Anastasia
Lejanas melodías surcan por mis oídos haciéndome despertar. Abro los ojos lentamente, suspirando al sentir la suavidad de las sábanas embarcar mi cuerpo. Los discretos rayos de sol se cuelan por las oscuras cortinas del inmenso ventanal de cristal, deslizándose sigilosamente. El reloj en la mesita marca las nueve y media de la mañana.
Miro hacia mi derecha percatándome de que Christopher no se encuentra en la cama. ¿Dónde estará en tan temprana hora de la mañana?
Me siento en la cama arrugando el entrecejo. ¿De dónde provendrá dicho sonido?
Con la curiosidad latente en mi, camino descalza fuera de la habitación, con despreocupación. Con cada paso la melodía se hace más fuerte y cercana, por lo que deduzco que proviene de la sala del apartamento. ¿Será Christopher?
Me detengo en seco en mi lugar cuando llego a la sala. Pestañeo seguidas veces hasta que mis ojos se acostumbran a la imponente vista frente a mi.
De espaldas, un semidesnudo Christopher toca suavemente las teclas del piano que posa en la sala. Los pantalones dejan a la vista sus bóxers; el sol vislumbra su cabellera negra, y su fuerte pecho.
Como si de sonambulismo se tratase, camino hacia él aún adorando la suave —y desconocida para mi— melodía que crean sus ágiles manos.
No nota mi presencia aún cuando mi pecho casi roza su cabeza; la diferencia de altura es obvia al encontrarse sentado. Se estremece, deteniendo su acción cuando poso mis manos en sus hombros, dándole una suave caricia.
—Me asustaste. —murmura girando la cabeza a un costado.
Mis manos se deslizan desde sus hombros hasta su pecho, reiterando la acción al subirlas y dejarlas en sus bíceps. Agacho mi cabeza y tras dejar un beso en su mejilla, susurro en su oído:
—¿Por qué te detuviste?
Traga saliva tensando su mandíbula. No dejo que responda y me siento junto a él. Mi desordenada cabellera castaña estorba cuando me inclino y toco las impolutas teclas, por lo acomodo los mechones en mi frente detrás de mis orejas.
—No quise despertarte.
—No lo hiciste. —miento mientras sigo embobada con la magestuosidad del instrumento.
Presiono dos teclas, creando una estrondosa disonancia y haciéndome dar un pequeño brinco en mi lugar. Christopher ríe burlón, ganándose una mirada fulminante de mi parte.
—Ven aquí. —toma mis caderas y en un rápido movimiento me sienta en sus piernas.
Deja un beso en mi espalda y acomoda mis piernas entre las suyas, quedando correctamente frente al piano. Toma mis manos y las coloca sobre las suyas.
»—No las muevas. Déjame guiarte.
Empieza a tocar la anterior melodía, con mis manos sobre las suyas. Una enorme sonrisa se ensancha en mis labios, y a pesar de que no soy quien toca semejante partitura, se siente sumamente magistral.
—¿Cómo se llama?
—¿Eh?
—La partitura. —digo, obvia.
—Canon en re, de John Pachelbel.
Sus manos marcan con maestría el ritmo; mis oídos cantan alegres al sentir tan satisfactoria melodía. Me jacto de la suavidad del tacto de sus dedos contra las teclas provocando la maravillosa canción. Los minutos pasan cuando, sin percatarme, Christopher cesa dejando sus manos firmes sobre las teclas del piano hasta que disminuye el sonido de estas.
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AGRIDULCE © [COMPLETA]
RomanceCuando la sed de venganza es incontrolable, solo hay una manera de apagar su llama: haciendo justicia por nuestra propia cuenta. Anastasia Rumsfeld lo sabe más que nadie, por eso no podría vivir en paz hasta hacer pagar al culpable de la muerte de...