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Ya se han ido mis amigos y, entre lágrimas y achuchones; han regresado a sus casas para pasar las fiestas, o parte de ellas, con sus familias. Yo me dispongo a hacer lo mismo, pero soy la última en abandonar el piso; mis padres viven aquí al lado, en Gerona. Lore se va a Córdoba, Elena a Ámsterdam y Mónica a Valencia. Ahora que pienso... No ha vuelto a mencionar nada de ese muchachito que le enviaba flores; como siempre, suele callarse las cosas más interesantes. Apuesto a que la experiencia le ha gustado, pese a que nunca lo admitirá.

Acabo de cerrar mi maleta, para un par de semanas llevo un montón de cosas, como siempre, todo por si acaso. También me acuerdo de incluir los regalos de mis padres, las entradas de teatro para ver el musical de El Rey León en Madrid. No paraba de verlo anunciado en todas partes y generaba una gran expectación, así que en cuanto regresé de mi viaje, saqué las entradas con toda mi ilusión por Internet; estoy segura de que les va a encantar.

Voy al baño para coger mi neceser, es lo último que me queda por incluir en la maleta. Me aseguro de llevar mi maquillaje preferido, mis colonias, gomas para el pelo, cepillos, cremas... ¡Perfecto! No me dejo nada importante.

Antes de que logre llegar a la habitación, llaman al timbre. Automáticamente miro el reloj, no sé quién puede ser a estas horas. Maldigo los viejos apartamentos que no tienen portero automático y no puedes dar esquinazo a la gente sin necesidad de que suban a tu casa. Abro la puerta, estoy algo distraída, pero cuando reconozco la persona que hay al otro lado, intento cerrar de nuevo. Su mano se interpone en la abertura, le empujo, pero no hay manera; soy incapaz de cerrarla.

—¡Vete! –digo enfadada por su insistencia.

—Necesito hablar contigo. Anna, por favor.

—No tenemos nada de qué hablar. Como no pares llamaré a la policía, ¡juro que lo haré!

Suspira.

—Solo te pido que me escuches, necesito que lo entiendas.

—¡Lo entiendo todo perfectamente! ¡Vete!

Se retira lo suficiente como para que pueda cerrar la puerta, y respiro aliviada mientras recuesto mi espalda contra el marco de madera.

—Algún día tendrás que salir. –Me recuerda con total tranquilidad–. Te estaré esperando. No pararé hasta que escuches lo que tengo que decirte.

¡Maldita sea! Me muerdo el labio inferior, confusa. ¿Qué puedo hacer? ¿Llamo a Lore? Pero a estas alturas ya debe estar cerca de Córdoba. ¿A la policía? Eso me resulta un tanto excesivo. Suspiro y me muerdo los nudillos con decisión. Trascurridos unos minutos, me recompongo, alzo un sólido muro de indiferencia a mi alrededor y abro la puerta para dejarle entrar.

—Gracias –susurra.

Frunzo el ceño al verlo entrar con una maleta. Ha dejado a un lado su habitual traje antiguo, me gusta su ropa informal: el polo de rayas grises que lleva, su cazadora de cuero marrón G-Star y esos tejanos de cintura baja que tan bien le quedan.

—¿Qué haces que no estás en Londres? –pregunto a la defensiva.

—He cambiado de opinión en el último momento, al final me quedo aquí.

—Ah.

Toma asiento en el sofá, pero me mantengo erguida como un faro, con los brazos cruzados sobre el pecho y la expresión más fría que puedo mostrar; intento que se sienta incómodo para que se vaya antes.

—Alexa se ha ido en el vuelo de las siete. –Emite una triste sonrisa–. Se ha enfadado muchísimo al decirle que no subía justo antes de embarcar.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora