Capítulo Cincuenta y dos (I): La culpa.
Dione:
Miro el suelo desde el borde de la cama con ganas de que la tierra se abra y me trague. Desde que entendí lo que era la virginidad supe que se la daría a una persona que realmente amara, a alguien que me tratara con cariño o, quizás con mucha suerte, a un sujeto con el que pasaría el resto de mi vida. Me lo imaginaba en un lugar romántico, rodeada de velas, con pétalos de flores, al estilo de una película cutre, pero bonita. Imaginé millones de escenarios y todos involucraban sentimientos diferentes.
Entonces llegó Lucas con su sonrisa perfecta, con sus pensamientos e ideas disparatadas y un corazón tan grande que no le cabe en el pecho. Pensé que él sería ese alguien con el que tendría mi primera vez, ese ser humano para que el que me había estado guardando durante tantos años.
Y se fue.
Juro al cielo que ni siquiera esto que acabo de hacer me dolió tanto como aquella noche en la que me abandonó en la habitación del hospital. Lo odiaba y sentía que lastimándolo iba a conseguir aquella venganza que mi corazón anhelaba. ¡Lo juro! ¡Pensé que me sentiría mejor conmigo misma si le daba mi virginidad a una persona a la que aborrece con todo su corazón!
Pero no fue así.
Para Dante, los traidores se encontraban en menor o mayor grado sumergidos en el hielo del último círculo del infierno. Yo siento esa frialdad recorrerme el alma en este instante mientras sigo acostada en la cama del que fue mi mejor amigo.
Lo que hice fue bajo, fue sucio fue… fue traicionero: no por el hecho de que mi primera vez haya sido dolorosa, absurda y bastante poco romántica, sino porque lo hice sin amor, sin ese sentimiento que me mueve el pecho con furia. Estaba despechada, tenía tantas ganas de lastimarlo a él que acabé destruyéndome por dentro. ¡Ni siquiera puedo aspirar a que Lucas me perdone! ¡Porque yo no merezco el perdón de alguien que, a pesar de todo, no se atrevería a hacerme una cosa como esta en la vida!
¡Yo tampoco puedo perdonarme! ¡¿Qué hice, madre del Cielo?! ¡Por una patética venganza que solo existía en mi loca cabeza acabé destruyendo un sueño que tenía desde hacía años! ¡Tanto que la guardé y ahora se la entrego al primero que aparece!
—Sé lo que me vas a decir ahora —dice Jairo, sin soltar mi mano—… que no debió pasar, que lo sientes mucho y que te vas.
Sigo callada porque no creo que pueda articular una palabra sin echarme a llorar.
—Quiero que sepas que no volví a tu vida para hacer solo esto y seguir como si nada —prosigue, ignorando que me estoy volviendo loca en este instante—, pero…
Me alzo de la cama como un resorte y evito mirarlo a la cara. No quiero estar aquí, no deseo mantenerme en el mismo sitio en el que cometí la mayor de las estupideces de mi vida. Oteo todo a mi alrededor para encontrar mi vestido, por suerte no está muy lejos de cama. Con cuidado —porque todavía me duele— me apresuro a ponerme en pie y tomo mi ropa.
Nunca más voy a ser capaz de mirar a Lucas a la cara tras lo que hice, jamás intentaré acercarme a él ya que por este odio estúpido e inmaduro que sentí en el alma en ese momento es que acabé por cometer la mayor imbecilidad de mi vida. Ahora mismo me odio más de lo que pude odiarme en cualquier instante de mi pasado, siento que no merezco ningún vestigio de amor y que todo aquello que Barbie y las otras decían de mí es verdad.
Necesito salir de aquí.
Encontrar la manera de escapar de mi propia vergüenza.
***
—¡Es que me cuesta creerlo, Dione Hastings! —grita mi hermana frente a mis narices en lo que Serena caminetea por la habitación con las manos en la cabeza.
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Estrías para tu belleza [✓]
Novela Juvenil|Historia +18| «Entre dos chicos peligrosos, ¿a cuál debería creerle?». Cuando te pasas la vida oyendo a los demás decirte, gordita, vaca, obesa y otros calificativos, estos poco a poco van desplazando a tu nombre. Ya no eres tú, eres tu peso. ©Esta...