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Hace dos días que nos hemos mudado al nuevo apartamento, y la verdad es que es una pasada, Lore no podría haber encontrado algo mejor y más barato. Además, el miércoles empiezo a trabajar para Taos, Claudia me ha concedido un par de días más para acabar de organizar mi desaparición y, pese a que estoy apurando al máximo, preparar una buena huida en tan poco tiempo es de lo más estresante.

Ahora solo falta lo más delicado: llamar a mis padres. Lo he alargado todo lo posible, pero ya no puedo demorarlo más, descuelgo el teléfono y marco el número.

La conversación, como imaginaba, es algo así como la batalla de Otumba en versión dialéctica, mi madre se empeña en reconfortarme y animarme, pese a que he intentado no mostrar un solo signo de tristeza; a veces, pienso que nació con un sentido de más. Mi padre, en cambio, está fuera de sí, maldiciendo y dando golpes de fondo mientras se caga en todos y cada uno de los familiares de James, vivos o muertos.

Tras una larga hora en la que he intentado calmarlos diciéndoles que estoy bien, que estos cambios los inicio con mucha ilusión y van a ser buenos para mí, consigo que se tranquilicen. Me prometen que si él intenta buscarme de algún modo, ellos harán de escudo y ninguna palabra saldrá de sus labios, incluso voy un poco más allá, consiguiendo que mi padre prometa mantenerse al margen y no alterarse en caso de volver a verle; no sé yo si llegado el momento... Pero por ahora me vale.

En cuanto cuelgo, siento esa indescriptible sensación de vacío de siempre. Por suerte, no estoy sola ni un minuto, mis amigos están dando la lata por ahí, y en las noches, ni siquiera me permito el lujo de pensar en James, pues Lore se encarga de desviar mis pensamientos con sus bromas o achuchones. La verdad es que ellos hacen que todo sea mucho más llevadero.

Los días se enlazan hasta que llega el último. Vanessa y Marcos, el de personal, son los únicos que saben mi secreto. Me costó lo mío hacer que Marcos no revelara nada acerca de mis planes de marcha a James, porque a raíz de aquella lista que elaboré hace ya tanto tiempo, todos y cada uno de los contratos y despidos de esta empresa deben pasar primero por sus manos, pero Marcos es leal; aunque se llevará una buena bronca por mi culpa. Además, al contrario que a los demás, a Marcos no le pasa desapercibido e intuye que entre el señor Orwell y yo ha habido algo más de lo que estamos dispuestos a revelar. Quizás fue el primero en enterarse cuando, por no despedirme a mí, James ordenó bloquear la lista de despidos entera, pero como era de esperar, su prudencia y profesionalidad le hizo guardarse para él sus certeras conclusiones.

Media hora antes de marcharme para siempre de la empresa en la que he invertido gran parte de mi vida, me veo en la obligación de despedirme de mi jefe a mi manera; lo necesito. Así que como pretexto, cojo los últimos contratos que faltan por firmar y llamo, prudente, a su despacho.

Entro tras su fría y seca respuesta y me quedo congelada cuando le veo mirar por la ventana sin tan siquiera dignarse a mirarme. Camino despacito hacia él, sin atreverme a decir nada. Antes de que logre verle el rostro, se ha afanado en limpiar sus ojos con las manos, posiblemente en un vano intento por borrar el evidente signo de llanto.

—James...

Se gira sorprendido tras escuchar mi voz, es la primera vez que estamos solos desde nuestro último encuentro en el hotel; Vanessa ha sido la encargada de llevar los documentos a su despacho y atender sus últimas demandas, por lo que verme ahora frente a él le descoloca.

—¿Estás bien? –Me atrevo a preguntar con la voz rota.

Me duele tanto verle así, casi más que sentir el sufrimiento que él me ocasiona, y esta es una prueba más del porqué no podemos estar juntos, solo hay que vernos, parecemos los únicos supervivientes de una hecatombe nuclear.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora