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—Desde luego... ¡lo que se está perdiendo el gobierno contigo!

Me echo a reír, mis amigos no dan crédito a cuanto les explico; no es para menos, ni yo misma acabo de creérmelo.

—Bueno, ¿qué os parece si para celebrarlo pedimos unas pizzas en condiciones? ―propone Mónica.

—¡Perfecto! –exclamo cogiendo la propaganda enganchada en la puerta de la nevera–. Pero hoy nos estiramos, que nos las traigan a casa.

—¡Pero si sale más barato ir a recogerlas!

—Sí –admito poniéndome seria de forma cómica–, soy consciente del despilfarro que supone; pero nosotras, bien lo valemos.

Lore estalla en carcajadas.

—Yo invito chicas, no sufráis; eso sí, yo quiero una barbacoa.

—Eso está hecho. Venga, dadme el número.

Hacemos el pedido y empezamos a preparar la mesa; las pizzas no tardarán en llegar.

—¡Oye! Aún no hemos hecho planes para el fin de semana, y mi ojo ya no es el de un oso panda...

—¿Qué propones?

—No quería llegar a esto, pero... –Chasqueo la lengua a la par que muevo la cabeza de lado a lado–. Necesito un hombre.

Ríen al unísono.

—¿No te vale con el consolador?

—No, Elena, ya ha pasado mucho tiempo, demasiado, estoy que me subo por las paredes.

—¡Claro que sí, mi reina! Ya va siendo hora, a todas nos hace falta un hombre, creo yo.

—Entonces, ¿dónde vamos a ir este sábado?

—¿Qué os parece Sitges? Allí todos encontraremos lo que buscamos.

—¡Genial! Me encantan los pubs de Sitges –digo con emoción.

—Deduzco que yo soy la que conduce, ¿verdad?

Todas desviamos la vista hacia Elena, poniéndole morritos hasta que empieza a reír.

—No tenéis remedio.

Llaman al timbre y, aplicando la teoría del estímulo-respuesta de Pavlov, mi estómago empieza a gruñir de hambre.

—¡Abro yo! –Anuncio mientras corro hacia la puerta, abriéndola de par en par–. Buenas noches, ¿nuestras pizzas?

El chico sonríe.

― ¿Cuánto es?

—Cuarenta y dos euros con quince céntimos.

—¡Lore! –grito desde la puerta–. ¿No habías dicho que pagabas tú?

—¡Ya voy!

Viene sonriente y le da un billete de cincuenta euros, haciendo que el repartidor busque el cambio en su monedero.

Es un chico bastante alto, pero lo que más llama la atención no es precisamente su altura, sino sus increíbles ojos verdes.

—Aquí tiene, señor...

Abro desmesuradamente los ojos por la sorpresa.

—¡Huy, te ha llamado señor! –le digo a Lore por lo bajini.

—Es cierto. –Frunce el ceño–. Solo por eso voy a darte menos propina.

Los tres nos echamos a reír. Le entrega el cambio y Lore le da dos euros de propina. Mónica aparece por detrás y le arrebata las cajas de las pizzas.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora