Esta es una historia donde Izuku es un omega y la protagonista, un alfa dominante.
_____ Yoshimura es una alfa dominante, dueña de una gran fortuna y reconocida en el mundo de la moda por su versatilidad como diseñadora. Obsesionada con el trabajo...
Saboreaste sus labios como si probaras un manjar prohibido. El dulzor del omega, ese aroma embriagador de sus feromonas, te envolvía los sentidos, nublando el juicio, acallando la razón. Sin pensarlo dos veces, lo giraste con suavidad pero firmeza, haciéndolo quedar de espaldas, en una postura casi reverente, con la espalda arqueada como si su cuerpo te ofreciera rendido.
Te acercaste despacio, con la devoción de un amante y el temblor de un predador al borde del abismo. Tu aliento cálido se estrellaba contra la suave piel de su nuca, expuesta. Las telas entre ambos se sentían como muros inútiles, así que te deshiciste de su camisa con dedos temblorosos de deseo contenido. Allí estaba, vulnerable, su piel enrojecida por el calor de su ciclo, apenas a un suspiro de ser marcada...
Pero entonces te detuviste. Respiraste hondo, como si el aire pudiera devolverte el control. Alcanzaste el asiento delantero y tomaste lo último que quedaba: un supresor. Aquel pequeño frasco de salvación... y renuncia.
Él lo notó. Te miró por encima del hombro, jadeante, con los ojos vidriosos y una súplica muda. Sus caderas se movieron sutilmente contra ti, como un reflejo del deseo, buscando consuelo donde solo había confusión y dolor.
El supresor pinchó tu piel. Lo dejaste caer sin ceremonia.
—Ya no queda más... —murmuraste, casi con culpa.
Te echaste el cabello hacia atrás y exhalaste largo. Estuviste tan cerca... más que aquella vez. Midoriya seguía ahí, vulnerable y suplicante, con todo su cuerpo pidiendo caricias que no te atrevías a darle. Sabías que era el efecto de su ciclo, y sin embargo, te dolía decirle que no.
—Lo siento... será otro día, Izuku —dijiste con ternura, casi en un susurro.
Lo cubriste con tu abrigo, protegiéndolo del frío que venía no solo de afuera, sino del abandono. Bajaste del auto sin mirar atrás al principio, aunque sabías que seguía observándote. Su rostro reflejaba una mezcla de deseo, confusión y una pizca de decepción. Para ti, fue un alivio detenerte a tiempo... pero también un sacrificio.
Mientras cerrabas la puerta, sus ojos se encontraron con los tuyos una última vez. Estaba aferrado al abrigo con necesidad, como si el calor que dejaste en él pudiera llenar el vacío de tu ausencia. Su cuerpo temblaba, su mano descendía por su vientre con timidez, intentando calmarse a sí mismo, intentando no rogarte... pero tentándote aún.
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Los gemidos de Midoriya resonaban en el auto como un eco prohibido, haciendo que cada segundo frente al volante fuera una prueba de resistencia. No dejaba de pronunciar tu nombre, con esa voz cargada de deseo que te perforaba los pensamientos.
—Más adentro, señorita Yoshimura... —suplicó entre jadeos, mientras sus dedos se perdían en el centro ardiente de su intimidad. El sonido húmedo de sus caricias llenaba el espacio, provocando que tus manos temblaran al apretar el volante. El corazón golpeaba con fuerza en tu pecho, y una erección molesta y dolorosa te recordaba que no eras de piedra.