32

558 83 2
                                    

Después de la primera noche, me doy una merecidísima ducha y bajo a la cocina guiándome por el delicioso aroma que proviene de ella.

—¡Churros con chocolate! –exclamo animada corriendo hacia mi madre para abrazarla por detrás–. Vas a hacer que me ponga como una vaca.

Se gira y me apretuja las mejillas para besarme. James aparece por la puerta poco después, está vestido, seguramente desde hace tiempo y ha estado esperando a que yo saliera de mi habitación para hacerlo él también.

—¡Ven aquí, mi niño! –Mi madre extiende los brazos, pero él permanece parado sin saber exactamente qué es lo que tiene que hacer, entonces ella se acerca, sin dejar de reír, y abraza con fuerza obligándole a agachar la cabeza para darle un sonoro beso–. Espero que te gusten los churros; aunque mira... –Los ojos de mi madre brillan de entusiasmo al encaminarse hacia la despensa para sacar una caja de galletas de mantequilla Grandma wild's–. Me han dicho que tú las conocerías.

Me echo a reír. James la mira con ternura, y esa expresión de cariño hacia ella, me evoca un sentimiento que, dadas las circunstancias, debería estar prohibido. Cogemos las tazas y los platos para llevarlos al comedor.

—Papá ha ido a trabajar, ¿no?

—Sí, y nosotros nos vamos a dar un homenaje en su honor.

Nos sentamos a la mesa. Mi madre pone la cafetera y el jarro de la leche en medio. James espera a que las dos nos sirvamos para luego hacerlo él. Mi madre coge el paquete de galletas con toda su ilusión y lo abre.

—Probaré una –comenta antes de cogerla. Se la mete en la boca, la mastica y, acto seguido, hace una mueca que nos hace reír a James y a mí–. ¡Qué malo está esto quillo! ¡Es como comer alpiste! –Deja el resto de la galleta sobre la mesa y coge un aceitoso churro–. No te preocupes, cariño, yo te enseñaré lo que es la comida de verdad, porque visto lo visto...

James sonríe y nos imita, cogiendo uno de los churros para, a continuación, mojarlo en denso chocolate. Los tres a la vez emitimos un sonoro "mmmmmm" mientras lo degustamos, acto seguido reímos sin parar; las galletitas inglesas han quedado sin tocar sobre la mesa.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? –pegunto arqueando las cejas en la dirección de mi madre, he tomado la firme decisión de ignorar a James todo lo posible, cuanto más lejos esté de él, menos daño me hará cuando lo vea en la oficina de la mano del insecto palo y su precioso hijo rubio en brazos.

—¿Por qué no vais James y tú al centro y le enseñas todo esto?

—¡Ni hablar! Quiero que hagamos algo juntas.

—Yo tengo que preparar la comida y limpiar un poco.

—¡De eso nada! –irrumpe James, dejándome anonadada–. O salimos los tres o nos quedamos para hacer todas esas tareas.

Ya está, se acaba de ganar a mi madre. ¡Cabrón astuto!

—Pero vosotros sois jóvenes, ¡aprovechad!

—Mamá, ya lo has oído, te vienes con nosotros.

Su sonrisa me conmueve, y sin perder más tiempo, se quita el delantal para acompañarnos.

James conduce su flamante BMW por la ciudad. Cómo han cambiado los tiempos... cuando yo era pequeña me escondía detrás de los árboles para apedrear coches como este, ahora ya no hay nadie que haga eso. Mi madre está más animada que nunca y habla sin parar. Le gusta James desde el primer momento en que lo vio, lo sé porque en lo que a gustos se refiere, somos prácticamente iguales.

Paseamos por las estrechas calles adoquinadas, contemplamos sus edificios, las plazas, paseos y avenidas. Paramos a tomarnos algo en una pequeña terracita junto al río y mi madre no desaprovecha la oportunidad para contarle anécdotas mías, como mi protesta contra el uso de las pieles de animales, en la que recorrí esas mismas calles sin camiseta ni sujetador, o el día en que por una apuesta me tiré al río y quedé atrapada en un fangal del que no podía salir. Le cuenta incluso los sitios en los que me reunía con los chicos para tomar algo, y cómo escogía siempre los clubes que tenían dos puertas para salir por la trasera cuando consideraba que las cosas empezaban a torcerse. Me abochorna, pero los dos parecen disfrutar a mi costa, y su compenetración es francamente increíble.

Aprovechando que mi padre no vendrá a comer a casa, decidimos darnos el capricho y picar algo por ahí. Llevo a James a un tradicional restaurante de tapas, donde desde mi punto de vista, sirven lo mejor del país. Quedamos saciados, y el buen vino que él ha escogido para acompañar los platos, nos ha dejado más contentas de la cuenta.

Aún nos sobra tiempo para entrar en algunas de las tiendas, solo para mirar. Me gusta especialmente esa que tiene jaboncitos de colores con pequeños objetos en su interior; huele tan bien...

Unas cuantas vueltas y un helado más tarde, regresamos a casa.

—¡Menudo día el de hoy! Hacía tanto que no lo pasaba tan bien... Tu padre ya no me lleva a pasear por ahí.

—Pues díselo, estoy segura de que si insistes un poco te sales con la tuya.

Mi padre llega una hora después a casa. Nos pregunta acerca de nuestro día y hace una mueca de disgusto cuando le narramos todo lo ocurrido. Tras la cena, nos relajamos en el sofá para ver un poco la tele. Mi padre abre su cartera y de ella saca una fotografía que quiere mostrarme.

—¿Quién es?

—Es Jordi, el hijo de Pep.

Miro la foto con detenimiento.

Es un chico joven, está muy serio, pero lo que más llama mi atención es la gruesa rasta que cuelga delante de su pecho exhibiendo unos aros metálicos que se ciñen alrededor de ella.

—¿Te gusta? –insiste mi padre–. No me negarás que tiene un rostro que inspira confianza.

Y ya estamos otra vez. ¡Mi padre y sus rostros que inspiran confianza! Seguramente será uno de esos catalanes extremistas con los que quiere emparejarme.

—¡Madre mía, papá! No puedes tener peor gusto.

—¡Qué dices! Es un buen chico, pequeña, míralo bien.

Vuelvo a detenerme en la fotografía. No, definitivamente no me gusta. Se la devuelvo sin hacer demasiado caso cuando empieza a contarme que está estudiando derecho y bla, bla, bla, bla...

Me satisface mirar de reojo a James y ver su pálido rostro crispado, por un momento se me pasa por la cabeza decir a mi padre que me concierte una cita con el muchacho, solo para provocarlo, pero lo cierto es que el chico, por mucha confianza que a mi padre le transmita, a mí no me gusta en absoluto, así que dejo correr esa tentadora oportunidad.

Después de ver las noticias y los resúmenes deportivos, nos levantamos a la vez para irnos a la cama. Mañana es Nochebuena, siempre me ha gustado esa noche, no sé por qué. Quizás sea por la sopa de galets, o las gambas a la plancha que mi madre solo hace ese día. Lo cierto es que esas pequeñas costumbres las recuerdo con mucho cariño.

Y otra vez, casi sin darme cuenta, vuelvo a estar sola en la habitación. Miro mis pósteres de adolescente; hay que ver qué fácil era todo entonces, cuando creía que podría comerme el mundo, cuando soñaba que si conseguía que alguno de mis ídolos me mirara acabaríamos siendo novios... Ahora me hace gracia mi ingenuidad de entonces; quien sabe, tal vez todavía quede algo de todo aquello.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora