Capítulo 33

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Narra Nico:

Algo dentro de mi no quería salir de esa casa. El volver a compartir espacio, tiempo, piel... fue algo que me hizo recordar cada detalle de lo que nos pasó hace un año. Y cada detalle de ella.

Decidí apartarme porque así lo quiso. Alejarme por completo sin que me viera siquiera en la oscuridad. De ahí la carta; Aquella carta que no debí escribir.

Esa noche estaba borracho, lo admito. Me dijo Nate de salir de fiesta, meterme de todo y olvidarme hasta de mi nombre. Y no le dije que no.

Pero... volví pronto. Antes de lo previsto. Me pillé un taxi porque ni siquiera estaba cómodo allí, y todos eran colegas míos. Me bebí todo lo que iban dejando encima de la mesa de aquel reservado mientras veía a toda la peña bailar y pasándoselo bien desde arriba.

No logré quitarme aquellas palabras que se me clavaron hasta debajo de la piel de Bela. Ni con alcohol.

Nate se me acercaba de vez en cuando, sobre todo cuando me veía apoyado en la barandilla mirando a toda la gente, que por una parte quería olvidarlo todo por unas cuantas horas.

También se me acercaron las tías más raras que conocí en mi vida, pero solo cogí una botella de ron de entre todas las que había, y me la comencé a beber sin respirar.

No encajé esa noche allí. No era yo. No podía dejar de pensar en todo lo que me dijo. En todo lo que salió de su boca. En aquel imbécil que justo en ese momento la estaría tocando.

Solo pude golpear la barandilla y salir de allí corriendo. O como mi cuerpo me lo permitió; tambaleándome de un lado a otro, empujando a todos los que se me ponían por delante para poder salir de allí y llegar a casa.

Del propio cabreo que llevaba encima tiré con fuerza la botella a un lado y paré un taxi. Me subí y cuando me dejó en la esquina de mi casa, salí corriendo porque no llevaba dinero encima y entré.

Me senté con los brazos apoyados en el sofá cubriéndome la cara con las manos. Solo sentía impotencia por no haber podido decirle la verdad en aquel momento.

Miré por la ventana y la vi. Asomada viendo la luna, mientras la fotografiaba con su móvil para tener un recuerdo de esa noche.

Sabía todo lo que le apasionaba. Leer, escribir, la poesía, las películas, la lluvia, la luna, el cielo, las estrellas, el café, su familia... Y todo lo sabía porque la observaba con todo detalle. Cada día. Hasta que escribí la carta.

Cogí un trozo de papel y un boli. Abrí mi corazón, todo lo que pude, porque no todo lo que sentía estaba ahí escrito. Me faltó mucho por decirle, pero si quería cortar por lo sano tenía que explicarle algunas cosas y nada más. Aquello me quemaba por dentro, como nunca antes lo hizo. Me dolía tener que hacerlo, pero era lo mejor para los dos, y era lo que ella quería.

Estaba borracho, pero sabía lo que decía. Algunas cosas las escribí porque me salieron solas. Sin más. Otras las borré, y otras jamás las puse, por miedo. Miedo a perderla para siempre.

Escribí lo que ella quería oír. Explicaciones sin juegos de palabra ni sentimientos, y fue lo que hice, aunque no pude evitar dejar algunas cosas para que supiera que ella..., ella era mi puto punto débil.

Esa misma noche, después de unas horas, me acerqué a casa de Layla. Todavía olía a alcohol y me temblaban las manos y no sabía por qué cojones era. Llamé a la puerta y solo le alcé la mano con la carta para que la cogiera, pero como Bela y ella eran iguales me obligó a pasar y me ayudó a que se me pasara el efecto del alcohol.

Layla y yo solo nos mirábamos. Ni siquiera abrimos la boca para decir nada. Ella sabía por qué estaba así y yo sabía que ella me entendería. Siempre lo hizo. Hasta cuando pasó lo de mi madre.

Mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora