Capítulo Seis:

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Capítulo seis: Subestimar la suerte.

Dione:

En primera instancia una leve carcajada se me escapa. No suelo reírme mucho, pero esta broma ha estado mejor que muchos memes que he visto en las redes sociales. No he olvidado el hecho de que el chico más extraño que puede tener la Academia Militar lleva un tiempo indeterminado para mí en mi habitación. Quizás haya podido escuchar lo que hice. Cuando tienes casi 20 años y ninguna esperanza de tener relaciones sexuales con alguien comienzas a buscar maneras de aliviar tensión sexual para no reventar.

Yo no tuve un caliente novio que me enseñara a masturbarme en el primer año de preparatoria, tampoco tuve una amiga que me explicara. Lo que sé lo fui aprendiendo sola entre lo que leía y lo que probaba al tocar. Nadie tenía que saberlo, era un secreto mío.

Lo hago durante el baño la mayor parte de las veces. Tras mi siesta ─que se volvió de toda la tarde─, y de ese sueño caliente que tuve pues, supongo que caí en la cuenta de que llevaba bastante sin hacer nada.

Usualmente las chicas de mi edad lo hacen mientras ven material pornográfico, pero yo detesto esos videos de muchachas delgadas con cuerpos esbeltos. Tengo imaginación y pienso en el chico ideal o el personaje protagónico masculino del libro que esté leyendo en ese momento. Esta vez lo hice recordando lo que me acariciaban en mis sueños.

Si Lucas escuchó algo creo que voy a optar por la idea de arrojarme por la ventana porque no soportaría que alguien supiera mi mayor secreto.

En estas dos semanas en más de una oportunidad pensé en devolver el premio, escribirle un mensaje a la abuela y decirle que quiero que ella me pague la universidad. Tiene tanto dinero que sé, no se va a negar. No quiero depender de los demás toda mi vida. Nadie tiene idea lo molesto que es no poder hacer nada por uno mismo porque no lo sabes, es la sensación más terrible que existe en la tierra. Tengo que ganar esa beca, para así ir a la universidad sin necesidad de los contactos de mi familia.

Esto tiene que detener. Los masculinos no pueden subir por la ventana de mi habitación como si de un lugar cualquiera se tratara. Ya rellené mi solicitud para una reja en mi ventana. Eso toma tiempo puesto que la iglesia tiene gastos más importantes, hasta que eso ocurra debo encontrar la manera. Quizás clavar dos pedazos de madera en el marco o aplicar un travesaño, ¡no lo sé! ya estoy cansada. La actitud de amenazar no es la mía, sin embargo, estoy a punto de acusarlo con la hermana Sonia.

«Claro, cómo si tuvieras valor para eso»

Mi subconsciente tiene razón en lo que dice.

Noto que el chico no secunda mi risa. Esto no puede estarse tratando de algo cierto. No pienso abandonar la escuela ni por casualidad. Este lugar está por completo vigilado por las hermanas, guardias de seguridad y por cámaras. En ningún universo saltaría por una ventana. Tampoco es que tenga un motivo para escapar. Esto tiene que ser parte de las burlas de Frank y su amigo el de la deliciosa tableta en sus pectorales.

Me le quedo viendo con cuidado unos segundos. Me da pánico que me diga algo por verlo a los ojos. Todavía no puedo bajar la cabeza, aunque mi nariz está casi bien. Tendré que pasar por el hospital el fin de semana para revisión, nada que no pueda hacer sola. 

Lucas se acomoda más en mi cama. Si supiera las cochinadas que estaba soñando en ella entonces no estaría tan tranquilo ahí. A varias personas les da asco que yo tenga sentimientos o que tenga fantasías sexuales. A la única que parece darle igual es a Kiara quien me dio una extraña idea de autosatisfacción que ni diré ni mucho menos haré.

─Perdona, c-creo que entendí mal ─tartamudeo cuando la primera palabra me sale con tanta seguridad que me asusto.

El chico niega en mi dirección antes de echarse hacia atrás y apoyar sus manos en el centro de mi rosada manta. Ahora tendré que llevarla a lavar. No me gusta que nadie que no sea yo esté en mi habitación ni mucho menos con ropa que estuvo antes en la calle. Es una especie de medida que tengo o de manía contra los gérmenes y otras bacterias que odio. No soy ni al extremo ordenada, ni tampoco desordenada, pero con la higiene sí que soy obsesiva. Es algo que heredé de mi tía que siempre fue más que cuidadosa con la limpieza de lo que me rodeaba, hasta lavaba mis juguetes ella misma cuando yo terminaba de jugar.

Estrías para tu belleza  [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora