Capítulo 22

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Horas después, el susurro del timbre rompió el silencio de su apartamento, sacándolo abruptamente de un sueño adormilado. Aún entre el letargo y la confusión, la necesidad de respuesta urgente le hizo levantarse. Había dejado de lado la cena, la madrugada ya se había instalado con su manto oscuro.

Al abrir la puerta, se encontró contigo, una presencia sorprendente en esas horas nocturnas.

—¡Es ella! —exclamó, dejando la puerta abrirse de par en par.

El recibimiento fue un beso cálido y embriagador, una bienvenida que resonó en los rincones de su alma. La puerta se cerró tras de ti, y mientras aún saboreabas ese efímero encuentro, tus manos se enredaron en su cintura, atrayéndolo más hacia ti.

—Tu aroma... está tan bien —confesaste, inhalando profundamente su esencia.

Él, incapaz de contenerse, dejó escapar un gemido.

—¿Estás bien, señorita? —preguntó, casi ingenuo.

—Sí... quiero estar a tu lado, Izuku... no quiero que te vayas nunca —tus palabras vibraron entre la proximidad creciente de sus cuerpos—. Quiero que no me dejes jamás.

—Yo... yo jamás me iré, señorita —intentó calmar tus ansiedades.

—¿Nunca? —inquiriste, buscando confirmación—. Debería mantenerte en mi casa todos los días —susurraste.

—¿Eh? —creyó haber oído mal.

—Digo... quiero que vivamos juntos... ahora mismo. Mi cama está tan vacía; deseo tenerte en ella todos los días, esperándome cuando regrese del trabajo, y que, cuando estemos solos, pueda tenerte una y otra vez.

Tu expresión tierna en ese momento provocó en él deseo de acariciar tu mejilla y tomar tu mano. Era como cuidar de un cachorro.

—Quería regresar a casa porque me sentía cansada, pero luego pensé en ti y ansié dormir contigo. Odio mi casa porque no estás en ella...

Izuku se sonrojó al escuchar tanta sinceridad. Sonrió y te besó levemente. Al ver tu rostro nuevamente notó que estabas más sonrojada.

—Me gusta cuando tú me besas.

—Si quieres dormir aquí, estaré contento de hacerte compañía.

Sin esperar más, lo llevaste de la mano a la habitación y te sentaste en la cama, abrazándolo por la cintura.

—También quiero pasar tiempo con mi bebé...

Izuku se sentía tan avergonzado; el hecho de que lo dijeras lo inquietaba y, a la vez, temía al parto, pero darte un hijo no era algo que cualquiera haría.

En poco tiempo, te fuiste quedando dormida; sentir el aroma de Izuku, con las notas de la leche, te relajaba.

—Descansa, señorita Yoshimura —depositó un beso en tu frente cuando te acostaste en la cama.

Con gentileza, te ayudó a descalzarte y te arropó con las mantas. Luego, se arrodilló en el suelo, contemplándote con admiración. Se cuestionaba cómo había logrado captar tu atención; después de todo, él era solo un omega recesivo, proveniente de una familia humilde, y posiblemente incapaz de concebir hijos. Suspiró profundamente, apoyando su rostro sobre sus brazos cruzados en el borde de la cama, mientras reflexionaba sobre la posibilidad de tener descendencia contigo. Se preguntaba si heredarían tu esencia y se convencería de que sería el regalo más preciado que podrían recibir.

...

—¡Te odio, _____! —esa voz en la oscuridad resonaba con una familiaridad inconfundible; era como el eco desgarrador de... Izuku.

𝐄𝐋 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐋𝐀 𝐀𝐋𝐅𝐀 𝐈𝐃𝐄𝐀𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora