Capítulo 10

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El joven no siguió esperando una respuesta y no podías dejarlo ir, solo porque no le dirías que te enloquecía de forma romántica.

«¿Por qué no le dije cómo me siento?» pensaste con tristeza. «¿Y si me arrepiento por el resto de mi vida?»

Apretaste el volante con mucho en mente, preguntándote si decirle a Midoriya que te tenía obsesionada sería lo correcto.

Midoriya era consciente de que sus pies no soportarían hasta una parada de autobuses, y el metro ya no estaba disponible a esa hora. Sus pies parecían estar calientes por el dolor.

Nadie le llevaría tan rápido y cómodo como tú, sentó cabeza y se detuvo a mitad del camino, con fatiga dejó caer sus hombros, tomó aire y regresó a la ventanilla de tu auto.

Ver tu rostro le ahogó en remordimiento por sus anteriores palabras.

—¿Puede llevarme a casa? —pidió en voz baja.

Dicha petición fue como ver la luz en la oscuridad, sentiste una oleada de alegría.

—¡Sí! —respondiste sin dudarlo.

El chico entró, sudando a pesar del frío que hacía en el exterior. La tensión se podía sentir en el aire, y aunque normalmente no hablaban cuando conducías, esta vez el silencio le resultaba insoportable, intentó respirar profundo para calmarse, pero la tensión seguía en el ambiente, aplastando su buen corazón. De repente, su mente se despejó al recordar lo que había sucedido en el asiento trasero. El pensamiento lo hizo tragar saliva con fuerza y sus mejillas se encendieron en un rubor.

Dejaste tu carro frente al edificio de apartamentos, el silencio fue momentáneo. Ambos esperaban que el otro hablara y explicara sus dudas.

—Midoriya… —comenzaste.

—¿Huh? —giró su cabeza a tu dirección, viéndote un poco ansiosa con el volante del auto.

—Yo… —desabrochaste tu cinturón de seguridad y te acercaste a él.

El omega entró en estado de pánico, se quedó inmóvil al verte tan cerca de su rostro, sintiendo el dulce aroma de tus feromonas en la nariz, su corazón no aguantaría. Los latidos de su corazón estaban en su garganta.

Abrió los ojos de par en par, confundido y decepcionado. Había imaginado un beso apasionado y lleno de deseo, pero en cambio, había recibido una caricia en la cabeza. Se sintió como un tonto por haberse dejado llevar por sus fantasías, y la decepción le pesó en el pecho como una losa.

—Señorita Yoshimura… —respiró profundo, no quería sonar doble intencionado. —Aún tengo su abrigo en casa.

Entrelazó sus manos y las apretó a la altura de los muslos.

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Te encontrabas fascinada en la casa de Midoriya, tu sola presencia le hacía que su corazón latiera con fuerza y que sus pensamientos se descontrolaran.

—Voy al baño, el abrigo está en mi habitación —dijo Midoriya con una voz nerviosa.

Mientras él se dirigía al baño, tú dejaste tu otro abrigo en el sofá de piedra. Al recuperar tu otro abrigo, te diste cuenta de que estaba limpio, pero la papelera estaba llena de pañuelos usados, delatando así que Midoriya se había deleitado con tu aroma.

«¡Olvidé sacar la basura!» Midoriya quería estrellar su cabeza contra la pared, pues ahora sabías que se había sentido muy a gusto con tu abrigo.

𝐄𝐋 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐋𝐀 𝐀𝐋𝐅𝐀 𝐈𝐃𝐄𝐀𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora