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Llevo una hora dando vueltas entre las sábanas, incluso los pies se me han salido fuera de tanto moverme. Suspiro, protesto y me levanto cabreada; al encender la luz, me doy cuenta de que esta no me molesta y es porque no puedo pegar ojo, me siento frustrada, inquieta... No sé qué me pasa, o sí que lo sé, pero simplemente me niego a admitirlo; aunque si hay una cosa buena en estos hoteles, es que tienen servicio de bar las veinticuatro horas del día; tal vez tomar una copa me relaje. Me pongo los vaqueros, una simple camiseta negra y bajo hasta la primera planta.

Es la una de la madrugada, y como es de esperar, apenas hay gente. Una vez dentro de la oscura sala, diviso a James sentado frente a la barra rodeando con las manos una enorme jarra de cerveza y conversando con el camarero; ambos ríen. Sigo pendiente de él, está guapísimo, ¡maldita sea!, se ha cambiado de ropa y ahora lleva puestos los vaqueros junto a la camiseta de tonos azules que tanto me gusta.

No pierdo detalle de cada uno de sus movimientos desde mi improvisado refugio. El sonido de su risa, sumado a esos gestos suyos tan repetitivos que me producen un cosquilleo en el estómago, gestos como deslizar sus dedos entre su dorado cabello, rascarse la incipiente barba que empieza a despuntar en su cuello, o mover insistentemente las manos cuando habla de algo que despierta su interés. Me encanta observarle sin ser vista, hay muchos detalles que se me han pasado por alto, pero ahora puedo deleitarme en ellos.

Transcurrido un tiempo, salgo de mi escondite. Avanzo lentamente por el centro de la sala y el camarero me mira, sonrío y este le hace un gesto a James con la mirada para que se gire. En cuanto lo hace, me encuentra. Al principio sus cejas se juntan extrañadas, pero luego señala con la mano el taburete que hay libre a su lado y espera a que me siente.

—¿Qué haces aún despierta?

—No podía dormir, ¿y tú?

—Igual. –Sonríe.

Miro a mi alrededor; una pareja madura se levanta y se marcha, por lo que acabamos de convertirnos en los únicos clientes.

—¿Qué tenemos que hacer mañana?

—Mañana es domingo, no hay nada programado.

La alegría me invade de repente. ¡Un día para hacer lo que nos dé la gana, justo lo que necesito!

—Bien.

—¿Qué quieres tomar? –me pregunta.

Hago una mueca, lo cierto es que ahora mismo no me apetece nada en particular, pero entonces veo su jarra de cerveza, que aún está por la mitad, y sin pensármelo dos veces, digo:

—¿Puedo? –Señalo su bebida.

Él, sorprendido, arquea las cejas antes de concederme el capricho con un asentimiento de cabeza.

Salto del taburete y me acerco a él sin vacilar, cojo la jarra de cerveza y empiezo a beber. El líquido amargo se desliza por mi garganta refrescándome y calentándome a la vez. Continúo bebiendo sin detenerme hasta acabármela de un trago bajo su impasible mirada. Cuando ya no queda ni una gota, deposito la jarra vacía sobre la barra haciendo ruido.

—A eso le llamo yo tener sed.

Sonrío con picardía antes de dar un pasito más en su dirección. Noto que mi acercamiento acaba de ponerle tenso y descubro con asombro que eso me excita.

¡Qué bien, vuelvo a ser yo!

—No solo tengo sed...

Mi afirmación le descuadra y, sin darle tiempo a que piense lo que eso significa, me coloco entre sus piernas ligeramente entreabiertas, lo agarro por el cuello para atraerlo hacia mí y vuelvo a besarle. En cuanto nuestros labios se unen, nuestros cuerpos se convierten en gelatina. Ambos nos apretamos, deseosos de un contacto más profundo sin dejar de besarnos con auténtica devoción. Su lengua explora mi boca, me acaricia; siento que estoy a punto de derretirme. Quiero lamerle, degustar su piel, su cuerpo entero... Esos lujuriosos pensamientos hacen que emita un ligero jadeo, su cuerpo, en respuesta, se torna más duro, incluso siento la protuberancia de su entrepierna clavada en mi cadera. Repaso con mis manos sus fuertes brazos hasta llegar a las suyas, que retienen mi cintura apretándola contra él. Lentamente consigo separarme y tiro de él, obligándolo a ponerse en pie. Como un fiel animal amaestrado, obedece dejándose guiar por mí mientras lo conduzco al ascensor, donde retomamos los besos momentáneamente interrumpidos; su boca es exquisita y sabe bien.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora