52.-La tormenta de la camelia

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El duque Sutherland no había cambiado su forma de trato con el duque Edwards aún cuando se enteró del secreto celosamente guardado por muchos años. Mantuvo, como era de esperarse, una inalterable reacción cosa que Anker no pudo lograr pues se había mostrado severamente compasivo cuando Perriett vino en persona a recoger sus brebajes. 

Fue de mucha suerte que el duque Edwards no volviese a ver a Anker más que para acudir por nuevos brebajes. Favorablemente, los resultados que estos prometieron fueron los esperados. Perriett no se presentó nuevamente a las reuniones con la mirada desorientada y por lo contrario, parecía lucir una tez más saludable de lo normal. Quizás eso se debía también a la animosa compañía que Jade le otorgaba ahora que podían pasar más tiempo juntos. 

Ahí es cuando Sutherland se preguntó si sería adecuado consultarle a la señorita Thirlwall sobre la condición de su cortejo. No era opción enfrentar al duque Edwards puesto que la reacción podría ser tan perjudicial como no. Objetivamente, era jugarse la vida. Por ello, Sutherland prefirió dedicar parte de su tiempo a pensar en la posibilidad de contarle a Jade sobre lo recién descubierto. 

Pero...¿y sí la señorita ya lo sabía? 

El caso sería otro, efectivamente. Y, siendo sinceros, lo tomaría por sorpresa. En el Imperio Gardia la sociedad no miraría con buenos ojos aquella relación ilícita y las parejas que decidían afrontar dicha realidad sufrían mucho por mantenerse unidas. Tal no era el caso del reino Uriel, donde la poligamia era aceptada y diversa. Un poderoso hombre rico podía tener en su harem mujeres y hombres a la vez. En el reino Thelmon, donde su hermana Deysi gobernaba al lado de su esposo, no se permitía la poligamia pero sí las uniones civiles de ese tipo. Era cierto que el templo principal aún no daba su licencia para permitir uniones religiosas, pero tal idea poseía una gran aceptación entre los ciudadanos que no sería muy extraño que en unos cuantos años cedieran ante la voz pública. 

Viéndolo desde otra perspectiva, Sutherland creía que si, en todo caso, no lograban permanecer en Gardia como una pareja podían intentarlo en otros reinos. No le sería muy difícil al duque Edwards buscar información y obtener los permisos pertinentes para el viaje; sin embargo, Jade era otro asunto. Sabía que aquella joven quería mucho a su madre y a sus amigas. El distanciamiento que se tomaría era algo serio y debía pensarse con bastante cuidado. Las reacciones podrían ser tan pasivas como agresivas si es que no se comunicaban adecuadamente...

Pero esa situación era solo hipotética. Sutherland no sabía si Jade había pensado ello o si alguna vez se lo planteó seriamente, sea cual sea el caso, la realidad aún era un misterio. Por eso, el gran debate que cada día se formaba en su cabeza era tal que terminó por preguntarse sinceramente la importancia que significaba para él. Cuánto lo afectaba y cuál era la razón. ¿Acaso era la preocupación de la influencia que tendría en la estabilidad y tranquilidad del Imperio o algo más íntimo que..?


"No"


Pensar en esa opción incompleta era absurdo. No tenía sentido y aunque lo tuviese era imposible. ¿Qué hombre en su sano juicio era capaz de dejarse dominar por sentimientos tan delicados? Peor aún, insinuar que los sentía por alguien cuya atención nunca le sería dirigida. Aquello sonaba como ir a la guerra con el armamento inapropiado y las habilidades de esgrima por debajo del nivel. No era nada sabio, mucho menos para alguien como Herman Sutherland, candidato a la corona Imperial y líder de los espías imperiales. Con ello en mente y repitiéndoselo varias veces, el duque decidió retroceder estratégicamente en sus pensamientos, apartando su preocupación por el conocimiento de Jade sobre el secreto de Perriett y centrándose completamente en los asuntos del Imperio. 

El secreto de la familia Edwards |Jerrie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora