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Anastasia.

Me había levantado en la mañana del siete de agosto con más energía que de costumbre.

No se cumplen veintitrés años todos los días.

La estancia con mi familia fue agradable desde que puse un pie en la cocina. Mamá le daba leves golpes en el brazo a Sam quien se metía en la boca más de uno de los dulces que Olga llevaba en una bandeja mientras papá reía desde su asiento, con periódico en mano y un café en la otra, ignorando el espectáculo.

No pude evitar reír mientras bajaba las escaleras. Este era el entorno en el que había crecido. Grace regañando a Sam por las múltiples travesuras que hacia al día y papá fingiendo estar absorto de todo cuando en el fondo le divertía tanto esto como a Olga y a mi.

A pesar de que no me gustaba celebrar mis cumpleaños por la marea de recuerdos ácidos que me traía de mi niñez antes de conocer a los Rumsfeld, para complacerlos acepté que me cantaran y llenaran la barriga de dulces por un buen rato. La comida de mamá era exquisita a pesar de que pocas veces cocinaba pero la de Olga.. ¡Oh, cielos! La de Olga parecida sacada de las fábulas ancestrales de Zeus y el Olimpo.

Su tradicional comida mexicana era para chuparse los dedos y su habilidad en la cocina remontaba a cuando apenas era una niña, lo cual la hizo ágil en dicha materia.

No podría decir que yo gozara de tal privilegio pero por lo menos la comida no se me quemaba.

Viéndolos todos reunidos, con amplias sonrisas en las caras sin una pantalla táctil de por medio luego de tantos años me revolvió las entrañas. A veces el ser humano valora tan poco los mínimos e insignificantes momentos que cuando escacea de ellos, nota cuán importantes pueden llegar a ser.

Y me di cuenta de eso sentada en aquella mesa con las tres personas que más amaba en el mundo. Con Olga en una esquina escondiendo la sonrisa cuando Samuel le embarró la mejilla de nata a mamá, con el ambiente familiar que siempre hubo en cada desayuno, almuerzo y cena que compartíamos juntos.

No fue hasta la hora de almuerzo que me despedí de ellos, con un poco de trabajo y el corazón haciéndome retortijones al pensar en la idea de separarme por unos minutos de ellos.

Pero era tan necesario como Importante. Ya no tenía dieciocho años, era una mujer adulta con un futuro merecedor y muchas puertas que esperaban ser abiertas. En mi cabeza no había parado de dar vueltas la idea de independizarme y comprarme mi propio apartamento, pero teniendo en cuenta que acababa de llegar, planeaba decirles más adelante.

Ellos más que nadie sabían que este momento llegaría, pero eso no quitaba que nos veríamos seguido. Estaba segura de que a pesar de que más a mamá que a papá, le costaría dejarme ir, entendería que ya era hora de volar del nido y crear mi propia historia, mi propio vuelo.

Monté en el auto cuando Mario me abrió la puerta, y con un agradecimiento me senté en la cómodos asientos acolchonados. Casi de inmediato una vibración particularmente conocida llegó a mi vientre a través de la tela fina del bolso de mano. El nuevo mensaje entrante era de Tomás, me había puesto en contacto con él esta mañana, con un saludo breve y la noticia de que estaba una vez más en la ciudad.

Nos conocimos en la secundaria y debido a la química increíble que tuvimos al instante, se convirtió en mi "crush" por una corta semana hasta que me confesara que le gustaba Colin Philips, su compañero en Álgebra. Mi niña inexperta de doce años sintió allí su primera decepción amorosa, la cuál vino seguida de muchas más. Luego entendí que jamás me había gustado Tom, simplemente era tan encantador y carismático que me hizo confundir mis sentimientos, lo que me llevó a hablarlo con él luego de un bochornoso episodio en una borrachera llena de confesiones.

AGRIDULCE © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora