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Christopher


Parqueo el convertible en la mansión, quitándome las gafas de sol y saliendo del Porsche 718 Boxster, una de mis últimas adquisiciones. No tan lejos veo el Mazda MX-5 azul eléctrico de Erick, y sé que ya él se encuentra aquí. Al parecer solo faltaba yo. Las puertas metálicas que me reconocieron y me hicieron entrar hace unos segundos mantienen avisada a la ama de llaves, quien con una sonrisa pequeña en el rostro me dedica una leve reverencia en señal de respeto. Rompo todo símbolo de él, dándole un abrazo que le sorprende al principio pero me corresponde con una risa alegre.

—Es bueno verte, Susy. Te extrañé. —le di un largo beso en la arrugada frente que recordaba. Hacía muchos días no nos veíamos, ya empezaba a extrañar a mi nana.

—Oh, Chris. He estado ocupada, pero yo también te extraño mucho mi niño. —me aprieta la mejilla, trayéndome viejos recuerdos de como solía mimarme y hacerme el mismo gesto cuando lograba mi cometido. Aún así, le debo mucho de lo que soy a ella, en una época dónde mi madre estaba deprimida por la una vida al lado de un hombre que nunca la amó, no tuvo tiempo en ese entonces para cuidar a sus dos hijos varones y atender la carrera que cursaba a la vez.

Susy llegó a nuestra casa siendo apenas un poco más grande que mi madre, sirviendo primero en la cocina y la limpieza de la casa, pero al ver la deplorable situación de una mujer despechada y abandonada a su suerte en una jaula dorada y con dos hijos, fue suficiente para ayudar a criarme a mi, que apenas tenía cinco años, pues Erick estaba más grande.

—Siento no estar aquí cuando llegaste la última vez. —se disculpa, ofreciéndome el paso a la gran mansión de los Williams. Se refería al día en que enfrenté a mi pa.. joder, ya ni sabía cómo llamarle.

—No te preocupes, fue mejor así. No me hubiera gustado que me vieras en esa situación. —el esposo de Susy parece de un cáncer terminal, y a pesar de las múltiples ayudas económicas que yo mismo me he ofrecido a pagar, el señor parece no aceptar ninguna en su cuerpo, le queda muy poco tiempo de vida—. ¿Sabes si mi madre..

—Aquí estoy. —la voz nos interrumpe. Ella baja por las escaleras que conducen a las habitaciones tan impecable como estoy acostumbrado a verla, sin embargo, la he visto llorar tantas veces por ese canalla que puedo dislumbrar desde aquí el exceso de maquillaje que ha colocado en sus ojos, especialmente. Alice baja las escaleras unos pasos más atrás, sosteniéndose el abultado vientre—. Que bueno que llegaste, ya te extrañaba.

—Me alegra saber que se requería con tanto anhelo, de mi presencia en esta casa. —me burlo, recordando lo que hace unos segundos me repetía Susy, caminando hacia mi progenitora y dejando un beso sonoro en su mejilla. De cerca, se pueden apreciar con más sutileza sus ojos rojos—. Has estado llorando. —le digo en un susurro que me encargo que solo haya escuchado ella—. No te preocupes, estamos mejor sin él.

Me da una sonrisa triste que apacigua acariciando mi pecho.

—He pasado cosas peores, no quiero imaginar lo que tú y tu hermano..

—Somos fuertes, podemos con ello. Eso te lo aseguro.

Alice llega a su lado, dándonos una sonrisa de labios cerrados que muestra como disculpa por interrumpir. Le devuelvo el gesto, dándole un abrazo interrumpido por la gran barriga que se mete en medio.

—Cada días es más difícil saludarte. —me río, contagiando a los demás.

—Alguien parece estar ansiosa por salir. —se ríe, acariciándose el vientre.

AGRIDULCE © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora