Capítulo 15

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No había mucha claridad donde descansaban tras la larga noche. La habitación permanecía envuelta en una penumbra acogedora, donde las sombras jugaban a esconder cada rincón con sutileza. Apenas se distinguían las siluetas, pero bastaba el calor compartido bajo las sábanas para sentirse seguros.

Midoriya y tú seguían refugiados en ese pequeño universo tejido con telas suaves, feromonas dulces y suspiros atrapados en el aire. No había roce de pieles en ese momento, y sin embargo, la cercanía era tan intensa que parecía que sus almas seguían entrelazadas.

Tú dormías profundamente, rendido a un sueño reparador que te cubría como un abrazo invisible. El omega, en cambio, comenzó a despertar. Sus ojos esmeralda se abrieron lentamente, pesados de sueño pero llenos de luz apenas te vieron. Su cuerpo desnudo todavía sentía los rastros de la noche anterior: un leve ardor, una deliciosa fatiga, y un calor que no provenía de las sábanas, sino de ti.

Su mirada se deslizó por tu figura. Tu espalda descubierta, lisa, tibia, parecía esculpida con paciencia por los dioses mismos. Las suaves curvas de tu cintura dibujaban un camino que invitaba a perderse en él. Tu cabello, largo y sedoso, se desparramaba sobre la almohada como un velo de seda negra, y parte de tu rostro quedaba oculto, como si incluso el sueño quisiera guardarte para sí.

Podía oír tu respiración: pausada, profunda, serena. Cada exhalación era un murmullo de paz que acariciaba el alma.

Izuku, aún con el cabello alborotado y las mejillas levemente coloradas, se permitió una sonrisa tímida. Se sentía pleno. A salvo. El aroma en la habitación era inconfundible: su esencia mezclada con la tuya, ese perfume íntimo que sólo nace del amor sin miedo.

Recordó tus palabras, grabadas en su mente como tatuajes en el alma:
Cuánto adoro la bella sensación de llevarte a lo placentero...

Su corazón latió más fuerte. No solo por lo físico, sino por la entrega emocional, por la forma en que tu voz se quebraba al susurrarle dulzuras, por cómo lo habías sostenido entre gemidos y besos, como si fuera lo más precioso de tu vida.

Con lentitud, como si el momento fuera sagrado, se acercó a ti. Su cuerpo se quejaba suavemente al moverse, pero no le importó. Cada dolor era un recuerdo. Cada músculo tenso, una prueba de cuánto te pertenecía.

Apoyó la cabeza en tu hombro y te abrazó por la cintura con suavidad. El contacto fue suficiente para hacerle suspirar.

—Qué calentito... —murmuró con una sonrisa inocente, cerrando los ojos.

No necesitaba más. No quería más. Estaba contigo.

Fue la primera vez en años que el sueño te abrazó de nuevo sin miedo. Tal vez era por su presencia, por su calor, por ese latido constante que te acompañaba como una nana susurrada al oído. Tal vez era por la forma en que su amor te cubría, incluso dormida.

Y mientras tú seguías respirando tranquila, sin saberlo, Izuku volvió a caer en un sueño apacible, sintiendo que al fin... tenía un hogar. Uno hecho de brazos, caricias y palabras que sanaban.

 Uno hecho de brazos, caricias y palabras que sanaban

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𝐄𝐋 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐋𝐀 𝐀𝐋𝐅𝐀 𝐈𝐃𝐄𝐀𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora