Capítulo Treinta y Uno (II):

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Capítulo Treinta y uno (II):

Jairo:

Mis labios rozan los de la monumental chica que hay delante de mí con efusividad y puedo sentir que el beso es correspondido por ella al máximo. Me gusta cómo su boca puede acoplarse con la mía de la forma en que lo hace, es como si hubiesen sido hechas para encajar la una con la otra.

Muevo mi mano sana un poco más arriba de su muslo y con la otra me impulso para adentrarla en la cama. Sigo arrodillado delante de Dione, pero ahora estoy un más alzado en el suelo. Mi lado perverso quiere subir un pelín más mi mano hasta tocar eso que estoy seguro que nadie le tocó antes. Con uno de mis dedos soy capaz de hacerla ver las estrellas. Todo será a su debido tiempo, no quiero presionarla a hacer nada de lo que luego pueda arrepentirse. Somos amigos y estamos enojados, sé que no se nos nota mucho, pero es así.

Me separo un minuto de los deliciosos labios de Dione para quedármele viendo a los ojos.

Un diminuto hilo de saliva cuelga entre ambos y tiene las mejillas rojas. Intenta quitar el hilo rápido como para que yo no lo vea. Las personas comparten saliva cuando se besan, no tiene que comportarse de una manera tan pulcra. Si supiera las cochinadas que voy a hacerle en algún minuto con esta boca entonces no estaría preocupada por babear.

─¿Todavía piensas que miento con mis sentimientos? ─inquiero desafiante, pero no le doy tiempo a responder porque otra vez me pego a su boca.

No hay resistencia de su parte, solo sus brazos que me rodean uno me sujeta por la cadera y el otro está en mi cuello, intensificando el beso que nos estamos dando.

Ya nos hemos besado varias veces como para saber con lo que estamos a gusto. Trataré de meter mi lengua en su boca para maximizar el deseo. Con cuidado de no lastimarla, me abro camino entre sus labios y para mi sorpresa me encuentro con que su lengua también iba a tomar el mismo rumbo que la mía. Rozamos esa parte de nuestros cuerpos unos segundos. Es ahí que presiono su muslo un poco más arriba, casi rozando en la línea que divide su zona roja.

Un gemido ronco se le escapa apenas hago eso y con ese gesto ya tengo suficiente para sentir que en mis pantalones todo comienza a tomar un tamaño importante.

Si Lucas supiera cómo me pone de cachondo su protegida, enloquecería, sin embargo, hoy no me llevaré su virginidad.

Quizás deba tratar de crear un roce entre nosotros, sacarnos un tanto de ropa para así estar como Adán y Eva en el paraíso, uno un poco frío y lleno de nieve en las afueras, pero con ella todo es magnífico. Abandono sus labios para ir rumbo a su cuello el que se enerva al momento. Doy una pequeña lamida que la descoloca rápido porque sus piernas hacen ademán de quererse cerrar. Las detengo con mi otra mano.

Sin ningún cuidado me impulso con mis rodillas para quedar ambos sobre la cama, ella pegada al blando colchón y yo con mi boca todavía en su cuello. Sus rodillas se clavan justamente en la zona que más inflamada tengo en este minuto.

Sus nalgas están fuera de la cama y estoy yo entre sus piernas. La tanta ropa me impide saber si el roce de mis labios en su cuello, la presión corpórea y mis manos, la están haciendo mojar, aunque creo que ella tiene más evidente que me pone y mucho. Me separo de su cuello un segundo a verla y noto que sus mejillas están muy rojas. Podemos cambiar la posición en la cama porque va a terminar con un dolor de espaldas terrible.

Me alzo un poco para quitarme la camiseta y noto que sus ojos se quedan fijos en mi cuerpo.

Hice mucho ejercicio en el internado, pero esto no parece llamarle la atención. Su inexperiencia me empalma mucho más. Con mi boca le hago señal para que suba y obedece sin chistar todavía. Puede quitarse la camiseta morada que mamá le puso. Me muero por ver el sujetador de encaje en su blanquísima piel.

Estrías para tu belleza  [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora