Ѷ𝕀𝓈𝔦𝔱á𝐧ᵈ𝕠Ļ𝓐

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Finalmente era el día. Un sábado como todos los otros era el día en el cual el de ojos amarillos la visitaría. Lamentablemente el quinto día de la semana el joven de cabellos negros no pudo encontrar a aquel anciano y tampoco pudo devolverle la bufanda. Pero no eran momentos de lamentos, tenía y debía encontrarla, pues también pensaba en darle la pintura del piano que había comprado. Estaba nervioso y ansioso, era notable a simple vista, más la sensación de poder hablar con ella le ganaba, así que aunque esté listo o no, iba a ir igual.

Se encontraba al frente de aquel gran bosque, pero no podía pasar, algo se lo impedía y ese algo era él -¡Vamos! Tienes que pasar- Se alentó a si mismo, pero ni aún así pudo, por lo cual se agachó en el piso mientras se cubría la cara, las ganas de volver y no hacer nada eran muchas, al igual que los contras superaban por cantidad a los pros, sin embargo, algo en el fondo de él, quería hacerlo, así que se levantó lentamente y se dió la idea de cerrar los ojos y contar hasta que pueda entrar. Cuando sus párpados cubrieron sus ojos decidió adentrarse en línea recta.

Uno. Ya había dado el primer paso.

Dos. Sentía como el piso cambiaba de textura.

Tres. Apretaba firmemente el cuadro mientras se adentraba cada vez más nervioso.

Cuatro. Sentía las hojas y ramas crujir a sus pies

Cinco. Sus manos empezaron a temblar

Seis. Ya casi no podía oír los ruidos de las calles y de los transeúntes.

Siete. Su brazo rozó por poco con un árbol

Ocho. Sus fosas nasales sintieron el olor a las flores y naturaleza, ya no se oía nada de la gran ciudad.

Nueve. Paró mientras se apoyada con cuidado en el piso

Diez. Abrió los ojos.

Se encontraba en el mismo pequeño campo de flores que vió la primera vez al venir y que en la pintura de aquel caballero. Recordaba por qué lugar y camino ir, así que volvió a recorrer todo otra vez.

El camino tomaría un par de minutos si se echara a correr, pero si lo hacía podía asustar, otra vez, a la bruja y era lo que menos buscaba, así que a paso lento y con cuidado se fue acercando al piano que tanto le había llamado la atención y a la presunta dueña de éste. Caminando de manera pausada empezó a escuchar de nuevo música saliendo del pianoforte, así que se empezó a acercar a este.

A lo lejos la empezó a divisar otra vez; su pelo seguía como lo recordaba, pareciera llevar la misma gabardina de cuero, al piano pareciera no haber cambiado nada y seguía teniendo dos velas blancas sobre el, hubiera parecido que el tiempo se detuvo de no ser que la vió correr de él.

La música que salía de las cuerdas que eran golpeadas con los martillos del piano lo dejaba cada vez más embobado con la balada que de ahí provenía, pero antes se había fijado que había un cuaderno con muchas ojalá sueltas y desordenadas. Estas salieron volando por una fuerte corriente de aire, pero ella no se inmutó y siguió tocando. Parecía que sus manos volaban entre tecla y tecla, ya que se movían de una manera demasiado fino.

Una vez terminada la canción, la pelinegros decidió por recoger sus cosas sin darse cuenta que kazutora ya tenía sus pertenencias en sus manos mientras se las extendía amablemente. Ella al recibirlos los abrazó mientras los presionaba cada vez más cerca de su pecho para después echarse a correr, no le gustaba que la escucharán tocar, pues le daba vergüenza y más si era un desconocido, así que su carrera iba a empezar. Antes de que su huida se concretara, él la tomo de la mano sin aplicar fueras, sin embargo tampoco la iba dejar irse así como así -Espera, solamente quiero hablar contigo- Dijo mientras la veía. No era muy común que una alguien de una edad cercana a la suya ocupará ese tipo de ropa; llevaba una larga gabardina de cuero que le llegaba un poco más arriba de el tobillo, un chalequillo negro y una corbata de color rojo que iba dentro de esta, una camisa blanca, unos pantalones negros y unos zapatos. Su pelo tenía un corte de hombre, pero más crecido, chascón y con más forma, llevaba un aro en la oreja izquierda que tenía una cadena desde el lóbulo hasta el canal de hélix y en la otra solamente eran dos aretes largos, negros que iban al medio de la oreja, pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, un violeta intenso los cubría por completo y parecía que brillaban.

Poco a poco la muchacha se fue calmando y al final se quedó de pie mientras que el pelinegro seguía tomando su muñeca -¿Como te llamas?- Preguntó hanemiya mientras la soltaba de a poco para después sonreírle -Astrid- Dijo la chica algo roja. Le daba pena interactuar con demás gente que no sea con quién convive en la casa de sus abuelitos -¿Perdón? No te escuché- Dijo, y era verdad, ella habló muy bajito y poco se le entendió -Me llamo Astrid Anneliese Hoffmann Meyer- Dijo un poco más alto y segura. Pero todo eso se fue por el caño, ya que pensaba que fue mucho el decir su nombre completo y se volvió a cohibir -Es un gustó verte de nuevo Astrid. Me llamo Hanemiya Kazutora, pero puedes decirme Kazutora- Le respondió mientras estrechaba sus manos y él le sonreía. Después recordó que le había traído el cuadro, así que fue a buscarlo al árbol donde lo había apoyado. Mientras tanto Astrid miraba para todos lados, buscando algo en que distraerse y se encontró que una de sus hojas había caído detrás del piano, por lo que fue a buscarlo. El ya había regresado con el cuadro, pero sus cuencas amarillas recorrieron todo el lugar y ella no se encontraba. Decidió buscarla por rededor y si no estaba se iba a marchar devuelta a casa. Primero quiso revisar cerca del piano y ahí se encontraba, estaba recogiendo un par de hojas incada y de espaldas debajo del pianoforte -¿Hoffmann san?- Preguntó mientras la miraba. Ella había saltado del miedo golpeándose en la cabeza para después salir avergonzada. No estaba acostumbrada a que la visitaran por gusto sin siquiera conocerte, realmente que estaba muy nerviosa. Kazutora al darse cuenta de esto le preguntó si estaba bien mientras la veía preocupado, el golpe sonó muy fuerte, tanto que pensó que el piano se había roto -Por cierto, te traje una pintura... No es mucho, pero la traje, ya que me recordó a tu piano- Dijo mientras se la extendía levemente. A la chica le brillaron los ojos, amaba las pinturas y aún más si eran de la naturaleza -¿Lo hiciste tú?- Preguntó mientras lo tomaba y lo seguía deslumbrando -No, se lo compre a un señor- Respondió mientras se rascaba la nuca. Tenía un poco de pena -¿Porque?- Fue lo único que se le escuchó de la frase que dijo casi en susurro -¿Eh?- Verbalizó mientras la miraba -Digo, no me conoces para nada y aún así viniste a verme y a darme una pintura- Dijo con menos nerviosismo, más su cara aún estaba roja -Es una larga historia- Declaró el de orbes jalde.

-¿Soy una bruja?- Preguntó mientras se señalaba con una expresión de sorpresa y extrañeza -En teoría- Respondió kazutora, quien estaba sentado al frente de ella en el césped -¿Maté a un gato?- Volvió a preguntar esta vez con los ojos cristalizados. Ella tiene tenía felinos y otros animales con los cuales convivía diariamente y odiaría si alguno de ellos o cualquiera muriera por su culpa -No. Creo que solo fue una coincidencia- Dijo tratando de calmarla. Por el momento que la conocía se había dado cuenta que era una persona muy relajada, pero algo tímida, nerviosa y sentimental, aunque su compañía era grata -Por cierto Hoffmann san ¿Porque tocas un piano abandonado en medio de un bosque?- El porque lo hacía y para que lo hacía era una duda que le recorrió la mente desde que se sentaron a hablar -Puedes decirme Astrid, si quieres. Pero lo del piano, es porque me lo había encontrado aquí y como en ese momento no tenía uno y ese estaba en buen estado decidí ocuparlo- Declaró mientras se secaba un par de lágrimas y lo miraba con una sonrisa de labios. Se notaba que no tenía malas intenciones, por lo que había decidido quedarse con él y no sacar alguna excusa para irse -A propósito ¿Cuantos años tienes? ¿Quince? ¿Dieciséis?- Le cuestionó mientras cruzaba las piernas y la miraba atentamente -De hecho tengo trece- Contestó. Esto hizo que el pelinegro casi se ahogara con su propia saliva. Parecía física y mentalmente más madura que de trece, ya que su habla y comportamiento era muy formal.

Se habían quedado hablando un par de minutos más y ella se había ofrecido a llevarlo a recorrer la zona -¿Que hora es?- Preguntó cordialmente. Su madre le decía que tenía que llegar a casa poco después del anochecer y ya se estaba haciendo tarde -Son las... Siete y cuarenta- dijo mientras sacaba un reloj de bolsillo de su gabardina -Me tengo que ir, mi mamá me va regañar si no vuelvo a tiempo. Nos vemos otro día Astrid san- Espetó mientras se levantaba y limpiaba para hacer una reverencia de manera de despedida -Claro. Nos vemos Kazutora- Dijo ella mientras que también hacía una pequeña reverencia para que después ambos se despidieran con las manos.

Luego de llegar a su casa se fue directo a su habitación para meditar todo lo que había pasado. Al final, la bruja no era una bruja, solamente era una niña como él, quien quería su tiempo a solas y los demás inventaron esa historia, no existía un brujo, era ella, pero pensaron que es un hombre, finalmente todo fue mentira, la única historia real fue la del gato muerto, pero de ahí en adelante todo fue una farsa. Astrid era una buena persona y muy agradable, tal vez el próximo domingo la vaya a visitar de nuevo.

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Las clases son aburridas, pero me caen bien las profesoras

𝓛𝓪 𝓫𝓻𝓾𝓳𝓪 𝔂 𝓼𝓾 𝓶ú𝓼𝓲𝓬𝓪 [𝓽𝓸𝓴𝔂𝓸 𝓻𝓮𝓿𝓮𝓷𝓰𝓮𝓻𝓼] CanceladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora