Capítulo 32

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Aquella mañana me desperté distinta. Diferente. Rara. No sé cómo expresarlo. Quizá me desperté así por escuchar aquellas palabras antes de dormirme.

Me estiré aún tumbada en la cama y me froté los ojos. Giré la cabeza por un segundo y vi el lado de Nico vacío. Me incorporé y busqué su mochila; Aún estaba allí.

Me levanté de la cama y salí de mi habitación para ir a desayunar. Al pasar por la puerta del cuarto de baño escuché el agua correr por la ducha y supe que alguien se estaba duchando.

Bajé las escaleras con cuidado de no tropezarme, porque aún no tenía los ojos abiertos del todo, y le di los buenos días a Malena, ya que era la única que estaba allí.

— ¿Dónde están los demás? — me rasqué la nuca.

— Nico en la ducha y tus padres volverían pronto.

Asentí cuando recopilé toda la información en mi cerebro y me dirigí hacia la cocina.

Saqué de la nevera la leche condensada y busqué una taza para ponerme el café. Eché lo único que quedaba de la cafetera y me puse lo justo de leche condensada para que le diera el toque. También me preparé unas tostadas con el pan tostado que me dejó Malena preparado y me las hice de tomate rallado, aguacate y un poco de aceite y sal para condimentar.

Puse sobre la isla de la cocina mi desayuno y me senté en una de las sillas. Me puse a responder algunos mensajes del chat de clase, ya que nos quedaban los últimos trabajos que entregar y estábamos libres de exámenes, sufrimiento e instituto.

Estaba deseando terminar porque quería algo de libertad y no tener que estar pensando en los exámenes que tenía que hacer. También quería ir al viaje de Seth y Layla, pero digamos que eso era secundario...

Silvia y yo teníamos que hacer el último trabajo que nos quedaba de Literatura, y le dije que se pasara por la tarde a mi casa para terminarlo. Llevábamos bastante avanzado ya que, después de clase nos quedábamos un rato para terminar lo que nos faltaba por hacer, y solo nos quedaba darle algunos retoques.

Teníamos que hablar sobre el libro de Orgullo y Prejuicio; Un clásico. Elegimos ese libro porque ambas lo leímos, nos encantó, y nos vimos infinitas veces la película.

Por muchas veces que me lo leyera, siempre acababa aún más enamorada de Elizabeth Bennet y Darcy. Y aunque mi libro ya estuviese en las últimas, (al igual que el libro de Cumbres borrascosas) con casi todos los márgenes escritos con mis anotaciones, muchos post-it para localizar las frases que más me gustaron, párrafos enteros subrayados porque me parecieron preciosos y las hojas desgastadas, todavía podía usarlo para lo que quisiera.

Apagué el móvil y lo dejé a un lado cuando terminé de desayunar. Dejé todo en el lavaplatos y subí para cambiarme de ropa y peinarme, porque parecía que me había peleado con alguien.

Escogí algo sencillo y básico porque ese día no iba a salir de casa, y me lo puse. Me hice un moño despeinado, para no tenerlo tan apretado y que luego me doliera la cabeza, y bajé de nuevo. Me fui al baño que había allí abajo y me lavé los dientes. También me perfumé un poco, por si las moscas jeje.

Salí y me senté en el sofá con un libro en las manos, al cual no le presté mucha atención porque encendí la tele y vi la película de La Familia Addams en pausa.

— ¿Quién estaba viendo esto? — le pregunté a Malena.

— Yo, pero puedes poner lo que quieras.

Le di al play y le hice varios gestos para que se sentara a mi lado y terminar de verla juntas. Accedió y subí el volumen.

Varios años atrás, Malena me llevó a ver el musical de la misma película que estaba puesta en la televisión. Me gustó bastante pero nunca pensé en ver la película.

Mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora