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Sin lugar a dudas, esta minifalda no me queda bien, sino lo siguiente. Miro el reflejo de mi culo en el espejo desde todos los ángulos, después, me subo los leotardos y acomodo mis botas. Sonrío animada frente al espejo; estoy contenta. Regreso a mi mesa y veo que Vanessa me sonríe de oreja a oreja.

—Ha llegado eso para ti.

Levanta un impresionante centro de frutas exquisitamente cortadas y listas para comer. Hay kiwis, fresas bañadas en chocolate, taquitos de piña, uvas... De todas salen palitos para poder cogerlas y comerlas.

—¿Qué es eso?

Estoy tan ilusionada que cojo el centro y lo dejo sobre mi mesa. Desclavo un palillo con una fresa y me lo llevo a la boca. El chocolate está crujiente y realza el mágico sabor de la fruta.

—¡Coge una, Vane! Esto está buenísimo.

Arranca una diminuta uvita y me echo a reír. Sé que le sabe mal destrozar la elaborada construcción de tres pisos, pero si no se come se pudrirá, y eso sí que es una pena. Cojo el sobrecito con la tarjeta que acompaña el centro y lo abro.

«El lunes me enteré de tu indigestión, así que como médico, te recomiendo una dieta ligera y saludable los próximos días. ¿Nos vemos el viernes? Nada de pescado crudo, lo prometo...»

Sonrío como una tonta. ¡Este Franco es todo un amor! Le dejo a Vane leer la tarjeta y, en cuanto termina, me mira. Nos abrazamos y empezamos a dar frenéticos saltitos deteniéndonos en seco cuando James se acerca a nosotras con el semblante serio. ¡Qué habilidad tiene para estropear los buenos momentos! Es como si tuviera un radar de felicidad y eso le obligase a venir enseguida para aguarnos la fiesta.

—¿Perdiendo el tiempo, señorita Suárez?

Agacho la cabeza. Vane interviene por mí, lo cual me impresiona.

—Solo ha sido un momento señor Orwell, es que Anna ha recibido un regalo y...

—¿Un regalo? –Mira hacia mi mesa, ve el centro y la vena de su cuello se hincha.

—Coja sus cosas, tenemos una cita en Taos en veinte minutos. Espero que esta vez hayan hecho un trabajo que valga la pena, de lo contrario, van a lamentar hacerme perder el tiempo de esta manera.

Trago saliva. Está muy, pero que muy enfadado; sin embargo, yo no puedo dejar de pensar en el dichoso anuncio. Estoy nerviosa porque sé que, como mínimo, un primer plano mío se va a ver en él. No creo que eso mejore el humor de James, puede incluso desprender humo por las orejas cuando se entere. Además, también me preocupa que no haya osado girarse en mi dirección ni una sola vez, y mucho menos dirigirme la palabra desde que hemos entrado en su coche. ¿Será que por fin ha decidido hacerme caso y poner más distancia entre nosotros?

Traspasamos las puertas giratorias de la empresa de publicidad. Claudia reaparece muy animada, me sonríe, y entonces comprendo que todo ha ido bien; Sofía se añade al grupo poco después. James la mira extrañado, sabe que la conoce de algo, pero no recuerda de qué. Nos cogemos del brazo para darnos apoyo mientras entramos en la enorme sala insonorizada. Ella me suelta, suspira y me mira. Vuelve a sonreír intentando tranquilizarme, es irónico que precisamente ella, en su situación, intente tranquilizarme a mí.

Cogemos nuestras tazas de café, esta vez sin un solo bollo. James apenas ha abierto la boca desde que hemos llegado, su cabreo es palpable a kilómetros, por lo que desde el principio sé que, enseñen lo que nos enseñen hoy, no va a ser de su agrado.

Sofía espera a que Claudia le dé la señal, se acerca al reproductor e inserta una pequeña tarjeta. Una vez en la mesa, inician la reproducción pulsando el Play del mando a distancia.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora