24.-Residencia Edwards

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El emperador había cancelado abruptamente la fiesta de premiación luego del desastroso incidente.

Decir "desastroso" fue poco ya que el hombre, aunque sereno y tranquilo, había demostrado guardar una gran y potente personalidad para aquel día y exactamente aquella situación. Apenas y se supo que el duque Perriett, hijo de su hermana y sobrino predilecto, había sido herido de gravedad, el emperador de Gardia mostró el rostro más enojado que su esposa de antaño pudiese haber apreciado. 

La guardia imperial para aquel momento le rogó al emperador que se dirigieran a una habitación especial de resguardo por su bienestar y está de más narrar que el llamado a huir de la escena no se movió nada más que para mandar a llamar a los organizadores y al comandante Berlot (encargado de la seguridad) a una reunión con suma urgencia. Con cierta cortesía contenida y construida con precaución, se disculpó por el incidente a los presentes y rogó le perdonasen el cancelar la fiesta de premiación. 

Los altos mandatarios asistentes al evento de otoño lo comprendieron, no obstante, cuando estuvieron sanos y salvos en las instalaciones del castillo Imperial no pararon de hablar del descuido grave de la seguridad de Gardia. Era casi inaudito que un grupo de no menos de cinco integrantes haya causado tal desastre en un evento que solo se festeja cada ciertos años. 

Berlot, luego de mandar a las mazmorras del castillo imperial a las dos escorias que habían osado cometer tal delito, con rapidez y ligereza se apresuró a asistir al llamado del emperador. Los organizadores ya estaban en aquella sala de reuniones para cuando llegó. El ambiente era tan pesado que ni siquiera el candelabro de velas encendida a viva llama pudo calentar el cuerpo de los presentes. Todos lucían rostros de no poder explicar una sola palabra y las gotas heladas de nerviosismo corrían por las frentes más viejas de los organizadores.

El comandante respiró profundo cuando el emperador ingresó a la habitación.


-Saludos al sol y majestad divina del Imperio Gardia.


El emperador, seguido por dos guardias, tomó asiento en el escritorio. Las puertas del área cuadrada fue cerrada tras un tercer guardia que resguardó la entrada. 


-¿Alguien podría explicarme lo sucedido?

La voz del emperador no podía sentirse más helada que el ambiente que se respiraba. 

-Su majestad, no tenemos alguna...

-No quiero excusas solo una explicación breve-el hombre retrocedió unos pasos, avergonzado y ocultando su rostro nervioso-Comandante, ¿interrogó a los implicados? 

Berlot golpeó su pie contra el piso con fuerza e hizo un saludo breve. El emperador asintió y Berlot bajó la mano-Mi escuadrón los tiene retenidos en las mazmorras del castillo. Ala oeste y más alejada de los visitantes. Aún no se ha realizado interrogatorio alguno, su majestad.

-Bien-el emperador barrió con su mirada a los presentes y todos, salvo el comandante quién mantenía su porte recto, mantenían las miradas gachas-¿Cómo es posible que el responsable del evento haya dejado entrar a dos rufianes a la última prueba? 

-Su majestad, los guardias encargados de revisar las invitaciones no observaron nada extraño-habló uno de los organizadores con claro nerviosismo ya que tartamudeó más de dos veces.

-Pues mi sobrino no opina lo mismo, señor-dijo el emperador-¿Nadie aparte del comandante Berlot podrá decirme algo más sensato y factible?

-Su excelencia...-habló uno con voz casi baja-la falla clara de esta ocasión fue de la revisión de entradas pero también podría suponerse que los caballeros imperiales debieron estar preparados para cualquier evento desafortunado en tan importante día.

El secreto de la familia Edwards |Jerrie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora