Capítulo 62 "Diamante en bruto"

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Blake.

La desesperación corría por mi sangre. La ola de adrenalina me hizo empujar la puerta de la habitación, con más fuerza de la necesaria. Creí romperla, bueno, eso fue lo primero que pensé al escuchar la madera de la puerta, crujir ante el azote contra la pared.

Mis ojos la buscaron con desesperación y ahí estaba; Sola en la habitación, con ropa de hospital, sentada en la cama con los ojos tristes.

Me acerqué y temí. Me daba la sensación de que si la tocaba iba a romperse y dolía, porque necesitaba abrazarla, tocarla y saber que ella estaba bien, necesitaba fundirme en ella. Necesitaba sentirla viva contra mí.

—Estas bien...—susurré tanto como mi voz me lo permitió. Me arrodillé del lado izquierdo de la cama y tomé su mano.

Ella intento sonreír, pero no lo logró.

Mi hermosa pelirroja intentaba sonreír, aun cuando tenía esa venda cubriendo su antebrazo y dos pedazos de gasa en su cuello.

Una de mis otra observaciones fue que; tenía los ojos hinchados.

Pensar en ella llorando causaba un agujero en mi pecho.

—Me diste un buen susto—dije con una risita nerviosa.

—Lo lamento mucho—dijo y sus ojos brillaron, brillaron por lágrimas queriendo salir—, en serio lo lamento Blake, perdóname. Por favor...

Me levanté y la abracé con delicadeza.

—Esta bien nena. No pasa nada.

—Perdón—repitió y me sostuvo de la playera negra que llevaba puesta.

—No hay nada que perdonar linda—la acaricié en la mejilla.

—Lo lamento...

Volvió a disculparse y empecé a preocuparme. Mi mano ahueco su mandíbula y la hice mirarme.

—¿Pasó algo?—pregunté temeroso—¿algo malo pasó?

Ella guardo silencio y solo lloró. Ni siquiera me miraba a los ojos.

Cher..., Cariño, mírame—seguí sin soltarla—, puedes confiar en mí, lo que sea que haya pasado, voy ayudarte.

—Debí decirte...—soltó y entendí todo.

—No te preocupes. Vas a operarte y luego estarás mejor ¿sí?

Ella abrió los ojos y parecía confundida.

—La doctora nos dijo sobre los miomas—le hice saber.

Sus ojos parecieron aferrarse a algo—Sí, eso. Debí decirte.

—Sentí mucho pánico—confesé.

—Lamento haberte asustado—dijo y pasó sus dedos por mi hombro.

—Bueno. No importa, vas a recompensarlo.

Ella se rio y luego ninguno de los dos dijo nada. Y estuvo bien, no necesitaba hablar. Lo único que necesitaba era verla. Ver como sus ojos me miraban, como su mano seguía en la mía; tangible y y cálida.

—Necesito que me hagas un favor—dijo quebrando en silencio.

La miré—. Lo que quieras.

—Ve a mi casa—dijo—. Entra a mi habitación y busca una caja de cuero rojo. Tiene una pulsera de brillantes; vendela.

Extrañado por sus instrucciones me levanté de la cama y me senté en la silla que estaba justo frente a mí.

—¿De quién es la pulsera?

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