16| Sólo existe una respuesta correcta

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¿Qué relación hay entre Sukuna y tú? ―cuestionó el mayor, logrando que el mundo de Yuuji se viniera abajo.

En ese momento, Itadori sintió el verdadero terror.

―¿C-Cómo? ―formuló el más bajo, atónito―. N-No sé a qué se refiere...

―Semanas atrás te oí hablar en los pasillos con Ryomen acerca de algo que ambos realizaron ―expuso el albino, alterando al menor.

Itadori se reprochaba a sí mismo mentalmente. Ahora su secreto ya no lo sabía una persona, sino dos.

―Puedes confiar en mí, Yuuji-kun ―alentó el de orbes marinos, colocándose de cuclillas en frente de su estudiante, acariciando delicadamente el brazo izquierdo de éste―. Prometo que no diré nada.

El nombrado le analizó con recelo y susto. El albino se hallaba sin su típico antifaz, por lo que esa profunda mirada cristalina causaba mayores escalofríos en su ser.

Yuuji podría hallarse pronto a cometer su siguiente error. Sin embargo, ya no encontraba salida por ningún lado. Estaba acorralado, lo habían descubierto. ¿Qué más haría? Tampoco recordaba si el día con el que conversó con el profesor Sukuna mencionó lo del beso. Sí así fuera, la mentira no le salvaría.

Satoru permanecía paciente, aunque por dentro estaba totalmente desesperado.

―Sí no quieres que parezca sospechoso, te recomiendo que actúes con normalidad. Acuérdate que hay cámaras ―expuso el de hebras blanquecinas, tranquilo.

Itadori extendió sus párpados, asombrado. Automáticamente, desvió su vista a los rincones del recinto, divisando los objetos que grababan. Aquello lo hizo sentirse peor.

Ya sin algún otro remedio, el pelirrosa tragó fuerte, antes de hablar.

―El día de la pelea con Mahito, mientras el director hablaba con éste y los demás, le pidió a Sukuna-sensei que atendiera algunas de mis heridas... ―explicó el menor, contemplando cada cierto lapso al contrario―. Y bueno... en tanto de que el profesor Ryomen me curaba, yo... yo me dejé llevar por las sensaciones que estaba sintiendo y... lo besé...

Satoru, quien se hallaba sin su antifaz en ese instante, abrió sus ojos exageradamente, turbando al menor ante su repentina reacción. El albino, al percatarse de su error, trató de apaciguar sus expresiones.

―¿Lo besaste? ―preguntó Gojo, impresionado.

―Sí...

―¿De verdad lo besaste? ―repitió el mayor una vez más, sin poder asimilarlo.

―Sí ―dijo el contrario, ya cansado de lo repetitivo que era el de orbes celestes.

―Y... ¿Sukuna te siguió el beso? ―interrogó Satoru, curioso.

El albino estaba aprovechando de recolectar información.

―No, él no hizo nada ―aseguró el de hebras carmesíes―. Fui yo el que empezó todo.

―Ya veo... ―susurró el más alto, pensativo―. Y... ¿has experimentado sentimientos parecidos por otros profesores?

―Creo que sí... ―admitió el menor―. ¡No! No estoy seguro...

―Tranquilo ―pronunció Gojo, masajeando el brazo del contrario con suavidad.

El mayor optó por no continuar con la ronda de preguntas, dado que el pelirosado se encontraba realmente preocupado por la situación y no deseaba que éste se desesperara.

―Profesor... ―manifestó el más bajo, levantando su mirada apenada para posarla sobre la del de mechones blanquecinos―. Ahora que usted sabe lo sucedido... ¿qué hará? ―consultó, inquieto.

Una buena despedida // [itabowl]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora