Capítulo 34:
Fran:
Después de comer, oí las voces de mis amigos en las zonas comunes. «Qué raro… no suelen volver tan pronto de la playa, son solo las seis y media» pensé. Volví a asomarme cobardemente a la ventana del balcón y rebusqué en cada rincón visible desde mi posición, pero me fue imposible encontrar a Victoria. Aún con una mueca extrañada en el rostro, comencé a escuchar signos de vida al otro lado de la pared de mi cuarto, la pared de Victoria.
Era su voz, nítida, transparente, melodiosa, dulce, casi perfectamente afinada entonando baladas tristes que no pude identificar por el muro arquitectónico que nos separaba. Me acerqué con demasiada celeridad a la pared, tropezando con mi acústica, que estaba apoyada contra ella.
- Mierda, si la he roto…- pensé lívido buscando magulladuras por toda la superficie de la guitarra, por suerte nada encontré.
Noté que la voz de Vic se había silenciado. Me había oído escucharla, me ruboricé instintivamente y tuve que fingir cuando mi hermano Lucas se apoyó en el marco de la puerta, atraído por el escándalo que había formado al darle el puntapié a la guitarra.
- Oh vaya, no se ha roto… sería la tercera ¿no, Fran? A mamá y papá no les hubiera hecho ni pizca de gracia que te cargaras otra guitarra… - dijo riendo socarrón, era un real incordio de 12 años con el pavo demasiado subido a la cabeza.
- ¿Por qué no te das una vuelta y me dejas tranquilo, Luc? – dije sacando paciencia de donde no la tenía.
- ¿Por qué no te la das tú? Tus amigos están ahí fuera, y tu aquí marginándote como un “pringao” que eso es lo que eres – sabía que me estaba buscando la boca a propósito para que yo acabara castigado, pero me hervía la sangre igualmente.
- Lucas, no voy a pelearme contigo – dije tensando los músculos de la espalda y soltando un pesado suspiro. Me di la vuelta para no verle la cara.
- Oh claro, tienes que seguir pareciendo un caballero de los que cantan bajo el balcón de las tías para conquistarlas, y no puedes permitirte lesiones en tu bello rostro – dijo adoptando una postura en exceso femenina para él, y haciendo aspavientos con las manos – porque claro, así no conquistarías a la cría de la que te has encaprichado.
Me volví veloz hacia él, cogiéndole de la camiseta y levantándolo un poco del suelo, aprisionándolo a la vez contra el marco de la puerta.
- Una palabra más y te juro que esta acústica me la cargo sobre tu cabeza, ¿vale, hermanito? – no pretendía ponerme tan agresivo, al fin y al cabo es mi hermano y le quiero, pero el tema de Victoria era un tema que no le estaba permitido tocar. Ni a él, ni a nadie.
Al soltarle salió corriendo por el pasillo llamando a mi madre, ya tenía lo que quería. Escuché un «Francisco Muñoz, ¿es eso cierto?» desde la otra punta de la casa, al que contesté con los ojos en blanco y una maldición murmurada que solo yo oí. De un portazo me quedé de nuevo solo en mi cuarto, cogí la guitarra y a pesar de tener los dedos quemados por las cuerdas, seguí practicando.
Al otro lado de la pared la musical voz de Vic volvía a oírse. Me relajé, presté atención e intenté seguir su música con la guitarra, para que de algún modo, si me oía, supiera que no había dejado de estar con ella.
Felipe:
- No entiendo por qué me tengo que poner camisa y chinos para ir a casa de Lara, es eso, la casa de Lara… - le dije a Loreto mientras me ponía un cinturón de cuero de los de mi padre, para sujetar dichos chinos, mirándome frente a su espejo de pared.
- Precisamente porque es Lara, y se mudan y bueno, es una cena formal…- me respondió ella no muy convencida de sus propios argumentos mientras se recogía el pelo liso en un tocado, que a mí me parecía algo excesivo teniendo en cuenta que no íbamos a salir de la urbanización.
- ¿Tú sabías algo Lors?- negó con la cabeza, con una horquilla en la boca y los ojos verdes tristes por muchas más cosas que tan solo la partida de Lara.
- Supongo que estábamos muy ocupados tanto tú como yo en nuestros problemas para darnos cuenta, y como papá y mamá tampoco están mucho en casa… - con mis problemas se refería a Iris, la conozco.
- Supongo…- se instaló un tranquilo silencio entre nosotros, mientras Loreto se abrochaba sus sandalias de cuña al tobillo – ¿Ya estás?
- Casi, tengo que coger los pendientes.
Nunca había habido secretos entre nosotros, nos lo contábamos todo y eso era lo que más me gustaba de que Loreto fuera mi melliza, aunque como todos los hermanos, también había ratos en los que éramos incapaces de soportarnos.
- ¿Hablarás primero tú con ella? – dije de improviso, esperando no incomodar a mi hermana con la pregunta.
- ¿Tú también ibas a hacerlo? – me preguntó a modo de respuesta, la miré casi con incredulidad – oh claro, que tontería, por supuesto… Philip… no hagas nada de lo que te arrepientas, eres mi hermano pero Iris es mi amiga y…
- Y yo la quiero como no he querido a nadie, Loreto, no te preocupes creo que lo tengo todo muy claro – la frase me habría quedado convincente de no ser por ese “creo”.
- ¿Crees?... Felipe… – abrió la boca para decir algo más cuando oímos a nuestro padre llamarnos para salir justo entonces de casa.
Me había vuelto instintivamente de espaldas a ella al escuchar la voz de mi padre, y para cuando me giré de nuevo, ella ya estaba a mi lado, y a mi altura gracias a los tacones, poniéndose los pendientes de perlas que tanto le encantaban. Pareció olvidarse de lo que me quería decir y en cambio me hizo una pregunta absolutamente banal:
- ¿Me coges el bolso, por favor?
- ¿La cartera de lentejuelas esta que está aquí?
- Si, esa, dile a papá que ya mismo salgo.
- Loreto, ¿brillo de labios también?
- Voy a hablar luego con Damián, si puedo – dijo ruborizándose ligeramente.
- Ah venga, eso lo explica todo… - dije dejándola atrás en su espejo y dirigiéndome a la puerta.
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Tormentas de Verano
Teen FictionHa llegado el verano, y con él todos los amores de años pasados. También hay cosas nuevas y cambios, muchos cambios. Descubrimientos inesperados, mentiras, errores, amores que matan, sol y playa, todo ello mezclado en una tormenta veraniega que te m...