Capítulo 26

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El despertar de Izuku fue lento y confuso, como si emergiera desde lo más profundo de un sueño imposible de abandonar. El primer sonido que percibió fue el zumbido bajo de las máquinas conectadas a su cuerpo: el latido constante del monitor cardíaco y el leve silbido del oxígeno. Al abrir los ojos, la luz blanca del hospital le hirió las pupilas, forzándolo a parpadear varias veces hasta que su visión se aclaró por completo.

Un equipo de médicos y enfermeras rodeaba su cama, tomando notas, revisando sus signos vitales y ajustando las sondas. La doctora principal, una mujer de semblante severo pero mirada comprensiva, se inclinó hacia él, palpando suavemente su muñeca para medir su pulso manualmente.

—Izuku, ¿puedes oírme? —preguntó la doctora con voz calma pero profesional—. Estamos monitoreando tu estado para asegurarnos de que todo esté bien después de la intervención. Voy a hacerte algunas preguntas, ¿de acuerdo?

Izuku asintió débilmente, sintiendo su cuerpo pesado y extraño, como si no le perteneciera. Le tomaron muestras de sangre y escanearon su abdomen, buscando cualquier signo que pudiera dar indicios del delicado estado en el que se encontraba. Cada toque de los doctores era preciso y meticuloso, pero la tensión en el aire era inconfundible. Todos sabían que algo más grande que un simple chequeo se estaba gestando.

Finalmente, tras horas de pruebas, la doctora pidió que los demás abandonaran la habitación, dejando el espacio en silencio salvo por el suave pitido del monitor.

—Ahora que estás despierto, debo explicarte la situación con claridad —dijo la doctora, con un tono que no admitía evasivas—. Lamentablemente, tu cuerpo no está en condiciones de continuar con este embarazo.

Izuku frunció el ceño al escuchar sus palabras, como si una pequeña fisura se abriera en su alma. La doctora siguió hablando, intentando mantener la serenidad.

—Debo ser franca contigo, Izuku. Mantener el embarazo es extremadamente riesgoso. No solo compromete tu salud, sino que puede llegar un momento en el que tengamos que elegir entre tu vida y la del bebé. En ese caso, la señorita Yoshimura tendría la última palabra.

El impacto de esas palabras fue devastador. Por un momento, el tiempo pareció detenerse, como si el mundo entero hubiera dejado de girar. Pero entonces, una furia desconocida brotó de lo más profundo de Izuku.

—¡No! —gritó, alzando la voz con una intensidad que nunca antes habías escuchado—. ¡Yo quiero tener este bebé! ¡Es el bebé de la señorita Yoshimura!

Su rostro, normalmente sereno, estaba distorsionado por la ira y la desesperación. Intentaste acercarte a él, poniendo una mano en su hombro para calmarlo, pero él se sacudió, rechazando cualquier intento de consuelo.

—Izuku, por favor... —susurraste, sintiendo cómo tus palabras rebotaban contra un muro de dolor.

La doctora mantuvo la calma ante su reacción, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Entiendo cómo te sientes, Izuku, pero debo ser honesta contigo. Si sigues adelante, el proceso será muy difícil. Tienes que prepararte para la posibilidad de perder al bebé... o, peor aún, tener que tomar una decisión imposible.

Izuku dejó de luchar por un momento. Su respiración era rápida y superficial, como si el aire no lograra llegar por completo a sus pulmones. Se giró hacia ti, y en sus ojos encontraste una angustia tan profunda que te dejó sin aliento.

—¿Me elegirías a mí? —preguntó con la voz quebrada, buscando desesperadamente algo que lo anclara a la realidad.

Te arrodillaste junto a él, tomando sus manos temblorosas entre las tuyas. Sentías la presión invisible de sus expectativas, el peso de una promesa que aún no habías pronunciado.

—Izuku... sabes que sí. Te elegiría a ti una y otra vez. Porque tú eres todo para mí... Todo lo que siempre quise.

Esperabas que tus palabras lo tranquilizaran, pero en su rostro apareció una expresión de tristeza absoluta. Sus labios temblaron, y entonces, lentamente, soltó tus manos.

—No... —murmuró con amargura—. No quiero que me elijas a mí. Quiero que elijas al bebé.

Hatsume, que había estado observando desde un rincón, se levantó con torpeza y anunció con voz baja:

—Voy a dejarlos solos un momento.

La puerta se cerró con un suave clic tras ella, dejándote a solas con Izuku y su devastadora determinación. Sus ojos, normalmente brillantes, estaban ahora empañados por lágrimas contenidas.

—Izuku... yo no puedo hacerlo. —Tu voz temblaba—. No puedo elegir al bebé por encima de ti. Estar contigo es todo lo que siempre soñé. No quiero perderte.

Él sacudió la cabeza con fuerza, sus lágrimas finalmente liberándose y rodando por sus mejillas enrojecidas.

—Entonces ya me perdiste... —susurró, su voz rota y llena de dolor—. No quiero vivir sabiendo que sacrificaste lo que más quería darte.

Sus palabras fueron como un cuchillo directo a tu corazón. La desesperación en su rostro era casi insoportable, y por un momento, quisiste decirle la verdad. Quisiste confesar que nunca elegirías al bebé. Pero no podías hacerlo. Sabías que, si lo hacías, lo perderías para siempre.

“No tengo otra opción...” pensaste con amargura. “Lo siento, Izuku. Tendré que mentirte. Nunca elegiría al bebé, aunque eso te duela.”

Con una sonrisa suave y falsa, volviste a tomar sus manos entre las tuyas y las besaste con ternura, como si esa mentira pudiera sostener el peso de sus sueños rotos.

—Está bien, Izuku... —dijiste en voz baja—. Haré lo que tú desees.

Izuku cerró los ojos por un momento, dejando que tus palabras lo envolvieran. Sintió sinceridad en ellas, pero no sabía que esa sinceridad era una ilusión cuidadosamente construida para protegerlo.

“Después de todo, eres tan puro de cuerpo como de mente.” Pensaste mientras apoyabas la cabeza en su regazo.

Izuku pasó los dedos por tu cabello con suavidad, sin saber que la promesa que acababas de hacer estaba condenada a romperse. La habitación quedó en silencio, envuelta en la penumbra de una noche que caía lenta e inexorable, como si el mundo entero se sumergiera en un sueño del que nadie podría despertar sin cicatrices.

𝐄𝐋 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐋𝐀 𝐀𝐋𝐅𝐀 𝐈𝐃𝐄𝐀𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora