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Después de comer un enorme y delicioso plato de pasta italiana con una jugosa salsa de setas y parmesano, decidimos sacrificar la hora del té para ir a indagar las tiendas del centro comercial. Es enorme y está abarrotado de gente, pero no nos importa; no tenemos prisa y podemos permitirnos el lujo de detenernos frente a los acristalados escaparates mirándolo todo.

Los lustrosos suelos de mármol blanco con dibujos en verde, junto a la clásica decoración, nos trasladan a otra época. Caminamos de la mano, reímos y bromeamos mientras nos adentramos en la sección de caballero de una gran firma americana. Ya no hay lugar para las risas, me pongo seria y empiezo a caminar con decisión por los pasillos.

Miro a James de arriba abajo y cojo todo aquello que sé que le va a quedar espectacular. G-Star ofrece una gran variedad de ropa, eso sí, toda carísima, pero él bien puede permitírselo después de tantos años privándose y rehuyendo de la moda.

Le empujo literalmente hacia el probador, el pobre solo sonríe y no abre la boca ni para dar su opinión; no importa, visto lo visto, más vale que se deje guiar por mí. Cada conjunto que se prueba le queda mejor que el anterior, incluso una de las dependientas que se ha ofrecido a hacer los cambios en las tallas que lo requieran, se queda tan impresionada como yo cuando ve a James, ya que no solo está guapísimo, sino que parece un modelo de calendario. Él no hace más que reír de nuestras caras de asombro cada vez que abre la cortinilla del probador. Después de media hora llegamos a la caja con unas cuantas prendas y la dependienta nos comunica el precio: quinientos un euros; ambos estallamos en carcajadas.

—Mira tú por dónde, ya sé en qué voy a invertir mis honorarios –comenta con humor.

Salimos de la tienda cargados con las enormes bolsas de ropa, pero el día de compras no ha terminado, así que lo conduzco hacia una tienda de trajes donde el joven dependiente y yo nos entendemos a la perfección. Miramos a James, que parece un maniquí, y empezamos a opinar en cuanto a corte, colores... Le hacemos ponerse un traje que le sienta como un guante, de esos que se entallan en la cintura, en color azul marino. El dependiente le pone una camisa blanca y le enseña una corbata estrecha azul eléctrico. Él me mira, y yo asiento con rotundidad. Sonríe y se la pone delante de mí.

Se me descuelga la mandíbula al verlo completamente vestido, me acerco a él, y con cuidado de que no nos oigan, susurro:

—Quítatelo, creo que acabo de correrme.

Estalla en carcajadas.

El dependiente le ofrece otro traje en color negro y uno más en un tono gris oscuro; se los va a llevar todos, con la percha que tiene... ¡Y hasta ahora me llevaba esos trajes tan poco atractivos!

Saliéndose un poco de lo habitual, escoge unas cuantas camisas de colores, lo cual me sorprende bastante; pero yo le animo, a mí los colores me chiflan. Lo mismo pasa con las corbatas de corte moderno; escoge unas de rayas, texturas y colores que no van mucho con su personalidad; no sé si lo hace por complacerme a mí, pero lo cierto es que cuando le vean en la oficina, todo el mundo se dará cuenta de que yo tengo algo que ver en su cambio de look.

Salimos de la tienda y no le dejo ni un minuto de descanso, es el momento de ir a una zapatería. Elegimos un calzado formal para combinar con sus trajes y algo más casual; además de unas de esas funcionales zapatillas que sirven para todo. Jamás le había visto así, pero parece disfrutar con sus nuevas adquisiciones como un niño el día de Navidad, entonces me dedica una mirada pícara y tira de mí.

—Te toca.

—¿Qué? ¡No! –Me echo a reír–. Este mes no puedo gastar nada más, por muy tentada que esté.

Me mira extrañado.

—Tú no vas a gastar nada.

—No. –Me cuadro enérgica frente a él–. Ni puedo, ni quiero, ni pienso aceptarlo.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora