Capítulo 28

1.2K 52 4
                                    

Normalmente, no tenía muy buen despertar por las mañanas, y si a eso le sumabas que, en vez de despertarme por la luz del día o porque ya no tenía más sueño, me despertaba por el ruido que generaban terceras personas, me despertaba aún peor, queriendo que no me hablasen.

A eso se le podía llamar gruñón, como el enanito de Blancanieves, pero hay que admitir que molestaba.

La tele se apagó automáticamente de madrugada ya que, si nadie la usaba, lo detectaba y se apagaba sola.

Sobre las nueve de la mañana ya empecé a escuchar ruidos a mi alrededor, molestos pero soportables. Era alguien que quería desayunar pero sin molestar a los demás. Hasta ahí todo bien, pero el problema comenzó cuando bajó alguien sin cuidado alguno. Me estuve moviendo de un lado para otro para que notara que estaba siendo ruidoso, pero no parecía, o no quería, darse cuenta.

Cuando ya me desesperé, froté mis ojos para poder abrirlos sin que me molestara la luz del sol, y me incorporé en el sofá.

— ¿Podrías ser más cuidadoso? Hay gente que quiere descansar — me señalé.

— Uy, perdón — dijo enchufando la cafetera para hacer más ruido, porque café, no estaba haciendo.

Entorné los ojos y dejé caer mi cabeza en el cojín rosado. Hasta las diez no tenía clase, y uno de mis exámenes comenzaba a las once, por lo que me levanté malhumorada gracias a Nicolás y fui a vestirme.

Al subir aluciné un poco. Estaba toda mi habitación recogida. La cama hecha, aunque eso era obvio, e incluso mi maleta recogida y en una esquina para que no molestara. Entré aún asombrada, me puse lo primero que vi, ya que a clase no iba de gala, y bajé a desayunar.

Mi padre tenía el periódico del día en la mano y junto a él estaba Nico desayunando. Desvié la mirada para no encontrarme con la suya y abrí la nevera para sacar la leche. Cogí una cápsula de café para ponerla en la cafetera mientras alcanzaba una caja de galletas de chocolate que hizo Layla para que nos las comiéramos entre todos. Estaban bastante ricas.

Esperé a que el café terminara de hacerse, agarré las galletas y me dirigí hacia la mesa que había delante del sofá para sentarme.

— Beeela — me miró mi padre bajándose las gafas avisándome para que me sentara en la mesa junto a ellos.

Suspiré y me senté a su lado. Les ofrecí alguna galleta por si querían pero lo rechazaron. Mejor, más para mi.

Nicolás acabó de desayunar y se levantó para recogerlo todo y subir a saber para qué. Yo me di un poco más de prisa porque tenía que ir a hacer el examen y no podía llegar tarde. Además, tenía que coger el coche y aparcar, y eso era agotador.

Recogí mis cosas y preparé todo lo que necesitaba para que no se me olvidara. Esos días de exámenes no hacía falta que estuviera en todas las clases, por lo que, solo iba a hacer el examen y volvía a mi casa.

Metí todo lo necesario en un bolsito pequeño que me regalaron tiempo atrás por navidad, y cogí las llaves por si acaso al volver no hubiese nadie.

— Me voy que llego tarde.

Mi padre levantó la vista del periódico y lo dejó encima de la mesa.

— Espera, te llevo yo — dijo levantándose de donde estaba sentado.

— Mmm, de acuerdo — lo miré algo dubitativa.

Le di las llaves del coche y salimos para montarnos con algo de prisa, al menos yo.

Nos pusimos el cinturón, puso el coche en marcha y comenzó a conducir ya que se sabía el camino. Encendí la radio para poner algo de música, ya que mi móvil no tenía mucha batería y no quería gastarlo. Lo solía cargar por la noche, pero se me olvidó y tuve que ir todo el tiempo que estuve allí sin carga.

Mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora