7. 𝓔𝓼𝓬𝓵𝓪𝓿𝓸 𝔂 𝓶𝓪𝓮𝓼𝓽𝓻𝓸: 𝓔𝓼𝓬𝓪𝓹𝓪𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓭𝓮𝓼𝓽𝓲𝓷𝓸, ¿𝓸 𝓷𝓸? (2𝓧𝓾𝓪𝓷)

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Esa noche la luna brillaba más fuerte, tanto que con su resplandor alumbraba la habitación del Joven maestro que lo había comprado.

Él recorrió con su vista el cuarto, todo estaba ordenado y solo tenía lo necesario para cubrir sus necesidades básicas.

Se aventuró a tomar entre sus desgastadas manos la bonita cortina que cubría la ventana, era seda de la más alta calidad, alguna vez él disfruto de esos lujos, pero una traición a su familia fue suficiente para caer de tan alta cima. Había dolido pero supo salir adelante aunque su familia ya no estaba a su lado.

El chirrido de la puerta sonó y Shi Qingxuan retuvo el aire. No sabía quién lo había comprado pero prefería eso a seguir peleando con los demás por las injusticias que a veces pasaban en los callejones.

Espero por minutos, pero nadie se había acercado o le había hablado, por lo que decidió voltear y sorpresa fue reflejada en sus ojos.

— He... He Xuan.

Un fuerte sonrojo inundó sus mejillas, mientras veía con más claridad la persona que consideraba su alma gemela, aquel amigo del que se enamoró y nunca más supo de él incluso antes de que su familia fuera derrocada... Hasta hoy.

— ¿Eres tú el joven maestro?

— Sí.

— Oh...

Su lengua se trabo, sentía la boca seca y por una manía que no se quitaba, comenzó a pegar su puño en una palma.

El de ropas negras se acercó a uno de los buros que se encontraba a un lado de su amplia cama.

Saco algo que el contrario no alcanzo a divisar.

— Creí que habías muerto.

Una cuchilla atravesó el corazón de Qingxuan, pues su platónico había sido el responsable de la traición.

— Ya vez. No fue así.

— Ya veo. Ponte de rodillas.

— ¿Qué?

— Que te pongas de rodillas.

Dudando, lo hizo. Tenía miedo no lo iba a negar, pero una sensación que no sabía a qué se debía ni que era recorrió su desnutrido cuerpo.

He Xuan se poso delante de él y por fin vio que traía en sus blancas manos, era su abanico. Aquél que creyó que había terminado quemado en su antigua casa.

Lágrimas cayeron por sus mejillas, mientras un dedo delgado y frío pasaba por su mandíbula hasta levantar su cabeza, ocasionando que sus ojos conectaran.

El de ropas negras lo tomo del rostro de manera brusca, sus mejillas ya dolían y las lágrimas incrementaron.

— Ahora eres mío Shi Qingxuan, sólo mío.

Y sin más lo soltó, arrojandole ese abanico que creía perdido.

— Ve a lavarte y regresa.

No sabía que era lo que le deparaba, ni tenía una explicación del porque había guardado su objeto más preciado, si lo despreciaba... Pero Shi Qingxuan creía que su destino no sería peor que andar vagando en las calles a veces sin comer ni dormir... ¿Verdad?

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