9

1K 117 2
                                    

Llegamos a la esteticista y Elena está tan asustada que parece como si estuviera a punto de entrar en un paritorio. No hemos parado de reírnos de su miedo; pobrecilla, en el fondo su inocencia es algo que me da lastimita. Esperamos en otra habitación y ponemos los pies en alto, hemos decidido hacernos la pedicura mientras esperamos. Mientras nos pintan las uñas ojeamos las nuevas tendencias de moda en Vogue. ¿Puede haber algo mejor?

Oímos grititos nerviosos que provienen de una de las cabinas, nos miramos y sonreímos al saber que se trata de nuestra amiga. Después de casi una hora, aparece con la cara roja y las piernas un tanto arqueadas; no podemos parar de reír.

—¿Dónde has dejado el caballo, reina?

Le doy un codazo a Lore y me acerco a Elena para darle un beso.

—¿Qué tal?

—No me hables, esto duele un huevo.

Intento reprimir la risa, pero no lo consigo.

—El escozor pasará pronto. –Le prometo mientras sostengo su mano acompañándola lentamente hacia la salida.

La tarde mejora cuando llegamos a la condonería. Elena pone resistencia, pero son demasiadas manos las que la empujan para meterla dentro, por lo que termina cediendo. Las estanterías están repletas de cosas de colores, algunas no sé ni para qué sirven, me planto frente a un maniquí al que han puesto un provocativo vestidito de encaje transparente que me da vergüenza nada más verlo.

—No me irás a decir que te gusta eso. –Miro a Elena y empiezo a reír al ver su cara de horror.

—Venga, va, busquemos algo para tu disfrute personal.

Tiro de ella y la llevo frente a la estantería de los consoladores, ¡a cuál más raro! Cojo uno al azar, no es demasiado grande, y encima tiene un pequeño montículo vibrador para estimular el clítoris; interesante...

—¿Qué te parece este?

—¡Ssshhhh! ¡No hables tan alto!

—¡Elena! Te aseguro que aquí nadie se va a escandalizar. –Sonrío y le pongo la caja en las manos–. Esto se va hoy para casa.

Me mira nerviosa, las manos le tiemblan y eso me provoca aún más risa. Mientras, Mónica y Lore se entretienen mirando unas bolas chinas.

—¿Habéis encontrado algo?

—Las bolas chinas son medicinales, ayudan a ejercitar el suelo pélvico.

—Y la próstata –aporta Lore.

Mira por donde, al final van a estar de acuerdo en algo.

—Está bien, me habéis convencido. Yo también me llevo unas; todo sea por ejercitar el suelo pélvico...

Cojo una cajita rosa y nos dirigimos a la caja, satisfechas con nuestra reciente adquisición. Camino a casa continuamos bromeando y, sin apenas darnos cuenta, el día deja paso a la noche. ¡Bendita noche! Las farolas desprenden su habitual luz ámbar, produciendo destellos brillantes en la acera bañada por la inminente humedad.

Esta noche hemos quedado en una discoteca del centro: People Lounge. La pegadiza melodía de Ricky Martin, Come with me, nos acompaña en nuestra entrada triunfal a la gran sala. Subida en mis vertiginosos tacones, me infiltro entre la multitud hasta encontrar un hueco donde poder dar rienda suelta al baile. Lore me trae mi bebida favorita y se mueve a mi lado siguiendo el ritmo de mis caderas.

—Menuda panda de babosos estás atrayendo, reina. ¡Te devoran con los ojos!

Miro a mi alrededor y constato que tiene razón, hay un grupo que no me quita ojo; si quiero, los tengo. Sigo bailando ignorando al grupo mientras busco a mis amigas con la mirada; al parecer también están disfrutando, unos chicos las invitan a copas y las rodean de la cintura incitándolas a bailar. Mi sonrisa se detiene cuando unas inesperadas manos palpan mi trasero. Me giro enérgica y, automáticamente, me aparto de un par de hombres que ya están un poco bebidos, pero una de sus manos tira con fuerza de mí hasta casi hacerme caer.

—¿Qué cojones estás haciendo?

Intento deshacerme de él, pero su fuerza me lo impide. Con la mano que le queda libre, me agarra de la cintura para seguir acercándome. Estoy a punto de darle una patada en los huevos cuando Lore se acerca al chico por detrás y le estira del cuello de la camiseta, alejándolo de mí.

—¿Tienes algún problema? –Le vacila a Lore.

—En realidad sí. Te lo advierto, vuelve a ponerle la mano encima y te juro que te reviento.

Su gran altura y la seriedad de su rostro, les hace reconsiderar las cosas. Estoy alucinada. ¿De dónde ha sacado Lore ese carácter?

—Oye, grandullón, cálmate, ¿quieres?

—No, no puedo calmarme. Haz el favor de desaparecer de mi vista. ¡Largo!

Su último grito hace que el chico dé un respingo, luego, hace un gesto con la cabeza a su amigo y ambos se van. Me quedo con la boca abierta tras la asombrosa actuación de mi Lore.

—Me has dejado sin palabras –reconozco.

—Nadie hace a mis chicas nada que ellas no quieran que les hagan.

Enhebro mi brazo al suyo y nos dirigimos a la barra, a juntarnos con nuestras dos amigas. Bailamos y bebemos hasta que no podemos más, dejando este incidente a un lado. Cuando los zapatos empiezan a molestarnos, decidimos regresar a casa.

Más risas y carcajadas nos asaltan por las oscuras calles, el eco rebota contra los edificios, así que nos obligamos a bajar el volumen para no incomodar a los vecinos. Casi hemos alcanzado nuestro vehículo, cuando un ruido sordo nos obliga a mirar hacia atrás. Lore está tendido en el suelo, y tras él, están los dos chicos de antes, armados con un palo que no han dudado en estrellar contra su cabeza. Elena emite un grito angustioso y corre hacia nuestro amigo, que parece estar aturdido.

—¿Creíais que habíais ganado? –Se acerca a mí y me agarra, arrastrándome con fuerza.

—Morena, tú y yo tenemos una conversación pendiente...

Respiro con ansiedad, tengo miedo, pero ver a Lore en el suelo me enciende. Miro a su agresor con los ojos inyectados en sangre, me cuadro con valentía frente a él y hago aquello que he visto hacer en decenas de películas: una patada en la espinilla.

¡Funciona! Su cuerpo se arquea hacia delante y su amigo se acerca para auxiliarle, pero en cuanto se da cuenta de que el primero está bien, se centra en mí. Ahora la morbosa diversión de sus ojos se ha desvanecido dando paso a un odio extremo.

Lore consigue levantarse y, aprovechando que esos dos no se dan cuenta, se abalanza sobre ellos. Elena y Mónica le ayudan para intentar reducirlos. El chico que había frente a mí aún sostiene el palo, alzándolo para golpear a alguno de mis amigos, así que no lo pienso dos veces y me lanzo en su busca para cogerlo al vuelo, con tan mala suerte que en mi caída, un codo surge de la nada e impacta contra mi ojo. La fuerza del impacto me impulsa hacia atrás y solo atisbo a ver cómo Lore les arrebata el palo y ellos huyen por el callejón. Cuando ha pasado todo, Elena se gira en mi dirección y corre a mi encuentro.

—¡Madre mía, Anna!

—¿Qué pasa?

Lore se acerca, me ayuda a levantarme del suelo y me mira con el ceño fruncido. Me sostiene con fuerza mientras nos alejamos calle abajo, nos metemos en el coche e iniciamos la marcha en absoluto silencio.

—Lore, ¿estás bien? ¿Te han hecho daño? ―Me atrevo a preguntar.

—Solo ha sido un golpe, lo tuyo es peor.

—¿Peor? –Miro a mis compañeras con el rostro desencajado. Mónica suspira y saca un espejito de su bolso para mostrarme el estropicio.

—¡Santo cielo, menudo golpe!

Mi ojo izquierdo está completamente negro, y el globo ocular teñido de rojo. Me llevo una mano a la boca.

— ¿Esto se irá?

—Tranquila, en cuanto lleguemos a casa te lo miro. Parece que solo es el morado propio del golpe en esa zona, nada que deba preocuparte. Eso sí, tardará una semanita larga en curar...

—¿Una semana?

Mi voz suena angustiosa, no puedo estar toda una semana con esta cara, ¿qué van a pensar en el trabajo? Cojo aire y cierro el espejo; espero que, con un poco de hielo, baje la hinchazón.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora