— ¡Hola, preciosa! Dios mío, cuantísimo tiempo sin verte — dijo mi tía Elizabeth abrazándome y zarandeándome hasta quedarme sin aire —. Estás magnífica. Qué bien te sienta el sol de Los Ángeles.
Reí.
Mi tía era muy cercana a mi. Ella era la hermana de mi padre y para mi fue, y será, más que mi tía. Siempre estuvo junto a mi, incluso cuando me fui a vivir a Los Ángeles, y apreciaba mucho todo lo que hacía por mi.
Saludé a mi tío David, con uno de los saludos que nos inventábamos cuando era pequeña, y metí mis maletas dentro de casa.
Mis padres se quedaron en la puerta durante un rato saludando a mis tíos. Tuve que decir que prefería la temperatura de Los Ángeles. Quizá era porque ya estaba acostumbrada y hacía mucho tiempo que no iba pero me gustaba más.
Mientras todos atravesaban la puerta para pasar dentro de casa, noté como alguien bajaba las escaleras. Giré y vi a mi primo con los pantalones de pijama todavía puestos.
— Anda que nos recibes con una buena imagen — lo señalé mientras me reía.
Yael parecía no saber que íbamos a ir. Igualmente, me respondió y vino hacia mi para darme un abrazo.
— Primita — me guiñó un ojo —. Estás guapísima.
— ¿Tú halagándome? No estarás enamorado... — hundí las cejas burlándome, a lo que él respondió dándome un pequeño golpe en el hombro.
— Ya no somos enanos, ¿recuerdas? Hemos madurado. A no ser que todavía tú no lo hayas hecho...
Fruncí los labios intentando no reírme para que no pensara que tenía razón.
— Tú no has contestado a mi pregunta — me giré para escuchar lo que decía mi tía.
Yael tenía un año más que yo, por eso siempre se las dio de sabelotodo y de líder hasta cuando tenía seis años. Aunque en el fondo todos sabíamos que la mejor siempre fui yo.
También se las daba de Dios griego que, sitio que pisaba, sitio que dejaba huella entre las mujeres. Y no lo culpaba. Mi primo Yael era muy guapo, pero se lo tenía muy creído. Al ser el típico chico con las venas marcadas en los brazos y manos, con tatuajes, el pelo negro con forma de libro despeinado y con un gusto exquisito al vestir, gustaba mucho a las chicas. Cuando enseñaba fotos mías decían que la belleza era nuestro segundo apellido.
También, nuestra relación cuando nos separamos, digamos que se enfrió, ya que antes éramos super cercanos, hasta que a mi me regalaron mi primer móvil y lo añadí a contactos. Desde ese momento siempre hicimos videollamadas, hablábamos de nuestros secretos, ligues, estudios..., hasta de las cosas más absurdas que nos pasaban, pero nunca hablábamos de nuestros amores más reales, por así decirlo.
Nunca tocamos ese tema, por lo cual, él no sabía nada de Aarón ni de Nicolás, y yo tampoco sabía nada de lo que le podía estar pasando.
Mi tía Elizabeth, o como ella prefería que la llamáramos, Beth, propuso bastantes planes para los días que nos íbamos a quedar, y uno de ellos era salir a comer aquel mismo día para ponernos al día sobre nuestras vidas, por lo que, nos acompañaron hasta nuestras habitaciones para dejar las cosas y cambiarnos si lo necesitábamos. Yo ya me duché, así que solo me faltó ponerme algo para salir.
Mis padres iban a dormir en la habitación de invitados, y yo con Yael, como siempre habíamos hecho.
Estar con él era reírse a cada rato. Mi primo era un payaso y con él nunca lo ibas a pasar mal o aburrirte. Siempre tenía algo entre manos.
Llegamos al restaurante, al lado de la catedral, y todas las miradas se centraron en nosotros. Mi primo era bastante conocido allí, y verlo llegar con una chica hicieron que saltaran las alarmas.
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Mi vecino
Romance- Deberías darte cuenta de lo que haces antes de ponerte a juzgar con lupa a los demás - me miró furiosa. - ¿Y qué querías que hiciera? ¿Fingir que no pasaba nada cuando en realidad te miraba y solo era capaz de recordar aquel momento? - elevó los...