1: Contacto visual

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Mirar cosas hermosas.

Mirar obras de arte; mirar atardeceres; mirar jardines infinitos; o castaños encantadores con sonrisas deslumbrantes, provocaba la más primaria de las respuestas de la corteza orbitofrontal medial, que era una delgada, muy delgada porción de cerebro localizada directamente detrás de los ojos. Estimulada con imágenes de cosas hermosas hacía que sus centros de placer se iluminaran como fuegos artificiales en el día de la independencia, la pólvora era la recompensa de dopamina. Como un incentivo fisiológico.

Dopamina y oxitocina y vasopresina y quizá, quizá un poco de adrenalina.

Yoongi podía mirar para siempre.

La cosa era que, como pasaba casi siempre con las obras de arte en los museos locales cuyo autor y nombre se perdían en los recuerdos, Yoongi tampoco sabía cómo se llamaba aquel que había estimulado con aterradora precisión los centros de placer en su cerebro.

Era…era hermoso de una manera que no podía diseccionar. Como las obras de arte, ¿verdad?

Pero no era que fuera hermoso porque sus colores eran complementarios con los suyos o porque la luz del sol que atravesaba los grandes ventanales de la cafetería iluminaba solo una porción de su rostro o porque estaba sentado justo en medio de la composición perfecta de este cuadro mental que Yoongi estaba pintando en su cabeza. No era hermoso porque fuera hermoso sino porque Yoongi creyó que así lo era y su corazón se saltó un latido y pensó que así era cuando miraba las obras de arte.

Como con las obras de arte, también, era distante.

No era hermoso porque fuera hermoso, aunque lo era.

Era hermoso porque sonreía con desenfreno, y su voz viajaba como las golondrinas migratorias, y sus pestañas revoloteaban como alas y sus suspiros se enganchaban en diminutas nubes de vapor de invierno que se mezclaban en el cargado oxígeno de la cafetería a la que Yoongi había ido todos los días durante dos años.

Apareció de repente ese día. Se sentó en la mesa central frente a la barra en la que nadie nunca se sentaba como si no pudiera dejar oportunidad a Yoongi de que simplemente no lo viera y Yoongi lo veía, claro que lo veía. De hecho, no podía dejar de verlo.

También pudo escuchar a medias su charla con el barista del café.

Escuchó, como se escuchaban las charlas en un colectivo, asimiló el murmullo de su voz sin entender ni una sola palabra, pero sus labios formaban señales luminosas con su movimiento y sus mejillas se hacían rosadas por el viento frío que entraba por el tragaluz que seguía abierto.

Yoongi podría mirar para siempre.


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Estaba allí todos los días después de ese primer día hacía una semana y se sentaba en la misma mesa de la cafetería al igual que había hecho Yoongi todos los días durante los últimos dos años. Yoongi miraría unos minutos y luego se reprendería por ser demasiado entrometido y tomaría su café y haría sus deberes más importantes y pondría en pausa la música de sus audífonos porque el chico castaño de las sonrisas encantadoras pensaba en voz alta y Yoongi creyó que su voz era igual de hermosa que él.

Blow drying your beloved's hair and other extreme romance moves | M.YG - K. SJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora