtieron en balbuceos en mi camino hacia la puerta, y en el último instante antes de abandonar la estancia la escuché susurrar mi nombre.

Elysian [Poliamor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora