| 43 |

84 11 5
                                    

Christopher


Carla tomaba mi mano mientras me guiaba por el centro comercial. Está empeñada en querer ese vestido Prada como sea. Según me dijo, la vez anterior no fue admitida a pasar a la tienda solo por su forma de vestir, prácticamente le cerraron la puerta en las narices antes de que sacara la tarjeta. Resumo, mi amiga viste muy sencilla, no es de esas chicas mimadas que andan exhibiendo todo el dinero que tienen en la cartera en su forma de vestir, eso y el exagerado cabello fucsia chillón cortado por los hombros.

—Les voy a restregar en la cara quien es Carla Montesinos.

No sé ni para que me insistió en venir si no pinto nada aquí.

»—Es aquí.

Paredes de cristal y cientos de mujeres que caminan de un lado a otro; miles y cientos de vestidos seguramente caros pero eso sí, hermosos.

—Entremos. —le digo abriéndole la puerta.

De inmediato la mirada de una mujer tras el mostrador se cierne sobre nosotros y puedo ver cómo me examina de una forma muy diferente a la que lo hace con Carla. Más bien, la mira a ella con superioridad.

Que ridiculez.

—Señorita, ya le dije que.. —Carla le calla la boca colocando la tarjeta en el mostrador.

—Quiero todos los vestidos que están colocados en los maniquíes.

La chica toma la tarjeta con manos temblorosas y comprueba lo que debió haber hecho desde el primer momento. La forma de hablar, vestir, peinar o calzar no te define como persona y así como Carla, podrías vestir de la forma más humilde y comportarte como tal, y tener más ceros en la cuenta bancaria que David Beckham. La mujer —Carrie, por lo que dice la taquilla en su uniforme—, traga saliva y le da la tarjeta a Carla. La susodicha se la recibe con una sonrisa, se está vengando la muy cabrona.

—Me los empacas, me los llevaré ya mismo.

—¿Todos?. —pregunta impresionada.

—¿A caso estás sorda?.

Solo alcanzo a ver cómo la mujer corre a tomarlos todos, mientras me alejo. Un conjunto en específico llama mi atención en los percheros. Un ligero Prada negro bañado en encaje. Las prendas son diminutas, ajustadas en las partes necesarias y transparentes en las más.. íntimas.

El precio no me interesa, lo tomo y se lo doy a la mujer que se para a mi lado preguntando que necesito. Ignoro la coquetería con la que habla, no me interesa.

Camino hacia los zapatos, deteniéndome en unos tacones negros que llaman mi atención y no puedo evitar imaginar lo bien que se vería ella con ellos puestos.

«Todo le queda bien».

—Me los llevaré.

Alcanzo a Carla cuando le da a su chofer los miles de vestidos que el pobre hombre casi no puede sostener solo. Nicolás, mi chofer, lo ayuda y juntos sostienen todos. La mujer que me atendía —Annie dice su ficha—, me sonríe y me da la bolsa con un papel debajo. Ya sé lo que es, sin embargo en el auto es cuando lo abro y descubro el número de teléfono al que nunca llamaré.

Lo boto por la ventanilla del auto.

—¿Hacia donde, señor?.

—Iremos primero al penthouse de Carla.

—Si señor.

Jules, el chofer de mi amiga va en el auto de atrás, es su guardaespaldas y debía que estar con ella, sin embargo, Carla nunca ha sido de seguir las reglas, algo que siempre ha tenido al señor Óscar Montesinos con canas verdes.

AGRIDULCE © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora