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Estiro los brazos mientras bostezo. Tengo la sensación de que últimamente no hago más que comer y dormir todo el tiempo. Me asomo a la ventana y veo que hace un día soleado; no necesito nada más.

Abro mi armario y saco un viejo chándal de años atrás que, curiosamente, me sienta tan bien como entonces. Me peino y bajo para comentar mis planes a mis padres, pero no están en casa. Papá ha ido a trabajar y mamá ha dejado el desayuno sobre la mesa junto a una nota diciendo que va al supermercado. Cojo un bollo del plato y lo mordisqueo mientras me dirijo a paso ligero al garaje.

¡Aquí está! Mi bicicleta Mérida de doble suspensión, ideal para la montaña. Le quito un poco el polvo y pedaleo hacia la salida. ¡Va de maravilla!

Abro la puerta del garaje y corro por las extensas llanuras hasta perderme entre los bosques montañosos y húmedos que hay detrás de mi casa. El camino lo conozco de memoria, es una cuesta difícil, además, estoy algo desentrenada, pero eso no va a detenerme.

Estoy sudando una barbaridad, hago un pequeño esfuerzo más y... ¡Genial! Tengo que quemar todos los excesos de los últimos días. Llego a la cima, cojo aire y bajo a toda velocidad, gritando de emoción como una loca. La adrenalina se desata por todo mi cuerpo mientras esquivo piedras, árboles... El viento ondea mi cabello hacia atrás, ¡me siento libre! Circulo rápidamente como tantas otras veces, pero en esta ocasión, diviso una camioneta blanca destartalada. Miro hacia ella, a pocos metros hay un hombre meando en un arbusto. ¡Qué asco!

Giro el manillar, la bicicleta corre el doble ahora porque la empinada bajada se acentúa y mi velocidad se dispara. Presiono las palancas del freno y... ¡Maldición! Vuelvo a intentarlo, pero estas no responden. ¡Joder!

Me pongo nerviosa, lo veo todo a cámara rápida consciente de que me la voy a pegar en cualquier momento y, a esta velocidad, eso no puede ser bueno. Grito al sentir como las piedras me hacen botar en el sillín. ¡Joder, joder, JODER!

No lo pienso más, hay unas zarzas a mi derecha y me tiro sobre ellas; es mejor que estamparme contra un árbol..., o algo peor.

¡Mierda, como duele! ¡Dios!

Estoy enredada entre las espinas de las zarzas, cada vez que intento moverme los arañazos rasgan mi piel. ¡Qué dolor! Sollozo, protesto, estoy a punto de llorar cuando el rostro de un chico joven se interpone en mi campo visual, emitiendo un sonoro silbido y negando con la cabeza al mismo tiempo.

—¡Menudo leñazo!

—¡Soy un puto desastre! –exclamo haciendo una mueca de angustioso dolor–. No puedo moverme, este es mi final, lo sé.

Se echa a reír, yo le sigo, pero me detengo enseguida porque al moverme, las espinas se clavan todavía más en mi piel. El chico extiende sus manos en mi dirección y mi rostro se contrae.

—¿Te has lavado las manos después de mear? –Me contempla alucinado antes de echarse a reír de nuevo.

—¡Por supuesto! Además, me he aplicado un jabón anti bacterias –comenta en plan irónico.

—Ah, bueno, si te has desinfectado la cosa cambia. Adelante, te dejo tocarme.

Vuelve a sonreír.

—Pero no sé por dónde, estás llena de sangre y espinas. ¿No tendrás algún tipo de enfermedad contagiosa, no?

—Sí –digo convencida–. Estupiditis aguda. ¡¿Quieres sacarme ya de aquí?!

Emite una fuerte carcajada, se acerca, pone un brazo en mi espalda y el otro bajo el pliegue de mis rodillas.

—¡Coño! ¡Esto duele de cojones! –Se queja mientras tira de mí hacia arriba y me desengancha de las malditas zarzas.

Fuego VS HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora