2: Agarrarse de las manos

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Entre el infinito de cosas dichas y no dichas, hechas y no hechas, pensadas, ignoradas y la cantidad injustificada de hechos que Yoongi procesaba en su cabeza cada día antes de dormir, existía un espacio pequeño y ordenado y limpio y puro en el cual pensaba exclusivamente en Kim Seokjin.

Estaba empezando a ser preocupante, pero preocupante quizá no era la palabra, quizá la palabra era enamorado, se estaba enamorando de Kim Seokjin.

Pensaba en Seokjin vistiendo su ropa casual de estudiante y pensaba en Seokjin pidiendo siempre la misma orden de café y pensaba en Seokjin cuando no debería pensar en Seokjin y no podía dejar de pensar en él cuando la misma persona estaba sentada en la misma mesa que él porque un día solo habían decidido que mirarse desde lejos había dejado de ser suficiente.

Comenzó con la primera mirada y luego había sido como si ninguno de los dos pudiera dejar de verse.

Estaban escribiendo, cada uno en sus respectivos aparatos, Yoongi a veces usaba audífonos sin sonido y Seokjin a veces leía un libro, pero se miraban, y no hablaban, solo se miraban y estaba bien.

Se miraban y se miraban y luego alguno de los dos se iba y entonces Yoongi no podía dejar de pensar en ello mientras intentaba ser una persona funcional durante el resto del día.

Luego un día, simplemente, un par de chicas habían sido conducidas por el barista a la mesa habitual de Seokjin antes de que él llegara. Fue tan, tan, entrañable ser el primero en darse cuenta del rostro perdido de Seokjin cuando no sabía qué hacer al llegar y darse cuenta de que no tenía donde sentarse.

Había girado sobre sus pies, su rostro pequeño contraído en un sinfín de expresiones confusas y Yoongi estaba absolutamente seguro de que le gustaba un poco demasiado la persona que apenas y sabía de su existencia.

Yoongi había alzado la mano, no porque ya no fuera un cobarde, sino porque eran las cosas automáticas que haces cuando alguien te gusta, entonces lo saludas con la mano levantada, como si lo conocieras de toda la vida.

Pero ese era el hecho ¿No? De alguna manera se conocían.

Se conocían sin conocerse.

Yoongi había señalado la silla eternamente desocupada de su propia mesa habitual y Seokjin no había dudado. Ni un solo mínimo segundo de vacilación cruzó su rostro cincelado. Pareció suspirar al vacío, como cuando la paz se apodera de tus omóplatos, y caminó hacia Yoongi como si se supiera el camino de memoria.

Ya no eran metros, ni sillas, ni computadoras, ni la pintura imaginaria la que los separaba. Eran centímetros y vasos y palabras solo en medio de los dos.

Yoongi no sintió que su mundo se tambaleara, ni sintió que su corazón se saldría de su pecho. Por el contrario, como Seokjin, dejó escapar un suspiro de tranquilidad.  Como si siempre, desde un comienzo, el silencio entre los dos no hubiese sido producto de la distancia.

Como si en realidad no hubiese estado en paz un solo segundo de su vida hasta que Seokjin se acercó a él, entonces de repente el terremoto de circunstancias que era Yoongi se había estabilizado en una pequeña villa.

Y no tenían que decir una palabra ¿Bien?. Ya no importaba si la mesa habitual estaba vacía. Se sentaban uno frente al otro y se miraban y sonreían y era como se suponía que eran algunas cosas que solo tenían que ser.

Yoongi pensaba mucho en Seokjin.

Y pensaba cuando Seokjin leía un libro, cuando murmuraba sus ideas en voz alta, cuando rascaba su nariz enrojecida por el frío y cuando se tapaba sus orejas, enrojecidas porque Yoongi seguía mirando.

Pensaba y pensaba y pensaba hasta que Seokjin hablaba y entonces todo lo demás se quedaba en silencio.

—Nunca me dices una sola palabra —había dicho Seokjin una vez y su voz era como la línea de un poema: la caricia del primer rayo de sol al amanecer; la luz de la luna; el rocío de la flor. Podía pensar en cualquier atisbo de poesía, en cualquier verso inspirado en las cosas mundanas y Yoongi podría escucharlo con la cadencia de su voz.

Yoongi no había levantado la vista todavía, haciendo gala de su autocontrol: —¿Qué debería decir?

Seokjin se encogió de hombros y revolvió el tarrito de los palillos —No lo sé —sonrió— tú y yo sabemos lo que queremos escuchar.

Yoongi apartó sus audífonos que habían estado siempre apagados y lo miró a los ojos. Eran los mejores ojos que miraría alguna vez —¿Y qué es eso que ambos queremos escuchar?

Seokjin se había reído —Que me invitarás a salir.

Yoongi siguió mirándolo reír, reír nervioso y reír de alegría, cuando Yoongi no pudo evitar devolverle la sonrisa y responder —De hecho, te invitaré a salir.

Y no era que hubiese dejado de ser cobarde, eran solo las consecuencias de una cosa y solo esa cosa: del hecho de que pensaba mucho en Seokjin.

Del hecho de que podría mirar para siempre a Seokjin.

Y escuchar reír a Seokjin.

Y verlo leer, pensar, hablar, caminar, ser.

Del hecho de que le gustaba mucho Seokjin.

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Su primera cita fue en el museo local. No era el lugar perfecto para tener una primera cita, era solo que Yoongi se había olvidado de que tenía una clase allí ese mismo día.

Se había disculpado tanto, tanto. Seokjin había dicho que no importaba con una mirada brillante —La verdad, me gustan los museos —murmuró como si fuese un secreto.

No era un secreto, Yoongi podría decirlo por sus libros y sus pensamientos en voz alta. Sin embargo guiñó un ojo y se acercó un poco. Susurró de vuelta que no se lo diría a nadie, porque eso haces cuando alguien te cuenta un secreto.

Seokjin lo había mirado con un poco de nerviosismo y las mejillas rosadas. Quizá porque estaba muy cerca, quizá porque solo era Yoongi y Seokjin siempre se sentía como lleno de energía cuando estaba en alguna parte cerca de sí mismo.

Al final no había podido resistirse y había preguntado si podía escabullirse junto a él a la clase.

Yoongi, como posiblemente sería cada vez que Seokjin pidiera algo, dijo que sí, absolutamente, por favor, sería un placer. 

Así que habían tenido su primera cita entre una proyección de Le Corbusier y atisbos de paisajes de la dinastía Joseon.

Seokjin se había escondido cerca, muy cerca de Yoongi, esperando no ser separado por la multitud. Algo en el cerebro de Yoongi, en el fondo, en algún lugar entre el primitivo y el límbico le dijo que la solución era sencilla: quizá agarrar la correa de su mochila, quizá sostener la esquina de su manga, quizá...

Yoongi no agarró la mano de Seokjin ni Seokjin agarró la suya, no entrelazaron sus dedos, no juntaron sus palmas, pero en las filas de atrás, donde nadie podía ver, las dos personas unieron sus meñiques con fuerza, anudados como si no existiese huracán o tsunami que pudiese separarlos. Miraban al frente, porque alguien estaba hablando de An Jung-sik, pero para Yoongi, y quizá también para Seokjin, su mente estaba a un millón de noches de distancia, en ese lugar pequeño y ordenado y limpio y puro dedicado exclusivamente a sus dos manos juntas.

Después de todo, y para cualquier referencia futura, Yoongi siempre pensaba en Seokjin.

Y, después de todo, y para cualquier referencia futura, Seokjin siempre pensaba mucho en Yoongi.

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Blow drying your beloved's hair and other extreme romance moves | M.YG - K. SJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora