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Dejo los papeles en la mesa y me pongo el abrigo, Vanessa no me va a dejar trabajar esta vez, dice que hace días que no voy a desayunar con ellas y empieza a tomárselo como algo personal. No tengo más excusas que ofrecerle; me queda mucho por hacer, pero ya no puedo alargarlo más.

Mónica sonríe y empieza a aplaudir en cuanto traspaso la puerta del bar. Nuestra mesa de siempre está dispuesta, así que me siento en mi lugar y, en cuanto estamos acomodadas, levantamos la mano derecha a la vez para que nos vea el camarero.

—Ya pensaba yo que el mandón de tu jefe no te dejaría salir hoy tampoco.

—Él puede dejarme o no –digo encogiéndome de hombros–, al final haré lo que me apetezca.

Ambas se ríen por lo bajo. El camarero nos saluda, deposita cuidadosamente la bandeja sobre la mesa y nos entrega, sin error, a cada una su desayuno.

—Disculpen... –Nos mira a las tres, cerramos el pico y le prestamos toda nuestra atención; no estamos acostumbradas a que nos hable, normalmente se limita a tener un trato cordial sin más–. Si no es mucho pedir, ¿podría firmar mi libreta? –Pregunta extendiendo la libreta donde apunta los pedidos y un bolígrafo.

Mónica se tapa la boca para no reír y Vanessa le da un discreto codazo en las costillas.

—¿Quieres que te firme una libreta? –Mi incredulidad desata las risas del grupo mientras el chico se pone más y más rojo.

—¿No es usted la chica del anuncio? El de las cremas...

¡Madre mía, no me jodas que ahora me van a reconocer!

—Pero quieres que te firme en la libreta –insisto.

—Es que no tengo una foto a mano.

—Oh, por eso no te preocupes. –Vanessa abre su bolso bajo mi impasible mirada y saca una revista.

Cómo no, hay un diminuto espacio dedicado a mí, mi cara en un primer plano en blanco y negro, bajo el eslogan de las cremas. Arranca la hoja y se la entrega al camarero.

—Muchas gracias –dice a Vanessa con una tímida sonrisa–. Tenga. –Me entrega la hoja de la revista y miro a mis amigas con los ojos abiertos como platos.

—Entonces deduzco que este desayuno es a cuenta de la casa, ¿verdad?

—¡Por supuesto! –exclama el chico dedicándome una desproporcionada sonrisa.

—Vale, entonces dame el boli. –Firmo el papelito, solo con mi nombre y una rayita enroscada y se lo devuelvo.

—Muchas gracias, Anna.

—De nada.

En cuanto se va, Mónica se recuesta en la silla sin dejar de sonreírme.

—¡Anda que vaya morro tienes! –dice negando con la cabeza mientras sostiene su taza de café.

—¡De morro nada! Al menos que sirva de algo que salga en las revistas, ¿no crees? Pero bueno, no intentes escabullirte cambiando de tema, sincérate con nosotras, ¿qué tal con Raúl?

—¿Raúl? –pregunta Vanessa sorprendida.

—Sí, es el adolescente cañón que va detrás de Mónica.

—¡Qué me dices!

—¡Calla, calla, que no es para tanto! No hay nada entre nosotros.

—¿No? –La miro atentamente–. Pues mira que los adolescentes a esa edad tienen las hormonas revolucionadas...

Vanessa se echa a reír.

—¡Ay, Anna! ¿Por qué haces que todo parezca una perversión sexual?

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora