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A partir de aquel momento se desata la locura.

Miro el reloj, son las tres de la madrugada y sigo sin poder dormir. Salgo al pasillo de puntillas y me meto en el baño. Me lavo la cara con agua fría y, con cuidado, me seco los arañazos intentando que las costras no se desprendan. Cuando termino, me pongo de espaldas al lavabo mirando hacia la puerta; suspiro.

Ya han pasado dos días, dos días en los que es más que evidente que a James y a mí no nos une solo una amistad. Cuando nadie nos ve, él se lanza a robar mis besos. Ambos disfrutamos jugando a eso del ratón y el gato con mis padres, aprovechando sus ausencias o distracciones para acorralarnos en cualquier esquina y meternos mano, pero no pasamos de ahí, en casa no se da la situación de que estemos completamente solos.

Solo de pensar en esos últimos contactos, mis pezones se endurecen bajo la camiseta. Me acaricio los pechos, que no podrían estar más duros, y a punto estoy de liberar un gemido cuando una idea descabellada pasa fugaz por mi mente.

Intentando no hacer ruido, salgo del baño y examino detenidamente el terreno: pasillo despejado, puerta de la habitación de mis padres cerrada treinta grados, y la habitación de James, abierta de par en par siguiendo las estrictas órdenes de papá. Me muerdo el labio inferior y avanzo lentamente hacia la habitación abierta; aunque antes, paso por la mía para coger una cosita...

Entro despacio y entorno la puerta, pero sin cerrarla del todo, el ruido podía despertar a alguien y nos saldría muy caro, ¡y más si me pillan aquí! Me acerco a tientas a la cama; conozco el espacio a la perfección. Me inclino un poco y aspiro la profunda respiración de James, que está dormido. Me meto dentro de su cama despacito, él todavía no se ha dado cuenta, me acurruco y paso una mano por su pecho y sigo por el estómago hasta detenerme en su entrepierna. Mis ojos se abren sorprendidos. ¡Está empalmado! Me pregunto con qué estará soñando.

Divertida tras lo que acabo de palpar, me acerco a su sensual boca entreabierta y le planto un tierno beso. Su cuerpo se agita nervioso, se mueve apartándose de mi lado hasta que percibe que soy yo y su actitud cambia. La hilera de sus blancos dientes resplandece en la oscuridad. Me pongo a horcajadas sobre él y le beso de esa forma que es únicamente nuestra, como si el mundo fuese a acabarse mañana. Sus manos se enganchan a los bajos de mi camiseta, subiéndola gradualmente hasta quitármela por la cabeza, luego, masajea mis duros pechos mientras que la mano que le queda libre, mueve mi trasero para posicionarme más certera sobre su erección. Se mueve despacito debajo de mí, pero yo estoy ansiosa. Me abalanzo sobre él, haciéndole un traje de besos, mordiscos, lametones..., mientras me muevo con una urgencia desmedida deseosa de sentirle.

—No podemos hacer ruido –susurro en su oreja.

Él asiente y me estira hacia abajo para seguir besándome. Enloquecida por el morbo que me suscita la situación, me afano por quitarle el pantalón del pijama, liberando así su erección. Abro el paquetito plateado con los dientes, saco el preservativo y se lo coloco. Ya no hay nada que pueda frenarme. Me siento sobre él, me muevo y, poco a poco, percibo como empieza a entrar sin ayuda en mí. Estoy muy excitada, por lo que no le cuesta seguir presionando mi orificio abriéndose camino hasta encajarse completamente dentro de mí. Me muerdo el labio inferior reprimiendo todos mis gemidos, él inclina la cabeza hacia atrás cerrando con fuerza los ojos para contenerse. Continúo moviéndome, cabalgando sobre él. Arriba, abajo, arriba, abajo..., así varias veces. Trazo circulitos con su pene en mi vagina y varío el ritmo. Sus manos me aprietan, palpan cada poro de mi piel, y yo, gozosa, me muevo aún más insistente sobre él. Se echa un poco hacia atrás y su pulgar presiona mi clítoris justo en el momento en que había alcanzado la máxima excitación. Estoy a punto de gritar, pero entonces recuerdo que debo contenerme, así que me tumbo sobre él para moverme salvajemente de norte a sur, sin dejar el menor hueco entre nuestros cuerpos desnudos y empleando toda nuestra fuerza en la refriega. Ambos nos perdemos en el cuello del otro, enterrándonos para bloquear los involuntarios sonidos hasta que, un par de minutos más tarde, nos dejamos ir en un liberador orgasmo. Arrugo los dedos de los pies mientras me contraigo, prolongando un poco más el momento antes de caer derrotada sobre su cuerpo, ligeramente sudado. Él se encarga de sellar mi boca con un beso, recordándome que estoy respirando demasiado fuerte. Capto la indirecta, cierro la boca e intento respirar profundamente por la nariz hasta recobrar el aliento. Sonríe, y yo le devuelvo la sonrisa. Ahora todo es perfecto. El sexo lo ha curado todo.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora