Capítulo 38

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— Ya estamos aquí — dije en alto para que mis padres y Malena me escucharan.

Subí escaleras arriba para llegar cuanto antes a mi habitación y cambiarme de ropa. Media hora antes de irnos, a los chicos se les ocurrió la brillante idea de tirarnos a Layla y a mi a la piscina, y la ropa no se terminó de secar del todo.

Yael me siguió y dejó la puerta abierta para que entraran mis padres.

— ¿Qué tal os lo habéis pasado?

Me giré mientras me ponía unos pantalones secos.

— Muy bien.

— Sobre todo de madrugada — soltó Yael mirándome fijamente con una sonrisa pícara.

Le devolví la mirada para que se callara.

— ¿Qué hicisteis de madrugada? — preguntó mi padre con el rostro fruncido.

— Jugar en la piscina, lo típico.

— Sí. Bela se subió encima de Nico — enfatizó esa frase —, y yo de Seth para ver quién tiraba antes a quién, ¿verdad? — dijo rápidamente mirándome.

— Ah, ¿estuvo Nico? No nos dijiste que iba — se interesó papá.

Asentí mientras me ponía la camiseta.

— No lo sabía — le respondí.

Mis padres se fueron y yo me quedé a solas con Yael. Solo tenía ganas de echarlo de mi casa en ese momento.

— ¿Qué es lo que pretendes? — susurré nerviosa para que los demás no me escucharan.

— ¿Qué quieres decir? — me respondió burlón.

— No te interesa nada de lo que haga con mi vida.

— ¿Ahora no? Pensaba que nos lo contábamos todo — se sentó en el borde de la cama.

— Eso se te olvidó a ti cuando estuve en España, ¿recuerdas?

Yael suspiró y se quedó mirándome.

— Bueno — dijo levantándose del sitio impulsándose con las manos sobre sus piernas —, eso quiere decir que por ti no me voy a enterar.

— Ni por nadie. Si decidí no contártelo es porque te pones muy pesado con esas cosas. Como si tú fueses don perfecto.

— No lo soy, pero entiendo de límites.

— Ugh — puse los ojos en blanco y salí de mi habitación. Lo último que necesitaba era una charla sobre algo que pasó hace meses, que estaba aclarado, y menos de él.

Me fui hacia la habitación de Malena y la encontré ordenando sus cosas. Me senté encima de su cama, para dejarme caer y tumbarme.

— Se enteró de todo lo de Aarón, ¿no?

Fruncí el ceño y volteé mi cabeza hacia ella.

— ¿Cómo lo sabes? — me miró y sonrió.

— Tú habitación está pegada a la mía, y por mucho que intentaras susurrar la otra noche, se escuchaba todo.

— Ni para susurrar sirvo — exhalé.

— Un error lo comete cualquiera — se sentó a mi lado y me acarició el pelo —. Lo importante aquí es que los dos supisteis escucharos y te arrepentiste por hacerle daño. No quisiste que todo acabara así, y fuiste sincera con él. Tarde, pero lo fuiste — giré mi cara para mirar a la suya con los labios fruncidos —. Bueno pero, os perdonasteis por todo y para él es agua pasada. No sigas pensando en eso.

Mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora